El coronavirus está extendiendo una lluvia de aflicción en el mundo que podría desencadenar en un problema también profundo y colectivo. La tristeza es una de las emociones que tiene mayor impacto en nuestras vidas; un sentimiento de dolor anímico producido por un suceso desfavorable que suele manifestarse con un estado de ánimo pesimista, la insatisfacción y tendencia al llanto, y que en estos tiempos de pandemia aparece con fuerza. Sus signos son claros: agotamiento y desafección por actividades creativas o profesionales; problemas de sueño; inquietud en el cuerpo; y un sentimiento íntimo de pérdida del sentido de muchas de las cosas que hacemos, al no tener ya un objetivo ni perspectivas claras.
Sin embargo, al igual que el resto de emociones, es necesario sentir tristeza, pero es importante saber reconocerla, identificar de qué tipo se trata y gestionarla adecuadamente, pues se debe tener claro que uno es quien debe controlar sus propias emociones y no al contrario.
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Para la mayoría de la población mundial, los sentimientos de ansiedad, incertidumbre y tristeza se han tornado más persistentes durante la pandemia de covid-19, ya que el brote nos ha mantenido a muchos confinados en nuestro hogar y lejos de amigos y familiares, y el mundo que conocemos ha cambiado profundamente. Tanto en psicología como en las diferentes neurociencias se sigue investigando cómo aparece este estado emocional y qué se puede hacer para que no nos suponga un problema que afecte negativamente a nuestra calidad de vida; pero, más allá de los avances científicos, nosotros debemos tener la capacidad de crear reflexiones sobre la tristeza para poder gestionarla mejor cuando se presente. La mayoría de las personas tienen recursos psicológicos para afrontar los sentimientos negativos, pero muchas otras necesitan “un paraguas de protección”. Ha pasado casi un año desde que empezó todo.
Hemos experimentado la extrañeza, el miedo y la angustia, la rabia, el amor, la solidaridad y los duelos, pero ahora esa sensación de decaimiento o infelicidad, desánimo o desilusión, se torna una constante en la población mundial, y esto podría indicar que estamos frente a un problema al que se le debe prestar atención, escribía hace unos días en el portal Leonoticias José Ramón Ubieto, psicoanalista y profesor asociado de la Universidad de Catalunya, refiriéndose a lo que él denomina la “tristeza covid”.
Hoy una mayor tristeza y decepción invade la vida de las personas. Son sentimientos que calan como “lluvia” tras meses de dudas y que ya es “tormenta” para las personas que más están sufriendo el impacto del covid-19. “La mayoría de las personas tiene recursos psicológicos suficientes para afrontar esa lluvia, pero hay una “gran cantidad de personas” envueltas en una tormenta para las que es necesario crear “un paraguas de protección”, explica la académica y catedrática de psicología, María Paz García-Vera, de la Universidad Complutense de Madrid.
Toda epidemia supone afectación de la salud y causa gran cantidad de enfermos y muertes; y lleva implícita tres dimensiones; la económica que ha sido más tendida por varios especialistas nacionales e internacionales; la dimensión social y la psicológica.
Pensar y atender la vida y la salud de los ciudadanos es el punto uno, pero también se deben atender los componentes emocionales de la pandemia, y los peligros sociales y psicológicos que nos trajo y nos dejará como secuelas. El sacudón emocional fue mundial, países que se consideraban más robustos para atender problemas de salud, quedaron de rodillas ante los efectos del coronavirus. Todos temen por su salud, por su vida y por sus familiares. Todos en el mundo tememos, por diferentes razones y vulnerabilidades, y el coronavirus ha sido una de esas razones, llegando a afectar la salud mental de muchas personas.
Datos de estudios recientes muestran un aumento de la angustia, la ansiedad y la depresión. Pero, ¿es lo mismo estar deprimido que estar triste? Con frecuencia en nuestra vida diaria usamos ambas expresiones de manera indistinta para referirnos a un estado de ánimo de pesadumbre y desinterés, incómodo y doloroso, la mayoría de las veces. Sin embargo, son términos entre los que existen diferencias significativas.
La tristeza es una emoción humana que todos experimentamos tarde que temprano, un afecto universal como lo son también la alegría, el enojo, el miedo y se caracteriza por una sensación anímica de sufrimiento, desgano e insatisfacción. Las causas pueden ser tan diferentes como la persona y sus matices mismos, pero muchos eventos en nuestra vida pueden generarla. Los divorcios, la pérdida del empleo, las dificultades financieras, los problemas en el hogar y la pérdida de un ser querido. El duelo por la pérdida de lo que considerábamos nuestra “vida normal” también puede ocasionarla; justo lo que estamos viviendo producto de la pandemia. La depresión, por otro lado, es un padecimiento, un trastorno que define un cuadro sintomatológico específico que irrumpe en la vida diaria como una limitación y una traba importante en la consecución de aquello que consideramos nuestros planes, objetivos o metas.
FORMAS Y NIVELES
A nivel físico encontramos llanto, retardo psicomotor, rostro abatido, falta de apetito y problemas de sueño.
A nivel mental hay una focalización de la atención en la situación problemática, dificultad para mantener la mente en blanco, problemas de concentración y pensamientos intrusivos sobre la situación. A nivel conductual la persona se encuentra desmotivada para realizar las tareas cotidianas y actividades sociales.
TIPOS DE TRISTEZA
Dada la complejidad de este sentimiento, existen diversos tipos cuya categorización dependerá de por qué se manifieste y los efectos que tengan en nosotros. Una parte fundamental para poder superar este sentimiento es identificar el tipo que estamos experimentando.
Saludable
Esta tipología se manifiesta cuando el resultado de la misma es un cambio que nos hace estar mejor que antes de experimentarla. En este caso, se manifiesta como una sensación primaria positiva.
No saludable
Es la que se repite a lo largo del tiempo y se manifiesta de una forma que no sabes gestionar ni afrontar. De esta forma, esta emoción se enquista e impide avanzar. Normalmente, cuando esto pasa viene acompañada de la culpa y del enfado. Se debe tener cuidado, sobre todo con la culpa, y aprender a gestionar esta pesadumbre para apartarla de la mente de la manera más positiva posible.
Secundaria y depresión
En este caso nos podemos encontrar con una pesadumbre que no es el sentimiento real que sentimos, por el contrario, esta se manifestaría como escondite de la verdadera emoción que estamos experimentando. Un claro ejemplo sería ese momento en estamos muy enfadados y de pronto acabámos llorando. Por ello, es importante saber reconocer cuándo se experimenta una melancolía secundaria y cuál es el sentimiento que se esconde detrás. Un estado de ánimo depresivo es una reacción secundaria al sentimiento de pesadumbre prolongado. Básicamente, es la respuesta que tiene nuestro cuerpo ante un sentimiento de desesperanza generalizado. Nos refugiamos en la desesperanza para no afrontar el problema que la genera. Y esto, acaba convirtiéndose en una depresión. Instrumental En estos casos, lo que ocurre es que se hace un uso de este sentimiento para conseguir algo. Por tanto, se convierte en un instrumento, herramienta o medio para conseguir un fin determinado. Un ejemplo de esto sería cuando lloramos para que quien nos vea se apiade de nosotros y acceda a hacer algo que le hemos pedido.
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