El amor es complejo y tiene sus exigencias. Las cobardías en este intercambio no son permitidas cuando se quiere inmortalizar y permanecer en la memoria.
Fuertemente enlazados como los átomos, Marie y Pierre fueron ante todo amantes, compañeros, confidentes y amigos gracias, fundamentalmente, a que Pierre, alejado de los convencionalismos de la época, supo amarla como mujer y como científica, sin desmerecerla como madre trabajadora, ni como esposa, ni como investigadora con, quizá, más talento que él.
Fue el destino quien decidió juntarlos para que así ninguno tuviera que renunciar a nada y fue gracias a un profesor de Física, el polaco, señor Kowalski, que durante un viaje a París en 1894, recibió a ambos científicos para que expusieran su trabajo. Ese día descubrieron que su idéntica pasión por la ciencia les llevaría a algo mucho más profundo y duradero.
Ambos se caracterizaban por ser reservados y muy entregados a sus trabajos e investigaciones, sin tiempo para los flirteos.
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Poco después de conocerse, la pareja contrajo matrimonio. No querían esperar, había demasiadas investigaciones que realizar y muchos descubrimientos por hacer, así que en julio de 1895 se casaron en Sceaux e inmediatamente comenzaron su luna de miel, subidos a las dos nuevas bicicletas que compraron con el dinero recibido como regalo de bodas, a partir de allí juntos desarrollaron amplias investigaciones hasta coronarse con el Nobel de Física y la inmortalidad.
Tras un fuerte sismo en 1944, en la norteña provincia de San Juan (Argentina), se conocerían y a partir de allí se perfilaría una singular narrativa de la historia política argentina contemporánea.
Pasionales, comprometidos, y actores de primera línea en un proceso histórico, que aún hoy se ve con nostalgia, Juan Domingo Perón y Eva Duarte se amarían y compartían la misma pasión política, además de una devota admiración mutua.
«Pensábamos con el mismo cerebro, sentíamos con el mismo corazón», escribía Perón sobre Eva, desde el exilio, cuando eso, llevaba un año fuera del país, tras el golpe militar de 1955 y cuatro, tras la muerte de quien fue el gran amor de su vida.
«Yo quiero al general Perón con toda mi alma y por él quemaría mi vida una y mil veces»
«Yo la miraba y sentía que sus palabras me conquistaban; estaba casi subyugado por el calor de su voz y de su mirada» expresaba Perón. De su parte Evita sin miramientos expresaría públicamente. «Yo quiero al general Perón con toda mi alma y por él quemaría mi vida una y mil veces».
Entre ellos los sentimientos tuvieron una unidad de medida de difícil definición pero que incuestionablemente penetraba no solo sus intimidades sino que se cohesionaba en el hacer político, en las arengas desde los balcones y en la vida pública de la nación argentina que aún los mantiene con vida en sus recuerdos.
Esta es una historia de amor y de mutua colaboración intelectual, que se extendería por medio siglo, fue una de las más famosas y no por ello menos convencionales del siglo XX. Detrás de sus reflexiones, docencia y prolijidad intelectual ambos sostenían un pacto amoroso que los libraba del apego, de la tradición y de los manuales establecidos sobre las relaciones afectivas.
No solo que nunca se casaron, algo ya escandaloso para la época, sino que mantuvieron una relación abierta en la cual ambos tenían amantes. Detrás de la dicotomía entre «amor contingente» y «amor necesario» planteada por Sartre se extendían las polémicas y las dificultades.
Aceptar la poligamia es dejar de lado una lucha de egos y una inclinación constante a la exclusividad. Ambos fueron tan célebres como cualquier estrella de cine, conocidos como la controvertida pareja intelectual, Simone y Jean Paul, se trataron de usted durante más de 50 años, nunca vivieron juntos, se negaron a contraer matrimonio y tener hijos.
En «La ceremonia del adiós», Simone de Beauvoir describe los últimos años con Sartre, ese hombre con los ojos casi muertos, con una adicción terrible al alcohol, a las drogas… y a las mujeres. Esta pareja pasó a la historia como el símbolo del amor libre y la liberación sexual.
En algunas oportunidades las historias de los cuentos de hadas se confunden con las más tormentosas y laberínticas producciones que podrían ser ideadas por Alfred Hitchcock. A Wallis Simpson le gustaban las carreras de caballos y hacer el crucigrama del Daily Telegraph, jugar con los perros y ver la tele después de la cena.
En tanto que Eduardo VIII prefería el polo y la lectura, navegar y salir al campo a con su rifle y echar unos tiros a los platos o a las presas de caza. Entre ambos borronearon una historia de 50 años de convivencia, de la que en un inicio parecía dar el prólogo de cuento encantador y que en la práctica tuvo, tras bastidores, un desolador sabor agridulce.
Con tan solo 325 días al trono, Eduardo, abdicaría para estar con la plebeya norteamericana que había secuestrado su corazón. Pero no todo fue color de rosa, incluso antes del matrimonio con el duque de Windsor, en junio de 1937, Wallis ya no era, en privado, la enamorada devota que protagonizó el supuesto romance del siglo.
Eduardo fue siempre el objeto de sus burlas y críticas por su decisión de renunciar al trono, frente a su ambición de erigirse algún día en reina. Y entre ellos la trama de poder, intrigas, escándalos y traiciones fue el denominador común de esta célebre unión.
Este artículo fue escrito por Miguel Vega para la edición 2019 de revista Colección.
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