El año pasado, por esta época, conceptos como “confinamientos”, “uso obligatorio de mascarillas” y “distanciamiento social” eran desconocidos para la mayoría de nosotros. Hoy forman parte de nuestro vocabulario habitual mientras la pandemia de COVID-19 sigue afectando todos los aspectos de nuestras vidas.
Durante los últimos 12 meses, la pandemia ha perjudicado en mayor medida a los pobres y vulnerables, y podría empujar a la pobreza a millones de personas más. Este año, tras décadas de avances constantes en la reducción del número de personas que viven con menos de USD 1,90 al día, la COVID-19 marcará el primer revés en la lucha contra la pobreza extrema en una generación.
En los análisis más recientes se advierte que este año la COVID-19 ha empujado a 88 millones de personas más a la pobreza extrema, y que esa cifra es apenas un punto de partida. En el peor de los casos, podría llegar a 115 millones. El Grupo Banco Mundial (GBM) prevé que el mayor porcentaje de “nuevos pobres” estará viviendo en Asia meridional y que África al sur del Sahara ocupará el segundo puesto, con escasa diferencia. Según la última edición del informe La pobreza y la prosperidad compartida (i), “[e]s probable que […] muchos de los nuevos pobres trabajen en los servicios informales, en la construcción y en la manufactura, sectores en los que la actividad económica se ve más afectada por los confinamientos y otras restricciones a la movilidad”.
Deterioro acelerado de la economía
Dichas restricciones —dispuestas para controlar la propagación del virus y aliviar así la presión sobre los sistemas de salud vulnerables y sobrecargados— han tenido un enorme impacto en el crecimiento económico. Como se señaló claramente en la edición de junio del informe Perspectivas económicas mundiales: “La COVID-19 ha desatado una crisis mundial sin precedentes, una crisis sanitaria mundial que, además de generar un enorme costo humano, está llevando a la recesión mundial más profunda desde la Segunda Guerra Mundial”. Allí se prevé que este año la economía mundial y los ingresos per cápita se contraerán y empujarán a millones de personas a la pobreza extrema.
Alivio de la carga de la deuda
Estas consecuencias económicas están menoscabando la capacidad de los países para responder con eficacia a los efectos sanitarios y económicos de la pandemia. Incluso antes de la propagación de la COVID-19, casi la mitad de los países de ingreso bajo ya estaban sobreendeudados o muy próximos a estarlo, y disponían de escaso margen fiscal para ayudar a los pobres y vulnerables más afectados.
Por esta razón, en abril, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) instaron a la suspensión de los pagos del servicio de la deuda de los países más pobres para que puedan centrar sus recursos en los esfuerzos destinados a combatir la pandemia. La Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda (DSSI) ha permitido a esos países utilizar miles de millones de dólares en su respuesta a la COVID-19. Sin embargo, como se ilustra en el siguiente gráfico, el pago del servicio de la deuda a acreedores bilaterales impondrá una pesada carga en los próximos años, por lo que será necesario actuar con rapidez para reducir la deuda y evitar así otra década perdida.
Como dijo el presidente del GBM, David Malpass, “[l]a suspensión del servicio de la deuda es una solución provisoria importante, aunque insuficiente”. Agregó que “[e]s necesario tomar muchas otras medidas en relación con el alivio de la deuda”, incluida la ampliación de la DSSI mientras se busca una solución más permanente.
Si no se adoptan más medidas en relación con la deuda, es posible que en muchos países la recuperación sostenible se vea malograda, al igual que muchos otros objetivos de desarrollo. Como se señaló en el informe Perspectivas económicas mundiales, si bien durante la crisis financiera de 2007-08 muchos mercados emergentes y economías en desarrollo lograron implementar respuestas fiscales y monetarias a gran escala, hoy en día están menos preparados para hacer frente a una desaceleración económica mundial. Los integrantes más vulnerables de dicho grupo dependen en gran medida del comercio internacional, el turismo y las remesas. La próxima edición del informe, que incluirá pronósticos actualizados, está prevista para principios de enero.
Menos migrantes significa menos dinero que se envía a casa
Las remesas —el dinero que los migrantes envían a sus países de origen— generan especial preocupación. Durante las últimas décadas, han desempeñado un papel cada vez más importante a la hora de aliviar la pobreza y mantener el crecimiento. El año pasado, estos flujos se ubicaron en el nivel de la inversión extranjera directa y la asistencia oficial para el desarrollo (ayuda de Gobierno a Gobierno).
Pero la COVID-19 ha generado un dramático retroceso, al punto que, según nuestras últimas previsiones, para fines de 2021 las remesas disminuirán un 14 %, una perspectiva ligeramente más favorable en comparación con las primeras estimaciones realizadas durante la pandemia, lo que no implica desconocer que estamos hablando de disminuciones históricas. Se prevé que todas las regiones registrarán una caída y que la de Europa y Asia central será la más pronunciada. Un dato asociado a estas disminuciones es que en 2020 probablemente caiga —por primera vez en la historia moderna— la cantidad de migrantes internacionales, dado que se han desacelerado las nuevas migraciones y se han incrementado las migraciones de regreso.