Es posible que aún no haya estado expuesto al nuevo coronavirus, pero es casi seguro que ha estado expuesto a un contagio paralelo. Tal vez incluso haya ayudado a propagarlo. Podría ser retuiteando quejas desde Australia sobre supermercados desabastecidos de desinfectante para manos, o dando “me gusta” a la publicación en Instagram de Gwyneth Paltrow de sí misma usando una mascarilla facial, o mirando ansiosamente en Facebook fotos de un amigo en Texas de largas colas en los supermercados para comprar agua y toallas de papel.
Las plataformas en línea están llevando el contagio social a nuevos niveles, lo que dificulta que las personas sepan dónde están los riesgos reales o cuáles son las precauciones correctas. Las compras por pánico no son un fenómeno nuevo, pero el conocimiento instantáneo de los efectos dominó del virus, sean estos justificados o no, aumenta el pánico. Es un fenómeno que nunca hemos experimentado a esta escala.
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Cuando la gripe española caló en la sociedad hace un siglo, inicialmente había muy poca cobertura de prensa. De hecho, se llama así no porque se haya originado en España, sino porque allí fue donde, por primera vez, se informó ampliamente sobre el impacto del virus. La censura impuesta durante la Primera Guerra Mundial significó que la prensa en Francia, el Reino Unido, Estados Unidos y Alemania apenas pudo cubrir la enfermedad hasta fines de 1918, cuando ya había millones de contagiados. España no era un país combatiente en la guerra, por lo que los periódicos eran libres de informar sobre la enfermedad que finalmente cobró la vida de unos 50 millones de personas en todo el mundo.
En la era del Covid-19, el problema es el contrario: tanto la información correcta como la incorrecta se están propagando más rápido que el propio virus, amplificada por el ciclo de noticias en línea y las interminables reacciones personales y anécdotas compartidas mucho más allá de la familia y amigos más cercanos. En un intento por erradicar estas falsas informaciones, el presidente ejecutivo de Facebook Inc., Mark Zuckerberg, dijo el miércoles que la red social ofrecería a la Organización Mundial de la Salud publicidad gratuita para su respuesta a la enfermedad, y trabajaría para erradicar aseveraciones y teorías de conspiración falsas sobre el virus. Hay que reconocer el esfuerzo, al menos.
En 1918, la razón para censurar la información sobre la gripe española surgió de la opinión del sector médico de que había un vínculo directo entre el estado emocional de una persona y su bienestar físico, según escribió el historiador Mark Honigsbaum. Difundir la negatividad, se temía, no solo socavaría la moral pública, sino que también haría que la población en general tuviera más probabilidades de contraer la enfermedad y sucumbir ante ella.
En estos días, las autoridades médicas tienen diferentes razones para ser cautelosas en sus declaraciones públicas. No solo quieren evitar provocar una histeria general, lo que podría impedir que el servicio y el equipamiento médico básico llegue a aquellos que más lo necesitan, sino que también quieren evitar dar una falsa alarma por accidente. En medio del brote de gripe porcina de 2009, una autoridad médica de Inglaterra advirtió que podría haber 65,000 muertes. Finalmente, murieron 214 personas.
Eso se ha sumado a “un desgaste de la confianza y la deferencia” no solo hacia los expertos, sino también la competencia profesional en general, según Honigsbaum, autor de “The Pandemic Century: One Hundred Years of Panic, Hysteria and Hubris” (El siglo de la pandemia: 100 años de pánico, histeria y presunción). Eso puede hacer que haya menos propensión de las personas a buscar asesoramiento de expertos destacados.
En la década posterior a la gripe porcina, la forma en que consumimos noticias también ha cambiado. Facebook ha pasado de tener 360 millones a 2,500 millones de usuarios. Multitudes de personas ahora están compartiendo y volviendo a compartir información rápidamente, no siempre evaluando de antemano cuán confiable o potencialmente frenética puede ser la divulgación de la información.
La avalancha de información ha hecho más difícil saber en qué confiar. No es necesariamente que las personas se inclinen a creer “noticias falsas”, sino que, debido a que las fuentes no confiables se presentan de la misma manera que las creíbles, estas últimas se devalúan por asociación. Una encuesta del Pew Research Center de 2018 concluyó que 57 % de los estadounidenses espera que las noticias que ven en las redes sociales sean “en gran medida inexactas”. La gente da “me gusta” y comparte sin distingo.
Facebook y Twitter Inc. están tratando de tomar medidas drásticas contra la información errónea, y de garantizar que la información más confiable aparezca primero para quienes la buscan, pero eso es solo una parte de la ecuación. La naturaleza viral de las experiencias u opiniones personales reales también acentúa el pánico. Las redes sociales no van a bloquear una foto de un amigo, ni deberían hacerlo. Pero la publicación aún podría hacerle pensar salir corriendo al supermercado para abastecerse de papel higiénico, ya sea que realmente lo necesite o no. Una autoridad de salud pública de EE.UU. incluso recurrió a Twitter para instar a las personas a que dejen de comprar mascarillas, para asegurarse de que haya suficientes para los profesionales de la salud.
Hay una corriente de pensamiento social llamada teoría del contagio, que analiza cómo las ideas y, a veces, el comportamiento irracional, se extienden en un grupo. Las redes sociales juegan con esto generando reacciones emocionales al contenido: Facebook lo invita a responder a una publicación con “me gusta” o emoticones de amor, ira, asombro, risa o llanto. Todas las emociones que transmite a una serie de personas cercanas y lejanas, alentándolos a hacer lo mismo.
Las redes sociales están conectadas para “despertar compromisos emocionales y hacerlos contagiosos”, según Tony D. Sampson, teórico crítico y autor del próximo libro “A Sleepwalker’s Guide to Social Media” (Guía del sonámbulo para las redes sociales). Puede ser perjudicial para una gran variedad de cosas, desde la política hasta la salud, dice, porque “lo que se propaga tiende a estar en un rápido registro visceral de comunicación en lugar de un pensamiento razonado”.
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