La adolescencia representa una época formativa crucial, caracterizada por el crecimiento físico, cognitivo y emocional. Es un momento de cambios sustanciales en las funciones y las estructuras cerebrales, que desembocan en desarrollo intenso, búsqueda de novedad, autodescubrimiento, aprendizaje y cargas emocionales. Experiencias que pueden llegar a ser abrumadoras si no se cuenta con las herramientas necesarias para gestionarlas. La salud mental está en juego.
Los hábitos sociales y emocionales saludables son el instrumento capaz de preparar a los adolescentes para sobrellevar los retos que conlleva esta etapa vital. Una buena alimentación, ejercitarse regularmente, seguir patrones de sueño que permitan suficiente descanso, desarrollar habilidades para mantener relaciones interpersonales, aprender a gestionar las emociones, manejar situaciones difíciles y enfrentarse a los problemas son algunos de esos patrones aconsejables. Para el bienestar psicológico, también es de suma importancia un entorno favorable y seguro en la familia, la escuela y la comunidad.
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Un trastorno mental se caracteriza por una alteración clínicamente significativa del estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento del individuo. Existe una multitud de trastornos que afligen el campo cerebral, según comparte la guía de consulta de los criterios diagnósticos del DSM-V, pero los más recurrentes en los jóvenes son los siguientes:
Se caracterizan por un miedo y una preocupación excesiva combinados con trastornos del comportamiento. En muchos casos, los síntomas son lo suficientemente graves como para provocar una angustia o una discapacidad funcional de gran impacto. Esta rama se subdivide en:
Conocidos también como del estado de ánimo o afectivos, consisten en alteraciones del estado emocional, en forma de episodios depresivos, hipomaníacos y/o maníacos. Se pueden destacar los siguientes:
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Son aquellos en los que la exposición a un evento traumático o estresante aparece como un criterio diagnóstico. Son comunes en los adolescentes en entornos afectados por conflictos y el principal es:
Comienzan en el periodo del desarrollo, dando lugar a dificultades en la adquisición y ejecución de funciones intelectuales, motoras o sociales específicas.
Se trata de una importante deficiencia en la percepción y por cambios de comportamiento, que puede incluir persistencia de ideas delirantes, alucinaciones, pensamiento y comportamiento muy desorganizado o agitación extrema. Quienes padecen esquizofrenia tienen una media de vida de diez a veinte años por debajo de la población general.
Se caracterizan por alteraciones en la alimentación y preocupación por los alimentos, así como por problemas notables de peso corporal y forma. Es más común en las mujeres.
Se basa en la pérdida de control y la dependencia. La adicción se encuentra al alcance de los jóvenes a niveles nunca antes vistos, y se subdivide en:
«La salud mental es fundamental para el bienestar general de las personas y de las sociedades», Dra. Gro Harlem Brundtland, directora general emeritus, Organización Mundial de la Salud
Es difícil identificar cuándo un joven está pasando por un trastorno mental, ya que esta etapa de la vida trae consigo cambios de humor e irritabilidad. Además, los síntomas varían según la edad del niño y pueden ser hasta incomprensibles para ellos mismos. Por ello, la mayoría de los problemas en la salud mental no se detecta ni se trata, lo que provoca consecuencias que afectan su calidad de vida del joven y su entorno. Así, es esencial identificar las señales de alerta. Entre aquellas a las que debemos mantenernos atentos están:
Desde hace un tiempo, las tecnologías se han entrelazado en nuestra vida diaria, convirtiéndose en indispensable para el desenvolvimiento de muchas de nuestras actividades diarias. Tanto ha sido su impacto que los jóvenes de ahora no conocen un mundo sin las Tecnologías de la Información y de la Comunicación (TIC). Teniendo en cuenta que uno de cada tres usuarios de la red es menor de 18 años, la creciente preocupación de los efectos de estas en los jóvenes se vuelve evidente. Por un lado, han impactado positivamente al conectar a los individuos de manera global. Otro beneficio lo constituye como ayuda a combatir los sentimientos de aislamiento al permitirle a los jóvenes a sentirse conectados a sus coetáneos. Por igual, promueve la conexión con personas con intereses similares, aprender sobre temas nuevos, construir identidad, aprender sobre los demás y promover compromiso social y político.
