En las últimos semanas, una nueva tendencia ha invadido las redes sociales: transformar fotografías cotidianas en ilustraciones que emulan el mágico estilo de Studio Ghibli.
Millones de usuarios han adoptado esta práctica, revistiendo sus recuerdos con la estética de películas como El viaje de Chihiro o El castillo ambulante. Sin embargo, detrás de esta aparente inocencia digital se esconde un problema creciente: el enorme consumo de recursos naturales que demanda la inteligencia artificial (IA), particularmente el agua.
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Cada vez que un usuario solicita a una herramienta de IA que convierta una foto en un cuadro animado, se activa una compleja infraestructura tecnológica. Los centros de datos, repletos de servidores de alto rendimiento, trabajan a máxima capacidad para procesar estas peticiones.
El problema radica en que estos equipos generan cantidades masivas de calor, lo que obliga a implementar sistemas de refrigeración intensivos.
Uno de los métodos más comunes para mantener la temperatura bajo control es el uso de torres de enfriamiento, donde el agua absorbe el calor y se evapora. Aunque eficiente, este proceso consume grandes volúmenes del recurso hídrico.
Cabe destacar que plataformas como ChatGPT emplean aproximadamente 500 mililitros de agua por cada serie de entre 5 y 50 interacciones. Cuando se extrapola esta cifra a escala global, el impacto resulta alarmante.
Los datos no mienten. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) proyecta que, para 2027, la inteligencia artificial podría estar consumiendo entre 4.2 y 6.6 mil millones de metros cúbicos de agua al año. Esta cantidad supera el uso anual de países enteros como Dinamarca y equivale a la mitad del consumo del Reino Unido.
Las grandes tecnológicas ya han comenzado a reportar incrementos significativos en su demanda hídrica. En 2022, Microsoft registró un aumento del 34% en su consumo, atribuido en parte al entrenamiento de modelos como ChatGPT.
Google, por su parte, utilizó entre 6 y 7 millones de metros cúbicos ese mismo año, mientras que Meta alcanzó los 2 millones. Estas cifras reflejan una realidad ineludible: el avance de la IA está directamente ligado a una mayor presión sobre los recursos naturales.
No todas las herramientas de IA generan el mismo impacto. Mientras que modelos como ChatGPT se especializan en texto, sistemas como DALL·E o Midjourney están diseñados para crear imágenes a partir de descripciones escritas. Este último proceso suele ser más demandante en términos computacionales, ya que requiere analizar patrones visuales, aplicar filtros artísticos y renderizar gráficos de alta calidad.
El resultado es un mayor consumo energético y, por ende, un incremento en la necesidad de refrigeración. Aunque las empresas no siempre revelan datos detallados, se estima que la generación de una sola imagen mediante IA puede consumir hasta el doble de agua que una interacción basada en texto.
Uno de los mayores obstáculos para cuantificar el verdadero impacto ambiental de la IA es la opacidad de las empresas tecnológicas. Muchas no reportan el consumo total de agua asociado a sus operaciones, limitándose a divulgar cifras parciales. Esta falta de estandarización en la medición dificulta la implementación de políticas efectivas para mitigar el daño ecológico.
Algunas organizaciones ya han comenzado a presionar para que se establezcan normativas más estrictas. Entre las propuestas figura la obligatoriedad de que las compañías detallen su consumo hídrico y energético, así como la adopción de sistemas de enfriamiento más eficientes. Sin embargo, sin una legislación clara, los avances en esta dirección siguen siendo lentos.
A pesar del panorama, existen iniciativas que apuntan a reducir el impacto ambiental de la IA. Microsoft, por ejemplo, ha anunciado su objetivo de ser «positiva en agua» para 2030, lo que implica reponer más líquido del que consume mediante proyectos de reforestación y restauración de cuencas hidrográficas. Otras empresas exploran alternativas como el uso de refrigeración por aire o la ubicación estratégica de centros de datos en regiones frías para minimizar la dependencia del agua.
No obstante, los expertos coinciden en que la solución no recae únicamente en las corporaciones. Los usuarios también desempeñan un papel crucial al moderar su uso de estas herramientas y optar por alternativas menos demandantes cuando sea posible. La concienciación sobre el costo ecológico de cada imagen generada o cada consulta realizada podría marcar la diferencia.
La posibilidad de convertir una selfie en una obra de arte al estilo Ghibli es, sin duda, un avance tecnológico fascinante. No obstante, como sociedad, enfrentamos el desafío de equilibrar la innovación con la sostenibilidad. Si bien la IA seguirá evolucionando, es imperativo que su desarrollo no ocurra a expensas de recursos vitales como el agua. El futuro de esta tecnología dependerá, en gran medida, de qué tan bien logremos conciliar su potencial creativo con la responsabilidad ambiental.
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