En una época en la que la salud mental juvenil se ha convertido en una de las mayores preocupaciones sanitarias a nivel global, el ejercicio físico emerge como una estrategia poderosa, económica y eficaz para preservar el bienestar emocional de los adolescentes. En República Dominicana, donde el 70 % de los adolescentes no practica deporte regularmente, según datos del Ministerio de Salud Pública, urge mirar con mayor atención esta herramienta subutilizada.
La adolescencia es una etapa de profunda transformación: el cuerpo cambia, las emociones se intensifican y las presiones externas —académicas, sociales y familiares— aumentan. Este combo biológico y ambiental explica por qué, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), uno de cada siete adolescentes entre 10 y 19 años sufre algún trastorno mental. Aun así, la conversación sobre salud adolescente suele centrarse en lo académico o lo conductual, dejando de lado una evidencia: el cuerpo en movimiento protege la mente.
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Nuevas investigaciones, como las publicadas por la Universidad de Navarra y el Journal of Adolescent Health, refuerzan un hallazgo clave: los adolescentes que practican ejercicio con regularidad presentan entre 20 % y 30 % menos probabilidades de sufrir síntomas depresivos y ansiosos.
Y no se trata solo de hacer “algo” de actividad física. Cuanto mayor es la intensidad y constancia del ejercicio, mejores son los resultados emocionales. Un adolescente que practica deporte organizado, como fútbol, atletismo o natación competitiva, puede experimentar hasta cuatro veces menos síntomas depresivos que sus pares sedentarios.
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Estos hallazgos coinciden con lo que especialistas en neurociencia vienen alertando desde hace años: la actividad física estimula la producción de endorfinas, regula los niveles de cortisol (la hormona del estrés) y mejora la plasticidad cerebral. Todo esto, en conjunto, refuerza la resiliencia emocional en una etapa vitalmente vulnerable.
La brecha de género también se refleja en los datos de salud mental adolescente. Las jóvenes presentan entre 50 % y 70 % más riesgo de padecer depresión o ansiedad que los chicos, especialmente a partir de los 14 años. A los factores biológicos —como los cambios hormonales vinculados al ciclo menstrual— se suman presiones sociales más marcadas, como los ideales de belleza, el acoso escolar o la exposición a redes sociales.
Además, estudios del Instituto de Salud Global de Barcelona indican que las adolescentes suelen caer con mayor facilidad en patrones de rumiación, un estilo de pensamiento negativo repetitivo que intensifica el malestar emocional.
Promover el deporte en entornos positivos, empáticos y no competitivos podría ser una de las estrategias más eficaces para prevenir el deterioro emocional en las adolescentes dominicanas. Se necesitan políticas públicas específicas que favorezcan la inclusión de niñas en actividades físicas desde la infancia.
El impacto positivo del ejercicio no se limita al presente. Una revisión publicada por The Lancet Child & Adolescent Health destaca que los beneficios del deporte en la adolescencia se extienden hasta la adultez, reduciendo el riesgo de desarrollar trastornos mentales, adicciones o comportamientos antisociales.
En el ámbito nacional, incluir el deporte en la estrategia de salud mental escolar podría representar una medida preventiva de bajo costo y alto impacto. Países como Finlandia o Canadá han incorporado rutinas de actividad física obligatoria en sus sistemas educativos con resultados exitosos en la reducción de conductas de riesgo y mejoría del rendimiento académico.
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Frente a un panorama preocupante —donde el suicidio ya es la tercera causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años, según la OMS—, urge construir una cultura del movimiento. Esta cultura no se logra solo con campañas, sino con infraestructura deportiva accesible, programas escolares integrados, formación docente en salud mental y una narrativa pública que promueva el deporte como fuente de bienestar integral.
No podemos seguir viendo el ejercicio como un tema estético o de rendimiento. En la adolescencia, moverse es una necesidad mental, una tabla de salvación.
Fomentar la actividad física en la adolescencia es una responsabilidad compartida entre el Estado, el sistema educativo, las familias y las propias comunidades. La salud mental juvenil no puede esperar. Convertir la cancha, la bicicleta o la caminata diaria en aliados de la estabilidad emocional puede marcar la diferencia entre una generación frágil y una generación fuerte.
El mensaje es claro: moverse es salud, es prevención y es esperanza.
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