Sobre el órgano maestro del cuerpo humano, desde siglos antes de Cristo se han tenido especulaciones variadas sobre qué hace, para qué sirve, porqué se encuentra en esa posición… claro, las conclusiones no han sido únicas. La ciencia tiene respuestas certeras, pero las personas esparcen, captan y crean información sobre el cerebro que aunque suenen con lógica, no son ciertas.
Aristóteles, en el siglo IV a.C., consideraba que el cerebro era un órgano secundario cuyo único fin era refrescar la sangre que usaba el corazón para funciones mentales. Luego, el médico romano Galego llegó a una conclusión distinta que la del filósofo griego: lo mental se produce en el cerebro en lugar de el corazón.
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Por la gran variedad de concepciones sobre el cerebro, se podría decir que ha sido el prefacio de la infinita cantidad de mitos que rondan boca a boca diariamente. Lisa Feldman Barrett, neurocientífica y autora del libro ‘Siete lecciones y media sobre el cerebro’, desmiente «esa gran mancha gris que tenemos entre los oídos».
Las neuronas son limitadas. De una forma u otra lo son, dígase 50/50, pues en algunas partes del mencionado órgano los seres humanos son capaces de regenerar sus neuronas, mientras que en su mayoría, no. Feldman recalca que no es solo una práctica de los seres humanos, sino que las aves regeneran cada año para aprender nuevos cantos para atraer parejas.
«Pensaron que la creación de neuronas sólo ocurría en las aves, pero no en los mamíferos; pero resulta que no sólo ocurre en los mamíferos, sino también en los primates y hasta en los humanos».
Solo usamos menos del 10% de nuestras neuronas. La idea es metabólicamente ineficiente; de ser cierto, significaría que se desperdicia el 90% de la capacidad del cerebro, pues el órgano gasta hasta 20 puntos porcentuales del ‘presupuesto’ metabólico. Simplemente no es cierta esta concepción, afirma Feldman.
«Usamos el cerebro todo el tiempo y no una neurona sino millones y millones en todos y cada uno de los momentos».
Las emociones están en el corazón. Teóricamente no, el cerebro se encarga de escribir la historia, de enviar las señales al cuerpo sobre lo que se ‘siente’; por ello cuando si escuchamos atentamente a nuestro organismo, los latidos del corazón se sienten en la cabeza, no en el pecho. Es como un caso extremo de gaslighting que ejerce el líder del rebaño.
«Es difícil de comprender pero no sientes nada en tu cuerpo, todo lo que sientes está en tu cerebro».
El cerebro es para pensar. Si tomamos en cuenta las funciones íntegras del órgano encasillado dentro del cráneo, podemos llegar a la conclusión que para pensar o sentir, primero el cuerpo debe estar vivo.
Para mantenerlo de esta forma, «piensa, siente y percibe con el fin de controlar los sistemas internos de tu cuerpo para que sobrevivas, te mantengas saludable y, eventualmente, procrees -desde el punto de vista evolutivo-, y/o prosperes -desde el individual-«.
Trabaja solo. El cerebro trabaja solo en apariencias, pero tras los bastidores funciona a la par con su homólogo en el cuerpo de otras personas. Es decir que su familia, amigos e incluso desconocidos aportan a la función de su cerebro, manteniéndolo en sintonía. (dv/pfm)
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