«El trabajo está hecho, ya nos podemos ir a casa». No parecen las declaraciones de una superestrella que, minutos antes, ha conquistado la NBA. Cuadran mejor con las palabras de un tipo sereno, que piensa en regresar a su país para descansar y disfrutar de sus caballos. El caso es que ambas percepciones son correctas y abarcan las dos caras de un jugador único en la cancha y discreto fuera de ella; de una leyenda volcánica en la pista y afable cuando los focos se apagan. Hablamos de un oxímoron, un genio tranquilo. Es Nikola Jokic.
La genialidad, tradicionalmente asociada a personalidades atormentadas, ansiosas, con dificultades para poner los pies en el suelo y sobrellevar una existencia mundana, encuentra en Nikola Jokic una excepción, una suerte de antagonista. Con el balón en juego y enfundado en la camiseta número 15 de los Denver Nuggets, el pívot serbio es un jugador indescifrable, con un talento puro, una visión de juego privilegiada y una creatividad que lo han coronado como mejor jugador de las últimas finales NBA, en las que su franquicia logró el primer anillo en sus 46 años de historia.
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Actualmente no hay ningún jugador parecido a Jokic; probablemente, no lo haya habido nunca. En una NBA que aparca a los pívots para jugar rápido e intercambiar triples, el pívot serbio ha dominado la Liga desde su inmenso catálogo de trucos. Anota en la pintura, a una pierna, gira, bota, pasa, conecta triples, rebotea, intimida, choca. Algo así como Magic Johnson jugando en el puesto de ‘5’.
Un mago que el verano de 2022 firmó el contrato más alto de la historia de la NBA (US$264 millones por 5 temporadas). Un Joker que, cuando suena la bocina y se quita la camiseta de los Nuggets, se transforma en un ciudadano tranquilo.
Nacido hace 28 años en Sombor, una ciudad de menos de 100 mil habitantes al noroeste de Serbia, la estrella de la NBA creció en el cruento contexto de la guerra que desangró el corazón de Europa. «Recuerdo sirenas, refugios, luces apagadas», describió en Bleacher Report. «Vivíamos prácticamente en la oscuridad». Apenas salía de casa y cuando lo hacía, iba de la mano de sus hermanos mayores.
Ellos le motivaron a jugar a un deporte que no le terminaba de apasionar. Enemigo del ejercicio físico, a Jokic le enganchaban las matemáticas, la historia, el waterpolo o los caballos, pero su cuerpo aconsejaba otro camino. Su peso le alejó de las carrera equinas y su altura (hoy 6’11» pies) conspiró para que el basket entrase a formar parte de su camino.
A los 17 años, Jokic se instaló en Belgrado, la capital serbia, y comenzó a jugar en el equipo juvenil del Mega Vizura. Dos años más tarde llegó la noche que cambiaría su vida. Sucedió mientras la futura superestrella estaba, tranquilamente, descansando.
«En el puesto 41 de Draft de 2014, los Denver Nuggets eligen a Nikola Jokic, de Serbia». Jokic no escuchó en directo las palabras del comisionado Adam Silver que le abrían las puertas de la NBA. «Yo estaba durmiendo», recuerda. «Mi hermano me llamó, estaba bebiendo champán. Le dije ‘déjame hombre, ¿no ves que estoy durmiendo?’. Y me quedé en la cama».
En el avión de camino a Denver, una temporada después de ser elegido en el Draft, Jokic se despidió de una de sus grandes adicciones: se bebió su última Coca-Cola. «Después de los entrenamientos no podía parar», reconoce el pívot, que consumía hasta 3 litros diarios. Consciente de que su cuerpo debería cambiar para triunfar en la mejor competición del mundo, el serbio cortó de raíz con esa costumbre y se puso manos a la obra.
Debutó con discreción (2 puntos ante los Houston Rockets), evolucionó con firmeza (terminó elegido en el mejor quinteto de novatos en su primera temporada), comenzó a destacar en su segundo curso (16.7 puntos y 9.8 rebotes de media) y se confirmó como titular y estrella del equipo en su tercera campaña.
Nueve años después de aquella noche de sueño y sueños, Nikola Jokic conquistaba su primer título de la NBA tras firmar unas finales históricas, promediando 30.2 puntos, 14 rebotes y 7.2 asistencias y dominando por completo el juego ante unos competitivos Miami Heat, impotentes ante su deslumbrante talento y su sólido liderazgo.
Con la misión cumplida, Jokic no tardará mucho en tomar un avión para volar a Serbia y disfrutar de sus caballos como cada verano. Eso sí, esta vez lo hará con un brillante anillo de campeón en el dedo.
Borja Santamaría
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