Los fenómenos meteorológicos extremos no son nuevos, pero su comportamiento ha cambiado radicalmente en las últimas décadas. Uno de los efectos más preocupantes del cambio climático es la creciente frecuencia e intensidad de las transiciones abruptas entre temperaturas extremadamente cálidas y frías. Estas oscilaciones, que antes eran esporádicas, se han vuelto más comunes desde 1961 y, según un reciente estudio publicado en Nature Communications, seguirán intensificándose hasta finales del siglo XXI.
La investigación, liderada por científicos de China, Canadá y Estados Unidos, revela que más del 60 % de las regiones analizadas han experimentado un incremento en la velocidad, frecuencia y severidad de estos cambios térmicos.
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Las zonas más afectadas incluyen Europa Occidental, América del Sur, África y el sur y sudeste asiático. Sin embargo, el impacto no se distribuye de manera uniforme: los países de bajos ingresos enfrentarán las consecuencias más graves, con una exposición hasta seis veces mayor que el promedio mundial.
A diferencia de los estudios centrados exclusivamente en olas de calor o frío extremo, este trabajo analiza los efectos combinados de las transiciones rápidas entre ambos extremos. Según los investigadores, la falta de tiempo para adaptarse agrava los riesgos para la salud humana, la agricultura, los ecosistemas y las infraestructuras.
Sequías prolongadas seguidas de heladas inesperadas, o picos de calor que dan paso a bruscos descensos térmicos, pueden devastar cultivos, alterar ciclos biológicos y aumentar la mortalidad en poblaciones vulnerables.
Utilizando datos históricos desde 1961 hasta 2023 y modelos climáticos proyectados hasta 2100, el equipo evaluó cinco escenarios de emisiones de gases de efecto invernadero definidos por el IPCC. Los resultados son alarmantes: en un panorama de altas emisiones, donde las concentraciones de CO₂ continúan aumentando, la intensidad y duración de estos cambios abruptos se incrementarán notablemente hacia finales de siglo. Además, el tiempo de transición entre temperaturas extremas se reducirá, dejando menos margen para la adaptación.
En contraste, los escenarios con políticas de mitigación más estrictas muestran una reducción significativa en la exposición global a estos fenómenos. Esto subraya la importancia de las acciones inmediatas para frenar el calentamiento global y, con ello, disminuir la volatilidad climática.
Uno de los hallazgos más críticos del estudio es la desigualdad en la distribución de los riesgos. Las naciones con menos recursos económicos, muchas de las cuales ya sufren las consecuencias del cambio climático, serán las más perjudicadas.
Su capacidad limitada para implementar sistemas de alerta temprana, infraestructuras resilientes o programas de salud pública las hace especialmente sensibles a estas variaciones térmicas repentinas.
La agricultura, un sector vital para la supervivencia de millones de personas en estas regiones, enfrentará desafíos sin precedentes. Cultivos que dependen de condiciones climáticas estables podrían verse afectados por floraciones prematuras seguidas de heladas letales, lo que generaría pérdidas masivas en la producción de alimentos. Del mismo modo, las infraestructuras básicas, diseñadas para resistir condiciones meteorológicas predecibles, podrían colapsar ante la creciente inestabilidad.
El informe destaca la necesidad urgente de profundizar en la comprensión de estos fenómenos y desarrollar estrategias de adaptación, especialmente en las regiones más expuestas. Aunque la ciencia climática ha avanzado en el estudio de eventos extremos independientes, los mecanismos detrás de las transiciones abruptas entre calor y frío aún requieren mayor investigación.
La reducción de emisiones sigue siendo la medida más efectiva para limitar el aumento de la volatilidad térmica. Sin embargo, incluso en los mejores escenarios, ciertos niveles de cambio climático son inevitables, por lo que la adaptación debe ser una prioridad.
Inversiones en sistemas de monitoreo climático, agricultura resiliente y planes de protección para la población vulnerable son pasos esenciales para minimizar los daños.
El estudio refuerza la evidencia de que el cambio climático no solo implica un aumento gradual de las temperaturas, sino también una mayor inestabilidad en los patrones meteorológicos. Los «vaivenes térmicos» ya no son una anomalía, sino una tendencia en ascenso con consecuencias profundas para la vida en el planeta.
Ante este panorama, la comunidad internacional debe acelerar sus esfuerzos para reducir las emisiones y, al mismo tiempo, fortalecer la capacidad de adaptación de las sociedades, especialmente en las regiones más desfavorecidas. El tiempo de actuar es ahora, antes de que la locura del clima se convierta en una catástrofe irreversible.
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