La transición ecológica requiere grandes cantidades de metales y minerales. Un hecho que, en medio de la urgencia y el entusiasmo, tiende a pasar a un segundo plano. El litio, el cobre o las tierras raras deberán jugar un papel clave para avanzar hacia un mundo más sostenible. Tal es así que, según cálculos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), el consumo de minerales y menas se multiplicará si se pretende alcanzar los objetivos fijados en el Acuerdo de París.
Dos ejemplos que refuerzan esta afirmación:
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Así, se calcula que la demanda de litio aumentará 40 veces para el año 2040. El uso de cobre, especialmente para cables eléctricos, se duplicará. Y la generación de energías renovables a partir de las energías eólica y solar hará que el uso de minerales se triplique.
Los recursos actualmente explotados o las minas actualmente planificadas cubren solo 50 % del litio y 80 % del cobre requeridos. La transición energética a la que se aspira no será posible sin explotar nuevos recursos minerales.
La mayoría de los minerales y metales utilizados en Europa provienen de América Latina. La región atrae en la actualidad las mayores inversiones en minería a escala mundial, ya que posee grandes yacimientos metalíferos, que son de especial importancia para la transición energética y la electromovilidad.
En la actualidad se están explotando particularmente los yacimientos en el llamado «triángulo del litio», que comprende parte de Bolivia, Chile y Argentina y donde se estima que se encuentra 55 % de las reservas mundiales de este metal. El litio se encuentra allí en lagos salados a una altitud de más de 5,000 metros, en ecosistemas únicos.
Los tres países esperan superar la crisis económica agravada por la pandemia con el aumento de los ingresos provenientes de la extracción de este mineral. Sin embargo, la creciente explotación de los yacimientos de materias primas también conlleva el riesgo de conflictos sociales y daños ambientales considerables.
La extracción en el triángulo del litio supone, según los estudios actuales, impactos ambientales muy negativos. Además de la disminución del nivel de las aguas subterráneas debida a la alta demanda de agua, un particular problema es el arremolinamiento del viento sobre los residuos secos de productos químicos utilizados.
Ambos fenómenos ponen en peligro tanto el medioambiente como el sustento de las poblaciones a menudo indígenas que habitan el triángulo y viven principalmente de la agricultura. Si bien hay legislación ambiental en todos los países, su cumplimiento a menudo fracasa debido a la debilidad de las instituciones estatales y al gran interés de los gobiernos en la explotación de materias primas. Hacen grandes concesiones a las empresas mineras, en su mayoría extranjeras.
Además, los mecanismos de participación para las consultas con los grupos indígenas suelen aplicarse de manera deficiente, si bien la mayoría de los países han ratificado acuerdos internacionales relevantes como el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo. En muchos países de América Latina, la falta de participación de los pobladores locales afectados es el punto de partida de enérgicas protestas e incluso violentos desmanes.
En general, la población local no se beneficia de las ganancias materiales generadas por la explotación de materias primas y está mayormente desprotegida ante sus negativas consecuencias sociales, económicas y ecológicas.
En definitiva, existe el riesgo de que la necesaria reforma del sector energético en el «Norte global» contribuya a la ampliación de las desigualdades en el «Sur global» y amenace su sostenibilidad ecológica y social. Son precisamente los grupos poblacionales que menos contribuyen a la crisis climática los que más podrían sufrir las consecuencias del cambio económico.
Así, el cumplimiento de las normativas medioambientales vigentes, el involucramiento de la población local en los proyectos y procesos, la extracción respetuosa de materias primas o el reciclaje son algunos de los principales retos que pone sobre la mesa esta realidad. El objetivo, conseguir los volúmenes de metales y minerales necesarios para la transición ecológica sin amenazar la sostenibilidad local.
Artículo publicado en la edición julio-agosto de la revista Technology.
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