Durante mucho tiempo, el vino rosé se consideraba una bebida ‘de mujeres’. El singular producto era consumido por hombres a lo sumo durante unas vacaciones de verano en parajes idílicos del Mar Mediterráneo. Sin embargo, las ventas de esta variedad de la bebida alcohólica se han disparado en el mundo. En el mundo se consumen ahora anualmente 23.5 millones de hectolitros de vino rosé, particularmente en hogares de Estados Unidos y Europa. Se considera que las generaciones más jóvenes se desprenden más fácilmente de algunos estereotipos de género.
Para el portal francés especializado ‘Rosé Wines World Tracking’, el 10% de los vinos comercializados en el mundo son ahora vinos rosé. En Francia este porcentaje aumenta al 22%. Para Julian Schroll, fundador de la cava de rosados ‘Club Lavender’, la mayor tienda online de su tipo en Europa, el ‘boom’ se explicaría en los mayores niveles de calidad y complejidad de los portafolios, los cuales se han incrementado significativamente. Se destaca que las referencias de gamas media y alta ya no son tan ‘pegajosas’ y dulces como antes.
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Otras estadísticas de la consultora gala demuestran que el rosado está ‘de moda’. Por un lado, el valor de fábrica de una botella de 75 cl ha aumentado en la UE un promedio de 55% desde 2004, lo que denota los esfuerzos de la industria por generar valor agregado. Por su parte la producción de la variedad en países como Austria, Chile, Sudáfrica y Suiza ha aumentado en un 50% en los últimos 10 años. Los mayores mercados por desarrollar debido al consumo por cápita aún relativamente bajo son China, Canadá, el Reino Unido y Australia.
En palabras de Julian Schroll, en el pasado, “el vino rosé solía ser bastante dulce, a veces bastante dulce”. Eso lo hacía popular entre las mujeres, mientras que los hombres, reacios también al color de la bebida, a menudo preferían vinos secos, tánicos y ásperos. Casi ningún rosado en el mercado de comienzos del siglo XXI coincidía con este perfil de sabor. Sin embargo, eso habría cambiado enormemente en los últimos años. Para el experto, variedades de uva como Garnacha y Syrah aportarían la potencia necesaria.
La versatilidad y la elegancia del vino rosé serían otras de las claves del éxito del sector. Su combinación perfecta de frescura, textura y profundidad, lo hacen la bebida ideal para acompañar comidas abundantes como pescado o curry tailandés picante. Debido a las uvas tintas, el rosado tiene significativamente más taninos que el vino blanco, sin dejar de ser frutal ni de tener un ligero toque de acidez. Para Schroll, el vino rosado “es sol y felicidad en botella”. Un sorbo y el consumidor se sentiría como “en Ibiza, Marbella o Saint-Tropez”.
El favorito actual del coleccionista es el UP Ultimate Provence Rosé de la bodega Château de Berne, la cual se encuentra cerca de la reserva natural de Maures, en la región de Provence-Alpes-Côte d’Azur. La referencia, fabricada tras el añejamiento de uvas Syrah, Cinsault y Grenache, evoca el glamur de los balnearios de la zona. Deléitese con las notas frutales y florales y el frescor mineral. Así como con notas de pimienta, y una suave sensación en la lengua. La mejor temperatura para beber de un vino rosé es entre 8 y 10 grados Celsius. (mov)
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