Es el heredero del trono de Arabia Saudita, el enorme país al que gobernará tarde o temprano. Y bajo su cargo de príncipe, antes de que sea el nuevo rey, ya es un hombre muy temido. No solo pertenece a una familia que ostenta un poder cuasi ilimitado, sino que goza de mando sobre los principales funcionarios del régimen, incluyendo los ministros. Por si fuera poco, controla los organismos de inteligencia y seguridad del Estado.
Se le considera el cerebro del crimen del periodista Yamal Jashoggi, a quien miembros selectos del aparato policial saudí asesinaron en el consulado del país en Estambul. Mohamed bin Salman es también un fanático de la tecnología de espionaje y ya hizo víctima suya al fundador de Amazon, el multimillonario Jeff Bezos. No es todo: posee una fortuna cuyo monto no se comenta en Arabia Saudita. Su mansión es única en su país. Está llena de obras de arte y de valiosos objetos llevados desde los cinco continentes.
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Pero más impresionate que su residencia en Riyad es el impresionante palacio que adquirió en París. Es el Chateau Louis XIV, una propiedad que le costó US$310 millones y que pagó sin pestañear.
Para recorrer su castillo parisino es recomendable dejarse guiar por un mapa, porque su gran cantidad de habitaciones y las muchas paradas que hay que hacer para apreciar las obras de arte pueden llevar a que el visitante pierda su orientación geogáfica.
Solo el recorrido por las cocinas es fascinante. Ni qué hablar de las salas de recepción o de los estudios. Y, claro, el gran aposento real es un canto a la mezcla de arte de varias épocas, con ornamentación europea y árabe.
Los garajes son otro espectáculo, dado que pareciesen ser una vitrina de las grandes marcas europeas. El castillo es la mansión más costosa de un extranjero en la capital francesa. Su sostenimiento cuesta una fortuna. No es algo que preocupe al príncipe porque para eso están las arcas estatales. Lo que nadie sabe es dónde guarda su mayor posesión: su celular hackeador. (rmm)
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