FUE POLÉMICO EN SU CAMPAÑA ELECTORAL, ES polémico en su nuevo cargo y será polémico al menos por los próximos cuatro años.
Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, el coloso suramericano, es el primer mandatario de ese país desde el 1 de enero de este año. Y desde ese día no ha dejado de causar debates y controversias en su escenario
local y expectativas crecientes en el entorno latinoamericano. No es, sin embargo, para asombrarse, porque el exmilitar anunció con toda claridad que llegaba al máximo cargo a transformar el status quo de su nación, al que tildaba de carcomido por la inseguridad, fracasado en lo social, caótico en lo económico y fallido en lo institucional.
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Bolsonaro nunca fue figura descollante en ningún partido político. No se formó en las más prestigiosas universidades del país, no tiene el currículum brillante de los líderes empresariales, no brilló en el deporte, no tuvo el respaldo de las figuras del espectáculo o de los estadios, no fue congresista influyente. Nada de eso le respaldó cuando decidió ser candidato a la Presidencia. Pero ganó, respaldado por las multitudes hartas de la política y los políticos tradicionales.
Llegó al poder por encima de los grandes partidos como el Social Demócrata o el de los Trabajadores. Los derrotó a esos y a los demás, e impuso en el trono de Brasilia al Partido Social Liberal, cuasi ignorado hasta su triunfo, carente de historia y sin ideario sobresaliente.
Bolsonaro dijo con claridad que no sabe nada de economía. Y le soltó las reindas de la misma a Paulo Guedes, un economista brillante, formado en EE. UU., cofundador de una banca de inversión y polémico escritor. Guedes es su ministro de Economía y es el encargado de la nada fácil tarea de recuperar la economía brasileña.
Pera antes de nombrar a Guedes, ys Bolsonaro había dejado claras las prioridades de su gobierno, que empiezan por achicar el enorme aparato estatal, lo cual significa reducir su burocracia y despedir a cientos de empleados enquistados en sus cargos.
No solo eso: su plan implica reducir los salarios de los burócratas que dirigen las mayores entidades, así como de los tres poderes. La polvareda que se levantó por ello, aún no se dispersa.
Vendrá también una reforma al sistema de pensiones, para girar hacia un esquema de capitalización y no basado en que unos coticen para otros. Será un tema que amenaza sacar mucha gente a manifestaciones callejeras.
La política fiscal también cambiará, lo cual significa reducción de gastos y aumento de ingresos por la vía, inevitable, de aumentar algunos impuestos.
El plan de privatización de entidades estatales también será protagonista. El gigantismo brasileño se refleja en 147 empresas propiedad del Estado. Las que no sean rentables harán parte del plan, que le deberá generar ingresos al Tesoro del país, le evitará el desgaste del presupuesto nacional y serán conducidas por el sector privado.
Y vendrán más cambios en comercio exterior, en política industrial y en asistencia social.
Bolsonaro no sabe de economía, pero su Presidencia cambiará la marcha del país. Nadie sabe si para bien o para mal.
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