Vivimos en la era del agotamiento. Un cansancio que no solo se experimenta en los cuerpos, sino que se ha infiltrado en la mente, en la cultura y en los sistemas económicos. El «cansancio existencial» se ha convertido, silenciosamente, en uno de los grandes motores de la industria occidental: desde las máquinas de descanso exprés como las morpheus hasta el auge de los suplementos vitamínicos, las terapias rápidas y el mercado de la salud mental. ¿Estamos frente a una verdadera epidemia o a un modelo de negocio que se alimenta de nuestra extenuación?
La máquina Morpheus, una tecnología que promete proporcionar los beneficios químicos del descanso profundo en minutos, es quizás la metáfora más explícita de nuestra época. Un artefacto que elimina el tiempo «improductivo» de dormir para que podamos seguir funcionando. Suena futurista, pero en realidad es la culminación lógica de una tendencia de décadas: las bebidas energéticas, el uso recreativo de estimulantes como el metilfenidato y los métodos para dormir apenas cuatro horas son pequeñas morpheus cotidianas.
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La paradoja es evidente: mientras la medicina y la ciencia confirman que el sueño es fundamental para la salud física, emocional y cognitiva, nuestra cultura nos empuja a reducirlo al mínimo. Según la National Sleep Foundation, el adulto promedio duerme hoy casi una hora menos que hace 50 años. Y este déficit no se queda solo en el cansancio físico: eleva el riesgo de enfermedades cardíacas, deterioro cognitivo, diabetes tipo 2 y depresión.
Hablar de agotamiento hoy es ir mucho más allá de las horas de sueño perdidas. Hablamos de un estrés crónico alimentado por el ritmo acelerado de vida, la hiperconectividad y una cultura de la hiperproductividad que no da tregua.
El informe State of the Global Workplace 2024, elaborado por Gallup, revela que el 44% de los trabajadores globales experimenta altos niveles de estrés diario. En América Latina, la cifra alcanza el 49%, uno de los porcentajes más altos del mundo. En República Dominicana, los datos preliminares de la Encuesta Nacional de Salud Mental señalan un aumento del 18% en los diagnósticos de ansiedad laboral desde 2020.
Además del estrés, se suman factores biológicos subestimados, como deficiencias nutricionales. Un bajo nivel de vitamina B12, por ejemplo, puede generar fatiga persistente, dificultad para concentrarse y debilidad muscular. Aunque la deficiencia severa es poco común en adultos jóvenes, la alimentación industrializada y deficitaria en micronutrientes la convierte en un problema silencioso para millones.
Sin embargo, el verdadero corazón del problema va más allá de lo físico. Como explica el filósofo Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio, hemos transitado de una sociedad disciplinaria —regida por el deber y la norma— a una sociedad del rendimiento, donde cada individuo es su propio jefe, su propio explotador y su propio fiscal.
En este nuevo paradigma, el agotamiento no es casualidad: es estructural. Nos impulsa a hacer más, ser más, producir más, bajo la ilusión de la libertad individual. El fracaso en cumplir expectativas autoimpuestas no genera solo estrés, sino culpa, ansiedad y aislamiento.
El psicólogo David Lewis ya advertía en los 90 sobre la fatiga informativa, causada por la sobrecarga de datos y estímulos. Hoy, en plena era de las notificaciones, las videollamadas constantes y las redes sociales interminables, esa fatiga se ha convertido en un modo de existencia. Una investigación publicada en Nature Human Behaviour en 2023 confirma que el exceso de multitarea digital deteriora no solo la productividad, sino también la memoria de trabajo y la regulación emocional.
Aunque sentimos que nuestro agotamiento es único, la historia nos recuerda que no es así. Como documenta la historiadora Anna Katharina Schaffner en Exhaustion: A History, desde la Grecia clásica hasta la era victoriana, las sociedades han temido siempre el colapso energético humano.
Para los griegos, el exceso de bilis negra causaba melancolía y cansancio; en el siglo XIX, la neurastenia —un trastorno de debilidad nerviosa— fue diagnosticada a personalidades como Darwin, Nietzsche y Virginia Woolf. Las causas atribuidas variaban: la industrialización, el ferrocarril, la electricidad… Hoy, simplemente, hablamos de hiperconectividad, tecnología y velocidad.
El cambio fundamental radica en cómo hemos convertido ese agotamiento en un mercado multimillonario. Según Grand View Research, el mercado global de suplementos para la energía y el enfoque mental superó los 100 mil millones de dólares en 2023 y sigue creciendo a un ritmo del 8% anual. A esto se suma la explosión de aplicaciones de mindfulness, retiros de detox digital y terapias de alto rendimiento.
La gran industria del agotamiento no solo vende soluciones: vende esperanza. Pastillas, terapias exprés, suplementos, dispositivos de biohacking, «coaching antiestrés»… todo está diseñado para sostener un sistema que nos extenúa, al tiempo que nos promete alivio temporal.
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En República Dominicana, el auge de clínicas de bienestar, retiros de salud mental y productos de nutrición especializada refleja la oportunidad económica que representa este nuevo mercado. De acuerdo con datos de la Asociación Dominicana de Turismo de Salud, el turismo médico de bienestar creció un 12% en 2023, impulsado en parte por la demanda de tratamientos contra el estrés y el burnout.
La paradoja final es esta: mientras la industria del cansancio crece, también emerge una contracorriente que reivindica el derecho al descanso genuino. Iniciativas globales como el Right to Disconnect (derecho a desconectar) y movimientos locales que promueven la salud mental corporativa, como la Alianza Dominicana por el Bienestar Laboral, están comenzando a plantear un cambio de paradigma.
Quizás, como señala la filósofa Barbara Ehrenreich en Sonríe o muere, la solución no pase por «positividad forzada» ni por más productos de consumo, sino por repensar estructuralmente nuestras formas de vida, nuestras prioridades y nuestros valores.
Porque tal vez la verdadera revolución no esté en encontrar una nueva Morpheus, sino en recuperar el valor del descanso, el ocio y la desconexión como actos de resistencia frente a un sistema que nos quiere siempre despiertos, siempre ocupados, siempre agotados.
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