En un contexto global donde la transición energética es crucial para combatir el cambio climático, Chile y Brasil emergen como los protagonistas de América Latina en la adopción de energías renovables, marcando el camino que otros países de la región, como República Dominicana, buscan seguir. De hecho, este impulso regional será analizado en profundidad en el Energy Summit 2025, el principal espacio de debate y acción estratégica que reunirá a protagonistas, autoridades y figuras del sector para analizar los desafíos y oportunidades de esta transformación.
Con estrategias distintas pero igualmente efectivas, ambos países han logrado diversificar sus matrices energéticas, reducir su dependencia de los combustibles fósiles y posicionarse como referentes regionales en sostenibilidad, ofreciendo valiosas lecciones para naciones en desarrollo.
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Brasil ha logrado consolidarse como un referente en energías renovables gracias a una combinación de recursos naturales abundantes, políticas públicas sólidas y una creciente participación del sector privado. Según el informe Fostering Effective Energy Transition 2024, elaborado por el Foro Económico Mundial en colaboración con Accenture, el país ha mejorado notablemente su capacidad de generación limpia, posicionándose entre los líderes regionales.
La energía hidroeléctrica sigue siendo la columna vertebral de la matriz energética brasileña, representando casi el 60 % de su producción eléctrica. Sin embargo, lo más destacable es la rápida diversificación hacia otras fuentes renovables.
La energía eólica ya aporta el 13.2 % del total, mientras que la solar alcanza un 7 %, cifras que reflejan una apuesta decidida por complementar su tradicional dependencia de las represas con tecnologías más modernas y descentralizadas. Además de aprovechar su potencial natural, Brasil ha implementado mecanismos innovadores, como la fijación de precios del carbono y marcos regulatorios que incentivan la inversión en proyectos sostenibles.
Estas medidas han fortalecido la seguridad energética del país y han contribuido a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, aunque persisten desafíos críticos, como la deforestación y las emisiones asociadas a la agricultura.
Mientras Brasil se apoya en su vasta red hidroeléctrica, Chile ha optado por un camino diferente, convirtiéndose en un caso de éxito en la adopción de energías solar y eólica. Con un 35 % de su matriz energética proveniente de estas fuentes, el país austral ha demostrado que incluso economías más pequeñas pueden liderar la transición verde.
Este progreso no ha sido casual. Desde la creación del Ministerio de Energía en 2010, Chile ha mantenido una política de Estado clara y consistente, complementada por una activa participación del sector privado. La Estrategia Nacional de Electromovilidad y los incentivos a la inversión en infraestructura renovable han sido claves para atraer capitales internacionales y desarrollar proyectos de gran escala, como los parques solares del Desierto de Atacama, una de las zonas con mayor radiación solar del planeta.
Pero el verdadero salto cualitativo podría venir del hidrógeno verde. Chile aspira a convertirse en uno de los principales exportadores mundiales de este combustible limpio para 2030, aprovechando sus excepcionales condiciones geográficas y climáticas. Si logra superar los desafíos de infraestructura y costos, el país no solo consolidaría su liderazgo regional, sino que también se posicionaría como un actor relevante en el mercado energético global.
Aunque sus rutas son distintas, Brasil y Chile comparten elementos fundamentales que explican su éxito: diversificación energética, marcos regulatorios estables y una colaboración efectiva entre el Estado y la iniciativa privada. Ambos han reducido significativamente su dependencia de los combustibles fósiles, al tiempo que fortalecen sus economías mediante la generación de empleos verdes y la atracción de inversiones.
No obstante, los retos no son menores. Brasil debe enfrentar la deforestación amazónica y mejorar la sostenibilidad de su sector agrícola, mientras que Chile necesita acelerar la expansión de su red de transmisión eléctrica y garantizar la viabilidad comercial del hidrógeno verde. Aun así, las oportunidades son enormes.
La creciente demanda global de energías limpias y el avance tecnológico en almacenamiento y eficiencia energética abren un escenario propicio para que ambos países consoliden su liderazgo.
Si bien Chile y Brasil avanzan a paso firme, el resto de América Latina y el Caribe muestra un desempeño desigual en materia de transición energética. Según el mismo informe del Foro Económico Mundial, la región en su conjunto está por debajo del promedio mundial en sostenibilidad ambiental, con pocos avances en reformas estructurales que garanticen un suministro seguro y bajo en emisiones.
Los casos de Chile y Brasil demuestran que la transición energética no es solo un imperativo ambiental, sino también una oportunidad económica. Sus experiencias ofrecen lecciones valiosas para otras naciones en desarrollo: la continuidad en las políticas públicas, la diversificación de la matriz energética y la colaboración público-privada son factores determinantes para el éxito.
En un contexto de crisis climática, el liderazgo de estos dos países no solo beneficia a sus propias poblaciones, sino que también contribuye a posicionar a América Latina como un actor clave en la lucha global por un futuro más sostenible. El desafío ahora es replicar estos modelos, adaptándolos a las realidades de cada nación, antes de que el tiempo se agote.
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