A diez años de haber ganado el Premio Nobel de Literatura, el escritor sigue dejando indelebles huellas. Mario Vargas Llosa no necesita presentación, y es uno de los autores más leídos en todo el mundo.
De su discurso en aquella ocasión de recibir el Nobel de Literatura 2010, le citamos:
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“La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras.
La literatura es una representación falaz de la vida que, sin embargo, nos ayuda a entenderla mejor, a orientarnos por el laberinto en el que nacimos, transcurrimos y morimos. Ella nos desagravia de los reveses y frustraciones que nos inflige la vida verdadera. Siempre me ha fascinado imaginar aquella incierta circunstancia en que nuestros antepasados, recién nacido el lenguaje que les permitía comunicarse, empezaron, en las cavernas, en torno a las hogueras, a inventar historias y a contárselas. Aquel fue el momento crucial de nuestro destino, porque, en esas rondas de seres primitivos suspensos por la voz y la fantasía del contador, comenzó la civilización”.
El escritor peruano, representa un hito en la literatura cuyo legado nos recuerda el valor tan grande del arte y las letras. Ese profundo proceso reflexivo que lleva a la creación de grandes obras, que le recuerdan al mundo su valor humano, su vulnerabilidad y toca las más profundas emociones capaces de mover voluntades a través del tiempo.