En un año crucial para la política multilateral y en medio de un sistema internacional bajo presión, Annalena Baerbock, exministra de Asuntos Exteriores de Alemania, ha sido elegida como presidenta de la Asamblea General de la ONU. Su llegada al podio más visible del sistema diplomático global no solo representa un nuevo capítulo para Alemania, sino también para el liderazgo femenino en la gobernanza internacional.
A sus 44 años, Baerbock se convierte en la quinta mujer que dirige este organismo en sus 80 años de historia. Y lo hace en un momento en que el mundo exige una ONU más eficaz, inclusiva y representativa. La elección, aunque sin competencia directa, no estuvo exenta de controversia.
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El anuncio de su nominación, promovida por el gobierno alemán, fue recibido con aplausos en el plano internacional, pero provocó fisuras internas. Christoph Heusgen, ex presidente de la Conferencia de Seguridad de Múnich, criticó duramente la decisión, calificándola de “afrenta” por desplazar a Helga Schmid, considerada una de las diplomáticas más respetadas de Alemania.
La crítica no se quedó ahí: el exministro Sigmar Gabriel lamentó que Baerbock no aprovechara la oportunidad para aprender de Schmid. El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán respaldó la decisión y defendió su idoneidad: “Está altamente cualificada para el cargo”, sostuvo Steffen Hebestreit.
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Este debate no solo expone la tensión entre experiencia técnica y liderazgo político, sino que también evidencia cómo el poder simbólico de un cargo internacional puede sacudir consensos nacionales.
Su perfil ha sido disruptivo desde su irrupción en la política internacional. Durante su tiempo como ministra, Baerbock promovió la llamada “política exterior feminista”, una visión que integra la equidad de género, la justicia climática y los derechos humanos como ejes diplomáticos.
No es casualidad que sus prioridades en la ONU reflejen esa línea. Baerbock ha declarado que buscará una reforma estructural que modernice al organismo, mejore la eficiencia y escuche voces de todas las regiones. Su meta es clara: acercar las decisiones multilaterales a la ciudadanía global.
“Las Naciones Unidas son más necesarias que nunca”, afirmó en un encuentro informal con los Estados miembros. “No se trata de liderar desde la cima, sino de abrir puertas, tender puentes y amplificar perspectivas”.
Aunque el cargo de presidente de la Asamblea General tiene un carácter protocolario, su potencial no debe subestimarse. La presidencia puede moldear la narrativa global, destacar agendas invisibilizadas y presionar para la rendición de cuentas en debates clave.
En este contexto, la elección de Baerbock subraya también el deseo alemán de fortalecer su influencia en el Consejo de Seguridad de la ONU. Como señaló Sebastian Fischer, portavoz del Ministerio de Exteriores, “la nominación subraya el compromiso político de Alemania con el multilateralismo en tiempos difíciles”.
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El enfoque de Baerbock se alinea con el momento histórico: una Asamblea General que cumple 80 años en medio de crisis sistémicas —desde la guerra en Ucrania hasta la emergencia climática— y donde la legitimidad de las instituciones multilaterales se encuentra bajo escrutinio.
Su apuesta es clara: usar este escenario para empujar transformaciones que trasciendan los discursos. Reformar con eficiencia, incluir con autenticidad y comunicar con claridad.
En un mundo donde menos del 25% de los cargos diplomáticos de alto nivel están ocupados por mujeres, que Baerbock asuma la presidencia de la Asamblea General de la ONU no es solo un gesto político. Es también una señal de que el liderazgo global se está resignificando.
Con un estilo directo y sin temor a incomodar, Annalena Baerbock no solo representa a Alemania. Representa una forma distinta de entender el poder: como herramienta de transformación, no de perpetuación.
Y si cumple con lo que promete, este año en la presidencia podría marcar un punto de inflexión para las mujeres —y para el multilateralismo— en la escena internacional.
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