Hace diez años, el temblor que sacudió la costa oriental de Japón fue tan fuerte que provocó que la Tierra se saliera de su eje; el terremoto de 9,0 grados de magnitud y 24,4 kilómetros de profundidad, desencadenó un devastador tsunami cobrándose la vida a más de 18,000 personas.
Luego de Chernobyl, este es el segundo desastre en alcanzar la cúspide de la Escala Internacional de Accidentes Nucleares; para ser denominado “accidente mayor” (nivel 7) en la escala INES, el incidente debe poner en riesgo la salud de las personas y el medio ambiente a través de la liberación de material radioactivo.
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Una ola de 10 metros a 800 km por hora arrasó a la nación asiática, eliminando ciudades enteras de sus mapas. La situación empeoró cuando la ola inundó los reactores en la central nuclear de Fukushima, provocando una catástrofe enorme; más de 100,000 personas evacuaron la zona por temor a la radiación.
Casi medio millón de habitantes debieron reubicarse en refugios, manteniéndose desplazados hasta la fecha. Ese mismo año, el Banco Mundial consideró que Japón podría tardar cinco años en superar los US$235,000 millones perdidos en daños.
Una década después, pese a que las autoridades japonesas estiman necesitarán más de 30 años para retirar residuos nucleares, barras de combustible y un millón de toneladas de agua radiactiva seguramente, el progreso en la zona es evidente; 3.5% de su población inicial regresaron a sus hogares.
Lo sucedido
La central nuclear detectó a tiempo el terremoto, apagaron los reactores, encendieron los generadores de diésel de emergencia con el fin de mantener el bombeo refrigerante alrededor de los núcleos. Todo iba bien, hasta que una gigantesca ola destruyó las defensas, inundó la central, dejando fuera de servicio los generadores de emergencia.
El corte de energía junto a las vicisitudes consiguientes provocó una fusión nuclear cuando varios reactores se sobrecalentaron; a pesar del incansable esfuerzo de los trabajadores se registraron explosiones químicas, filtraciones de material radioactivo a la atmósfera y al océano Pacífico, que provocó daños a infraestructuras y evacuaciones masivas.
El tributo de los japoneses
Varias de las localidades afectadas rindieron sentidos homenajes a sus conciudadanos desaparecidos. En Otsuchi, la ola destruyó su ayuntamiento, causando la muerte de algunos 40 empleados; sus familias se reunieron vestidos de negro en el terreno vacío como una forma de conmemorar las vidas perdidas. En la localidad de Ishinomaki, con los nombres de más de 3,000 víctimas en mano, decenas de vecinos rezaron ante un cenotafio erguido en su honor y la antigua capital imperial, Kyoto, las autoridades llevaron a cabo un simulacro de emergencia a fin de sensibilizar y preparar a sus habitantes ante futuros desastres naturales.
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