Dentro de los destinos exóticos existen aquellos que tienen un significado especial por algún acontecimiento que haya puesto ese lugar en el estrellato. ¿Cuántas veces te ha pasado que te emociona más el sitio de la noticia que el hecho en sí? Esto pasó con Isla de Cavallo, el lugar en que Carolina de Mónaco se enamoró de Stefano Casiraghi, un paraíso estival donde reinan las fiestas legendarias los reservorios naturales y las playas privadas.
Este sitio se ha convertido no por casualidad en el sitio predilecto de los millonarios y la realeza. Allí la vegetación no permite que se tomen fotos, por lo que se trata de los pocos rincones del mundo que ofrece en su geografía tal privacidad. Para proteger a humanos y entorno, hay zonas donde ni siquiera pueden acercarse los barcos, medio de transporte que poseen casi todos los isleños, lo que permite que las aguas sigan siendo cristalinas y la arena se mantenga del color blanco que siempre ha sido marca de la zona.
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Con un kilómetro y medio de playa privada, no hay comercios y solo hay un hotel construido en la etapa en que pasó a llamarse «la isla de los millonarios». Carolina era una niña cuando eso ocurrió, 1967, año en que el empresario de la noche y relaciones públicas Jean Castel compró la isla. Uno de los invitados fijos de las fiestas que organizó en esa tierra casi virgen fue Philip Junot, quien años después le enseñaría por primera vez la isla a Carolina.
Castel era a su vez el propietario del local parisino donde bailaban los chicos y las chicas bien de París y donde se conoció la pareja, para disgusto del príncipe Rainiero, en 1977. Castel, ex jugador de rugby y una figura clave de la vida nocturna y canalla parisina entre los años 60 y 80, convirtió la isla en una alternativa vacacional para los cachorros de la jet set, «hartos de veranear cada año en Saint Tropez», como afirma una crónica de la época publicada en Le Monde en 1981.
Toda la protección que hoy tienen por ley el aire, el mar y la tierra de isla de Cavallo no existía entonces y por eso Castel pudo empezar a construir sin tener permisos. Elevó 10 casas, el hotel y una pequeña pista de aterrizaje para jets privados cuya fiesta de inauguración reunió a 600 personas y 3.000 botellas de Dom Perignon. De ese evento, como de todos los que casi cada día de verano celebraba Castel en isla de Cavallo se conocen algunos datos, pero no los nombres de quienes acudían pues Junot era invitado fijo en todas las fiestas, pero no los periodistas. Y ese fue el principal reclamo, no tanto las aguas cristalinas y las arenas blancas, que atrajo a la juventud gala y pudiente: un lugar que los mantenía lejos de la vista de sus padres… y de la prensa.
Así, Castel convirtió Cavallo en la «isla de los millonarios», un nombre que le sigue yendo como anillo al dedo, pues siguen yendo Carolina, sus hijos y ahora también sus nietos, pero también muchos otros invitados exclusivos, entre los cuales se encuentran algunos que le han dado un tono misterioso al lugar. (NF)
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