Todavía a finales de enero de 2024, al menos, Ucrania sigue resistiendo a los embates de Rusia. Su conexión a internet ha sido clave para que sus mandos interregionales se comuniquen, sus drones autónomos se actualicen con las informaciones necesarias para dar en el blanco y los estimados de inteligencia de Occidente sigan apoyando los objetivos de la armada ucraniana.
Si bien es cierto que el conflicto en el mismo corazón de Europa del Este se ha reconocido como un laboratorio en materia de la aplicación de la inteligencia artificial en la guerra, ha pasado desapercibido cómo Starlink, la proveedora de conexión a la web propiedad de Elon Musk, ha ayudado a Ucrania a inclinar a su favor la balanza de poder bélico.
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Starlink es de las primeras empresas que se aprovecha de un nuevo espectro geopolítico y de negocios, que servirá de escenario para que el mundo aumente sus opciones de productividad: la órbita terrestre baja.
Esta órbita terrestre baja, zona que comprende entre los 80 y los 500 kilómetros desde el nivel del mar hacia arriba, podría ser el “hogar” de un millón de satélites tan pronto como 2035, de acuerdo con la Unión Internacional de Telecomunicaciones. En la actualidad, gravitan sobre la Tierra en aproximado 100,000 satélites.
No es casual que sea la multilateral de telecomunicaciones adjunta a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que lleve las estadísticas, porque por el momento el uso más comercial que se le puede dar a un satélite es el de llevar internet, telefonía o televisión de forma directa desde el espacio, siendo precisamente DirectTV y Starlink los casos más destacados. Su potencial es alto.
Aún en 2023, cuando el negocio de la órbita terrestre baja era apenas marginal, por decir lo menos, Markets and Markets, un bróker de datos, calculó su negocio global en 12,300 millones de dólares estadounidenses en el mundo.
De su lado, Reports and Data, otro bróker de datos, adelantaron que para 2030 los negocios relacionados con la órbita terrestre baja valdrán 32,000 millones de dólares a escala global.
Ahora bien, no solo para ver fútbol inglés viviendo en Licey al Medio o para actualizar drones autónomos en el Mar Muerto es que sirven los satélites.
Rastrear posibles epidemias, servir al sistema de geoposicionamiento global, o GPS, y deslindar grandes fincas como las que operan en Brasil sirven estos aparatos que flotan por la ionósfera. Vigilar el mar, alto que parece imposible aún en plena era de la aviación, será posible gracias a una mayor presencia de satélites con capacidad para escanear las aguas profundas.
En la carrera por mejores formas de entrenar algoritmos que luego aprendan por sí mismos, la recolección de datos tomados desde el firmamento haría de las empresas operadoras de satélites acopios de data aún mayores que las mismas empresas de redes sociales.
Por eso, Estados Unidos ya tiene una estrategia para controlar ese mercado sideral.
El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de la Casa Blanca publicó su informe “Estrategia Nacional para la Investigación y Desarrollo de la Órbita Terrestre Baja”, redactado por el Grupo de Trabajo Interagencial de Ciencia y Tecnología para la Órbita Terrestre Baja.
“Los Estados Unidos seguirán trabajando con actores privados para fortalecer la cooperación comercial para entender e implementar soluciones económicamente viables, con fines de aprovechar las posibilidades financieras de la órbita terrestre baja. La idea es conectar a emprendedores con el espacio exterior, apoyándolos en sus labores de investigación y desarrollo por medio de viajes a la órbita terrestre baja. En el mismo orden, remover cualquier barrera regulatoria que complique esa conexión entre las start-ups y el espacio que pretenden investigar”, señaló el informe del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de la Casa Blanca.
El extracto del informe encuentra razón de ser en un cambio de paradigma sobre el espacio exterior y los negocios que se pueden hacer en su espectro.
SpaceX demostró que es más eficiente que empresas privadas se encarguen de tomar los riesgos de construir naves que abaraten los viajes al espacio, en vez de que la NASA (la Administración Nacional para la Aeronavegación y el Espacio, de Estados Unidos) licite con dinero público a compañías para hacer ese servicio, o simplemente enviar cohetes al espacio con su presupuesto federal. En vez de eso, SpaceX, con la nave de su propiedad, le factura a la NASA por casa vuelo.
En ese sentido, el modelo anteriormente explicado, con naves espaciales reutilizables cuan aviones comerciales, se ha convertido en la única opción para llevar astronautas y científicos a la Estación Espacial Internacional.
Pues para el desarrollo de la órbita terrestre baja, el gobierno de los Estados Unidos apuesta al modelo SpaceX con fines de superar a Rusia, China e India en la carrera por contar con más satélites, con mayor eficiencia, en el firmamento.
¿Será más efectivo liberar los instintos naturales de los emprendedores en esta carrera, que el monopolio estatal al que apuestan las demás potencias? El modelo SpaceX cuenta con grandes críticos, con el argumento común de que entrega en manos privadas un espectro que, de acuerdo con ellos, debería pertenecer a la sociedad en general.
“Un pilar importante del apoyo gubernamental a las start-ups que persigan una posición fuerte en la órbita terrestre baja consiste en la transferencia de patentes y know-how hacia estas pequeñas empresas con fondeo de fondos de inversión, de modo que la experiencia de la NASA se pueda comercializar”, señaló el informe de la Casa Blanca.
Bien disimulado, y sin mayor explicación, el informe del Consejo de Ciencia y Tecnología emula el concepto de “propiedad”. En un mundo que aún no se ha puesto de acuerdo sobre cómo repartirse el Ártico, ¿cómo se delimitarían los linderos de la órbita terrestre baja? ¿Sería necesaria una guerra atmosférica con fines de que surja un hegemón del espacio, tal como Estados Unidos se impuso en Oriente Próximo para garantizar un flujo de petróleo constante?
Esa visión de emprendimiento y propiedad en el espacio Estados Unidos planea exportarla. “Vamos a coordinar la cooperación con países aliados, y sus empresas, tanto para compartir conocimientos, como con fines de establecer reglamentos de usos pacíficos del espacio exterior, orientados a aprovechar las potencialidades de la órbita terrestre baja”.
Los Estados Unidos comprenden, al menos de acuerdo con su estrategia, que los recursos humanos son clave para ganar la carrera por dominar la órbita terrestre baja.
“Construiremos capacidades y plataformas de educación superior orientada hacia el espacio exterior, con énfasis en la investigación, desarrollo, innovación y comercialización de la órbita terrestre baja, puesto que ese personal preparado será el pilar de las empresas que se aventuren a llevar a cabo negocios relacionados con este espectro”, cuenta la Casa Blanca.
¿Cuál es el primer paso? Ofertas de becas para post-doctorados que recluten a jóvenes profesionales en carreras STEM, siglas en inglés para “ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas”.
Artículo publicado en la última edición de revista Technology
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