Sin embargo, las interacciones digitales no reemplazan las conexiones del mundo real, más profundas. Además, aunque ayuden a resolver problemas a corto plazo, traen más obstáculos consigo a largo plazo. Entre los riesgos que acarrean está el miedo a perderse algo, el acceso a información inexacta, la exposición a depredadores en línea, al ciberacoso y a contenido inapropiado, perturbador o incluso traumático. Estas plataformas están diseñadas para promover la adicción y mantener a las personas enganchadas. La población más joven es aquella que se ve más afligida por las adicciones comportamentales a las TIC. Como consecuencia de ellas, muestran una necesidad cada vez mayor de realizar la conducta adictiva, mostrando más frecuencia o duración de esta y síndrome de abstinencia ante la privación, caracterizado por malestar como tristeza, irritabilidad e inquietud física.
La intranquilidad que genera en los adultos se centra en el uso excesivo de los medios. Sin embargo, la preocupación más grave debería centrarse en el contenido consumido. Es decir, en lo que se hace con las TIC y que motiva estas acciones. Para esto, el monitoreo y la comunicación abierta son de suma importancia. Una vez se conoce la motivación detrás del comportamiento, se puede identificar si está teniendo un efecto positivo o negativo o si sirve como un medio de evasión. Como regla general, si las TIC influyen en las emociones negativamente, ocupan todo el tiempo libre o perjudican las demás áreas de la vida, como las responsabilidades escolares, es porque hay un problema.
Esta etapa se encuentra colmada de susceptibilidad, y es a raíz de ella que los niños y jóvenes se ven negativamente afectados por su entorno. La violencia los persigue tanto que es imposible para ellos esquivarla. La encuentran en los colegios, las calles, los medios digitales, y hasta en sus propios hogares en muchos casos. Los niños que sufren de exposición a la violencia corren, a largo plazo, un mayor riesgo de fracaso escolar, abuso de sustancias, actos delictivos, criminalidad en la adultez y problemas de comportamiento, psicológicos y físicos.
A pesar de que los videojuegos han evidenciado impactos positivos en su desenvolvimiento como herramientas educacionales, esto no aplica a los videojuegos violentos. La exposición a la violencia en los medios representa un riesgo para el comportamiento agresivo y violento, destacándose como peor para el desarrollo de los jóvenes que la televisión o el cine. En ese sentido, Kontour K. escribió el artículo «Revisiting violent videogames research: Game Studies perspectives on aggression, violence, immersion, interaction, and textual analysis» (Revisión de la investigación sobre videojuegos violentos: Perspectivas de estudios de juego sobre agresión, violencia, inmersión, interacción y análisis textual), donde expone que el uso frecuente de videojuegos violentos se ha encontrado altamente vinculado con actos de delincuencia, peleas en los colegios y actos criminales violentos (como robos, asalto, entre otros). Se ha notado que sus efectos negativos mantienen su impacto sin discriminar en el género o en la edad, dado que desde niños pequeños hasta adultos presentan mayores niveles de agresión y violencia después de la interacción con los mismos, por más breve que sea.
Una creciente ola de concienciación sobre la salud mental y su significado para el bienestar ha irrumpido en el mundo occidental. Se han ido evidenciado cambios a causa de la compresión de estas condiciones, pero aún queda mucho trabajo por hacer, fundamentalmente por la siempre presente estigmatización de los enfermos de la mente. Esto ha limitado por décadas los fondos destinados a su tratamiento, al igual que la identificación de problemas existentes para que sean controlados. Después de todo, la clave para tratar efectivamente los problemas de la salud mental recae en la prevención e identificación temprana.
El 50 % de los trastornos mentales empiezan antes de los 14 años
Un reto al que se enfrenta la sociedad para reducir estas condiciones es la exclusión social y discriminación que ocasionan. El estigma social causa que las personas no pidan ayuda cuando la necesitan. En casos extremos, esto lleva a violaciones de derechos humanos. La mejor forma de combatirlo a nivel global es generar más conciencia por medio de la información. Solemos recordar nuestra infancia como los tiempos más tranquilos y libres de nuestra vida, mas es la etapa en la cual somos sumamente vulnerables y susceptibles al desarrollo de traumas o trastornos, en especial cuando no se recibe la formación y preparación adecuada. Combatir esto implica proteger a los niños de la adversidad, promover en ellos el aprendizaje socioemocional, ayudarlos a generar autoconfianza y habilidades en el bienestar psicológico, y garantizar que puedan acceder a una atención de salud mental. Esto no significa sobreprotegerlos y privarlos de tener sus propias experiencias de vida. Al contrario, lo que se busca es proporcionarles un espacio seguro en el cual desarrollar su identidad y autoconfianza, que les permita incorporarse como seres capaces de la sociedad, tengan o no algún trastorno mental.
Por Marian De Los Ángeles Briceño. Reportaje publicado en la revista especializada en salud MediHealth.
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