Como si de una deidad se tratase, los futbolistas de la selección argentina fueron, uno a uno, abrazándose a su ’10’. Resultado de una batalla épica, de la mejor final que se recuerda, el estadio Lusail de Doha se había convertido en un mar de lágrimas. Las de los franceses, desolados tras rozar la gloria y caer en penaltis. Las de los argentinos, emocionados, exhaustos, vaciados. En el centro de los focos, Leo Messi, la viva imagen del orgullo y el liderazgo. Ocho años después de caer en la final de Brasil, el astro saldó su deuda. Le dio a su país el tercer Mundial y devolvió la gloria a su gente. Completó el sueño. Entró en el olimpo.
Es la historia de un amor esquivo que termina en un beso largo, tierno, apasionado. Messi lleva toda su carrera conviviendo con la presión de ser comparado con Maradona, el héroe de todo un país. El vacío de no haber levantado una Copa del Mundo perseguía sus pasos. En Qatar, en un duelo mágico, inolvidable, Messi rubricó su inmensa obra con el título de los títulos: conquistando el mundo.
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La foto de Messi emulando la de Maradona en el Estadio Azteca pasará a la historia, como lo hará una de las mejores finales que ha vivido este deporte. El partido fue una combinación perfecta de talento, esfuerzo, tragedia, euforia, gritos, paradas, goles, drama. Un canto al fútbol, al espectáculo, a la vida, que se decidió de la forma más cruel, en la tanda de penaltis.
Como ya hiciera ante Países Bajos, Messi asumió el primer lanzamiento de su equipo, el que marca el devenir de la tanda. Kylian Mbappé había adelantado a los galos, y el ’10’ cargó con la presión. Como en cuartos de final, lanzó con sangre fría, parsimonia, moviendo al guardameta Lloris a un lado y golpeando suave al contrario. Messi marcó y se quedó con los brazos abiertos mirando a su hinchada, una afición entregada a su genio. Transmitió calma, seguridad. El Dibu Martínez detuvo el siguiente disparo, de Coman, y Tchouaméni lanzó fuera el tercero de los franceses. La tanda quedaba encarrilada.
Gonzalo Montiel, autor del penalti por manos que permitió a Francia marcar el 3-3, desató el delirio. Argentina era campeona del mundo. Messi firmaba su legado.
Los penaltis resolvieron una final que en el minuto 80 parecía sentenciada. Lionel Scaloni, el técnico que llegó como interino y ha hecho a Argentina campeona de América y del mundo, realizó un movimiento ambicioso para arrancar el choque. Metió a Ángel di María, con problemas físicos durante todo el torneo, y modificó su esquema de juego para acomodarlo en el carril izquierdo. La jugada no pudo salir mejor. En los 63 minutos que el Fideo aguantó sobre el césped, forzó el penalti del 1-0 transformado por Messi y marcó el segundo, resolviendo una contra magistral iniciada por un pase del ’10’ que rompió la línea de presión gala.
Scaloni-Deschamps: los CEOs de la gran final
Con un trabajo colectivo inmenso y una intensidad brutal, Argentina dominaba 2-0 sin que Francia supiese cómo responder. Didier Deschamps realizó dos cambios a los 40 minutos, tratando de mover el árbol. En el 70 renunció incluso a Griezmann, dando entrada a futbolistas más físicos. Mbappé estaba desaparecido. Pero entonces…
Otamendi no acertó al imponerse en un balón dividido sin aparente peligro y cometió penalti. Mbappé fusiló el 2-1 y el escenario dio un giro de 180º. Apareció el cansancio, la tensión, la sensación de que todo podía venirse abajo. Argentina perdió el gobierno del partido. Se impuso el caos. La agonía albiceleste contra la reacción gala. Tres minutos después, Francia empató el partido con una genialidad de Mbappé, un remate de volea implacable, plástico, demoledor.
De tocar la copa, a ver cómo el mundo se derrumbaba en tres minutos. Inesperadamente, la final llegó a la prórroga. En ella, con los cambios, Argentina recuperó oxígeno y volvió a irse arriba. Ya en la segunda mitad del tiempo extra, Lautaro definió una contra con un remato seco, potente. Lloris rechazó pero ahí estaba Messi, que empujó con la derecha el 3-2. Doblete del ’10’. De nuevo la locura, el delirio, la euforia.
Pero Francia no se rindió. Con su exuberancia física, apretó el acelerador para buscar el área argentina. Así, Mbappé armó un disparo desde la frontal que fue rechazado con el brazo por Gonzalo Montiel. Penalti, el tercero de la final. La estrella del PSG volvió a asumir la responsabilidad. Gol. Hat trick. 3-3.
Las lágrimas de Di María y De Paul en el banquillo hablaban por sí solas. Argentina había llegado a la orilla y veía como lo gloria le era esquiva. La tragedia albiceleste estuvo a punto de consumarse cuando en el tiempo añadido, Kolo Muani recogió un balón en boca de gol. Remató con fuerza, a escasos metros de la portería, a escasos segundos del final. Era gol. Era el título. Pero el Dibu Martínez, en una acción heroica que quedará para la historia del fútbol mundial, abrió las piernas al límite, de forma inverosímil, y rechazó el disparo para convertirse en leyenda. La parada de las paradas.
Argentina pasó de tener la final dominada a hundirse en tres minutos. De estallar con el 3-2 de Messi a contener la respiración mientras Kolo Muani preparaba la pierna derecha. De la convicción a la agonía. Del drama a la fe. Todo, en 120 minutos de fútbol y de vida. Una final inmensa resuelta en una tanda de penaltis encarrilada por Messi, asegurada por el Dibu Martínez y rubricada por Montiel.
«Es impresionante que pueda terminar de esta manera. Sabía que en algún momento Dios me lo iba a regalar y no sé por qué presentía y sentía que iba a ser esta». 17 años después de su debut con la selección absoluta, Lionel Andrés Messi Cuccittini (Rosario, 35 años), besó la Copa del Mundo. 36 años después del histórico triunfo en México, Argentina volvió a conquistar el planeta.
Borja Santamaría
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