En el primer semestre de 2024, el mundo enfrentó un hito significativo en términos de deuda global, ya que esta alcanzó los 312 billones de dólares. Este incremento de 2,1 billones de dólares, aunque considerable, representa un aumento notablemente menor en comparación con el incremento de 8,4 billones de dólares registrado durante el mismo período en 2023, según las estimaciones proporcionadas por el Instituto de Finanzas Internacionales (IIF).
Este cambio en la dinámica de la deuda global es un reflejo de las tensiones económicas y políticas que afectan a las economías de todo el mundo, destacando la complejidad y la interconexión de las finanzas internacionales en un contexto post-pandemia.
Accede a las historias más relevantes de negocios, bienestar y tecnología. Entérate de nuestros rankings y eventos exclusivos. Suscríbete y recibe en tu correo el mejor contenido de Mercado.
Los principales impulsores de este crecimiento en la deuda global son China y Estados Unidos, dos de las economías más grandes y de mayor influencia del mundo. Junto a ellas, India, Rusia y Suecia también desempeñan un papel significativo en este incremento.
La deuda en estas naciones refleja la necesidad de financiar sus respectivos déficits y el deseo de invertir en infraestructura, tecnología y otras áreas críticas para mantener el crecimiento económico.
A medida que estos países buscan fortalecer sus posiciones en el mercado global, la acumulación de deuda se convierte en una herramienta crucial, aunque también plantea preocupaciones sobre la sostenibilidad de estas obligaciones a largo plazo.
Por otro lado, la situación es muy diferente en muchas naciones europeas y en Japón, donde se ha observado una notable disminución en los niveles de deuda. Este fenómeno puede atribuirse a diversas estrategias implementadas para controlar el gasto público y estimular el crecimiento económico a través de medidas de austeridad y reestructuración financiera.
Estos esfuerzos, aunque han tenido éxito en la reducción de la deuda, también han planteado preguntas sobre la capacidad de estas economías para reinvertir en su infraestructura y en el bienestar social, lo que podría tener implicaciones a largo plazo para su crecimiento económico.
El sector que más contribuyó al aumento de la deuda global en este primer semestre fue el de las administraciones públicas. La necesidad de financiar programas sociales, estímulos económicos y la recuperación post-pandemia ha llevado a un aumento significativo en el gasto gubernamental.
Esto es especialmente relevante en un contexto donde las naciones buscan mitigar los efectos de la crisis económica y, al mismo tiempo, afrontar desafíos como el cambio climático y las desigualdades sociales. En contraste, la deuda de los hogares y el sector financiero se mantuvo prácticamente estable durante este mismo período, lo que indica una posible estabilización en la acumulación de deuda personal y empresarial, aunque no sin sus propias implicaciones.
La relación entre la deuda global y el Producto Interno Bruto (PIB) se mantuvo estable, oscilando entre el 327 % y el 328 %. Este fenómeno fue favorecido por la inflación, que ha permitido que el valor nominal de la deuda se mantenga en niveles altos, mientras que el crecimiento del PIB no ha sido proporcional.
Esta situación plantea preguntas críticas sobre la viabilidad de mantener estos niveles de deuda a largo plazo, especialmente en un contexto donde los costos de financiamiento podrían aumentar a medida que las tasas de interés se ajustan.
En los mercados maduros, se ha observado un descenso lento pero constante en el ratio de endeudamiento total, que ha alcanzado niveles más bajos desde 2018. Este cambio es especialmente notable en los hogares y las empresas no financieras, que presentan ratios de deuda mínimos desde el inicio de la pandemia.
Este comportamiento sugiere que las altas tasas de interés oficiales han logrado frenar el ritmo de acumulación de deuda en el sector privado no financiero, lo que a su vez podría contribuir a una mayor estabilidad económica en estas regiones.
Sin embargo, la situación en los mercados emergentes es más preocupante. En el primer semestre de 2024, la deuda en estos mercados alcanzó un nuevo récord, situándose en el 245 % del PIB, un incremento de 25 % respecto a los niveles previos a la pandemia. Este aumento puede ser indicativo de una dependencia creciente de financiamiento externo y la necesidad de estas economías de mantener el crecimiento a través de la deuda, lo que podría resultar insostenible a largo plazo.
Una de las principales preocupaciones planteadas por el IIF es la aparente falta de voluntad política para abordar los crecientes niveles de deuda soberana en las economías tanto maduras como emergentes. Esta falta de acción podría tener consecuencias graves, ya que una elevada carga de deuda puede limitar la capacidad de un país para invertir en áreas críticas como educación, salud e infraestructura.
Además, la incertidumbre económica podría ser exacerbada por una posible crisis de deuda, lo que afectaría no solo a los países en cuestión, sino también a la economía global en su conjunto.
Las proyecciones del IIF son alarmantes: se estima que para 2030, la deuda pública mundial aumentará de los actuales 92 billones de dólares a 145 billones. Este crecimiento se prevé que continúe, alcanzando más de 440 billones de dólares en 2050. Este aumento en la deuda se atribuye, en parte, a los costos asociados con la lucha contra la crisis climática y el aumento de políticas industriales proteccionistas.
La necesidad de financiar iniciativas sostenibles y adaptarse a los desafíos ambientales requiere inversiones significativas, lo que a menudo se traduce en una mayor deuda pública.
Te pude interesar:
Crecimiento económico global: ¿Se acelera la recuperación o se estanca?
Suscríbete a la revista y regístrate a nuestros newsletters para recibir el mejor contenido en tu buzón de entrada.