¿Por qué comemos? La pregunta parece tener una respuesta simple, comemos por hambre. Pero, ¿qué pasa cuando el hambre no es producida por la necesidad fisiológica de ingerir alimentos para la supervivencia, sino que viene atada a la gestión de las emociones?
El hambre emocional es un tipo de trastorno en el que la persona utiliza la comida como analgésico para controlar sus estados de ánimo.
Accede a las historias más relevantes de negocios, bienestar y tecnología. Entérate de nuestros rankings y eventos exclusivos. Suscríbete y recibe en tu correo el mejor contenido de Mercado.
Es un tipo de ansiedad que hace comer impulsivamente. Ese alimento, generalmente hipercalórico como dulces, refrescos, comida chatarra, se convierte en una forma de llenar un vacío o buscar solución a problemas y situaciones personales que no se sabe cómo resolver.
Sin embargo, después de un atracón emocional, aunque la persona se siente llena, con una sensación de calma momentánea, no está realmente satisfecha. Se sobreviene el sentimiento de culpa y vergüenza, y muchas veces hasta de malestar físico, por haber ingerido comida de forma exagerada. Se transforma así en un círculo vicioso que no va a terminar hasta que se enfrente con sus emociones. Estrés, ansiedad, depresión, tristeza, incluso aburrimiento, son algunas de las posibles causas, que la comida nunca podrá saciar.
Lo primero es hacer una autoevaluación y preguntarte: ¿qué haces cuando te sientes estresado o triste? ¿buscas un helado, ordenas una pizza? Luego, identificar las causas que provocaron esa conducta, qué situación o sentimiento desencadenó esa necesidad de comer compulsivamente.
Así mismo, es importante encontrar actividades que te hagan cambiar tu estado de ánimo y ayuden a lidiar con el estrés, como lo son meditar o hacer ejercicios. Otra recomendación es practicar una alimentación consciente e intuitiva, llevando un registro de lo que se come y obviando dietas estrictas que conlleven a sentir más ansiedad; también, evitar la compra alimentos procesados y altos en calorías, que se puedan convertir en tentación.
Entre las consecuencias más graves del hambre emocional están el sobrepeso y la obesidad, con sus riesgos implícitos como enfermedades cardiovasculares y diabetes; además, puede desencadenar trastornos alimentarios como bulimia.
Si una persona no puede controlar el impulso de comer, lo más recomendable es acudir a un especialista.