René Descartes fue el padre de la filosofía moderna. Un tipo brillante que, en un momento de máxima inspiración, llegó a una de las conclusiones más trascendentales que puede alcanzar un ser humano: «existo». Una deducción elemental a la que llegó por la vía del pensamiento. Su «pienso, luego existo», «cogito ergo sum», quedó enmarcada como su frase más célebre. Aunque no se han encontrado pruebas de ello, la sentencia pudo venir acompañado de otra: «Cogito, tunc sum gravere», «pienso, luego me canso». Cuatro siglos después, la ciencia corrobora esta segunda afirmación. Porque sí, como ya habrás notado, pensar cansa. Este estudio lo demuestra.
Casi 400 años después de aquel chispazo, científicos de universidades francesas, cuna de Descartes, se han lanzado a estudiar los efectos que pensar tiene en nuestro organismo. Con una muestra de alrededor de 50 personas, conformaron dos grupos. Durante seis horas y media, tiempo equivalente a la jornada laboral en Francia, les asignaron diferentes tareas:
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Durante la jornada laboral simulada, los investigadores midieron diferentes parámetros en ambos grupos:
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Las pruebas arrojaron los siguientes resultados en el grupo A:
En este tercer punto se encuentra la clave en la que se basan las conclusiones del estudio, publicadas en la revista ‘Current Biology’. «En los grupos que tenían que resolver las tareas más difíciles, los niveles de glutamato aumentaron con el tiempo», afirmó Antonius Wiehler, investigador del Instituto del Cerebro de París y uno de los autores del estudio. Se deduce que este aminoácido dificulta el trabajo de la corteza prefrontal, obstaculizando la concentración.
El glutamato se libera en el reducido espacio que hay entre neuronas. El cerebro trata de protegerse para evitar un exceso y eso nos lleva a cansarnos, según las conclusiones del estudio. «La actividad cerebral en esta región se regula a la baja para evitar una mayor acumulación de glutamato«, resuelve Wiehler.
El estudio coincide en la conclusión de fondo con otras teorías, pero es rompedor en la explicación. Las ideas dominantes respecto a la fatiga mental apuntan a un agotamiento de energías como la causa principal. Otras hipótesis señalaban a una especie de argucia de nuestro cerebro, que nos hacía sentir una ilusión de cansancio para provocar que cesásemos nuestra actividad.
La teoría del glutamato contradice todas las anteriores. «Nuestros hallazgos muestran que el trabajo cognitivo da como resultado una verdadera alteración funcional, la acumulación de sustancias nocivas, por lo que la fatiga sería una señal que nos hace dejar de trabajar, pero con un propósito diferente: preservar la integridad del funcionamiento del cerebro», concluye Wiehler.
Sea como fuera, tienes razón. Pensar cansa y la ciencia lo demuestra.
Por Borja Santamaría
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