La falta de entusiasmo, la incapacidad para concentrarse, la incertidumbre sobre el futuro y la apatía hacia las tareas son solo algunas de las señales que pueden indicar que estamos atravesando una crisis profesional o nos estamos aproximando peligrosamente a ella. De manera inesperada, nos encontramos cuestionando nuestra propia felicidad en el ámbito laboral y surgen interrogantes que nos confrontan: ¿Hemos logrado materializar nuestros sueños? ¿Cuál es el verdadero propósito detrás de nuestro trabajo? ¿Acaso estamos fracasando?
Silvia Soria, una experimentada mentora en orientación vocacional y emprendimiento consciente, describe la crisis profesional como ese momento en nuestra carrera donde nos sentimos perdidos, insatisfechos, desmotivados o simplemente infelices con el rumbo que ha tomado nuestra vida laboral. Este estado de descontento nos lleva a replantearnos la totalidad de nuestra existencia, ya que el trabajo ocupa un lugar fundamental en ella. A menudo, tener un empleo estable y un salario adecuado no es suficiente, pues algo en nuestro interior nos indica que ese no es el camino correcto, y esto puede acontecernos en cualquier etapa de la vida.
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De acuerdo con la fundadora de Universo Poderosas, una comunidad dedicada al desarrollo personal y profesional de mujeres inmersas en una revolución interior, son diversos los motivos que pueden llevarnos a experimentar este desasosiego. Entre ellos se encuentran los altos niveles de estrés, la falta de oportunidades de crecimiento, un entorno laboral nocivo, las dificultades para conciliar la vida personal y profesional, el agotamiento extremo conocido como burnout, la ausencia de dirección en nuestras metas profesionales o simplemente una sensación generalizada de vacío y carencia de propósito en nuestras acciones.
La autosatisfacción vital parece seguir un patrón universal, que alcanza su punto máximo en la juventud, se sumerge en su punto más bajo hacia la mediana edad, alrededor de los 40 años, y luego se eleva nuevamente a medida que envejecemos. Este fenómeno, que afecta tanto a hombres como a mujeres, ha sido objeto de estudio y reflexión por parte de eminentes pensadores como Elliott Jaques.
Jaques, reconocido psicoanalista y científico social, introdujo el concepto de la crisis de la mediana edad en la década de 1960, tras observar un patrón recurrente entre numerosos artistas, escritores y compositores universales. Notó que muchos de ellos experimentaban un cambio drástico en sus vidas y en sus obras durante la etapa que va de los 40 a los 50 años, lo que impulsó su investigación sobre esta fase crucial.
Durante este período, caracterizado por una profunda reevaluación de la vida, las personas tienden a cuestionar el significado y la dirección de sus logros hasta el momento. Esta introspección puede manifestarse en forma de sentimientos de insatisfacción, ansiedad y dudas sobre el propio valor y propósito.
Sin embargo, Jaques sugiere que esta crisis, si se aborda de manera saludable, puede conducir a un mayor autoconocimiento y a la búsqueda de un estilo de vida más auténtico y significativo. En lugar de ser vista como una etapa de declive, la crisis de la mediana edad puede ser vista como una oportunidad para reflexionar sobre nuestras prioridades, valores y metas.
Al confrontar las preguntas difíciles sobre quiénes somos y qué queremos en la vida, podemos encontrar un nuevo sentido de propósito y dirección que nos guíe hacia una existencia más plena y satisfactoria.
Detenerse y reconocer que algo está sucediendo, admitir que atravesamos una crisis profesional y que nuestra vida ha perdido su sentido, representa el primer paso hacia la recuperación. A menudo, a pesar de experimentar malestar e insatisfacción, seguimos adelante sin detenernos a reflexionar sobre qué está fallando. Sin embargo, cuando esa voz interior nos susurra: «Aquí algo no está bien, no sigas por este camino», es crucial prestarle atención, ya que en ese momento comienza la verdadera transformación. Parar y aceptar que algo no marcha bien constituye un acto de humildad y amor hacia nosotras mismas.
Cuando nos percatamos de que es imperativo que algo cambie en nuestras vidas, el segundo paso es sumergirnos en nuestro propio ser. Comenzamos a observar y a realizar un profundo trabajo de introspección, desmantelando capa a capa las creencias limitantes, los miedos y los mensajes que hemos internalizado a lo largo de los años, los cuales han moldeado nuestras decisiones y actitudes.
Son ideas que hemos aceptado como verdades absolutas cuando, en realidad, no necesariamente lo son. Además, exploramos nuestros dones, talentos, pasiones, conocimientos y experiencias vitales que nos han definido a lo largo del camino.
Este proceso implica un ejercicio de autoconocimiento, autocuidado y fortalecimiento interno, que nos ayuda a descubrir nuestros verdaderos deseos, nuestra esencia y nuestro propósito, aquello que nos llena de energía y nos hace vibrar. Para reinventarnos profesionalmente, debemos dirigir nuestra mirada hacia adentro, hacia nuestros talentos, pasiones, conocimientos y experiencias, reconociendo que son valiosos y que deseamos compartirlos con el mundo.
Una vez que hemos identificado las diversas piezas que conforman nuestro mundo interior, el siguiente paso es unirlas para comprenderlas y desarrollar nuestro propósito vital, aquello que dará significado a nuestra existencia. Es fundamental elegir sabiamente cómo comenzaremos a materializar nuestra vocación.
Esta decisión no resulta difícil una vez que hemos clarificado en qué queremos enfocarnos. ¿Qué oportunidades se presentan ante nosotros? Emprender, trabajar para otros, expandir un negocio, prepararnos para unas oposiciones… El abanico de posibilidades es amplio y diverso.
Al momento de elegir, también debemos considerar otros elementos importantes que hemos identificado durante las primeras etapas de introspección: la flexibilidad, la libertad geográfica, la estabilidad laboral o la capacidad de gestionar nuestro propio tiempo son factores que influyen y modelan nuestro propósito de vida.