Desde la antigüedad, el oro ha sido codiciado por su valor intrínseco y su versatilidad en aplicaciones económicas e industriales. En el escenario actual, varias naciones han cimentado su fortaleza financiera gracias a sus abundantes reservas de este metal, ya sea como eje de su desarrollo minero o como respaldo de su estabilidad macroeconómica. América Latina, territorio históricamente marcado por la explotación de sus riquezas minerales, ha vivido siglos de intensa actividad aurífera, desde el saqueo colonial hasta la minería moderna.
Su valor intrínseco lo ha convertido en un activo estratégico para naciones que buscan proteger su economía frente a crisis financieras, inflación o inestabilidad política. En nuestra región, donde las economías han enfrentado históricamente desafíos estructurales, estas reservas representan un salvavidas en tiempos de turbulencia.
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Aunque Venezuela encabeza el ranking latinoamericano en reservas de oro, existe un importante vacío de información actualizada. Los últimos registros oficiales verificables corresponden a 2018, lo que genera dudas sobre la situación real de sus reservas en 2024. Sin embargo, esta cifra esconde una realidad compleja: en la última década, el país ha visto una drástica reducción de sus reservas, pasando de 372,93 toneladas en 2011 a menos de la mitad en la actualidad.
El Arco Minero del Orinoco, una vasta zona rica en minerales que abarca más de 111 mil km², es la principal fuente de oro en Venezuela. Regiones como El Callao y las cercanías del río Cuyuní son reconocidas por la alta pureza de su metal, lo que posiciona al país como un actor relevante en el mercado aurífero regional.
No obstante, la explotación de estos yacimientos ha estado acompañada de controversias, incluyendo denuncias de minería ilegal, impactos ambientales y falta de transparencia en su comercialización.
A pesar de contar con una de las mayores reservas de Latinoamérica, la economía venezolana no ha logrado estabilizarse, evidenciando que la posesión de oro no es suficiente sin políticas económicas sólidas.
Detrás de Venezuela, Brasil ocupa el segundo lugar en el ranking latinoamericano con 130 toneladas de oro en reservas. El gigante sudamericano ha mantenido una política de acumulación de metales preciosos como parte de su estrategia de diversificación de activos, reduciendo así su dependencia del dólar.
México, por su parte, cuenta con 120 toneladas, consolidándose como uno de los principales productores y exportadores de oro en la región. A diferencia de Venezuela, donde el metal sirve como respaldo en medio de una profunda crisis, México ha utilizado sus reservas como un instrumento de estabilidad financiera sin depender exclusivamente de ellas.
Perú, sexto en la lista con 34,67 toneladas, es uno de los mayores productores de oro a nivel mundial, pero su capacidad de acumulación en reservas ha sido limitada. La minería peruana, aunque rentable, enfrenta desafíos como la conflictividad social y la informalidad, lo que dificulta una gestión óptima de sus recursos.
Bolivia, con 34,79 toneladas, y Argentina, con 61,74, completan el grupo de países con reservas significativas, aunque insuficientes para contrarrestar presiones inflacionarias o crisis cambiarias. En el caso argentino, el oro ha sido utilizado como garantía en operaciones financieras internacionales, reflejando su importancia en contextos de restricciones crediticias.
Las reservas de oro de República Dominicana mostraron estabilidad al iniciar 2025, manteniéndose en 0.57 toneladas, misma cifra registrada en el último trimestre de 2024. Esta invariabilidad refleja una política deliberada del Banco Central dominicano, que parece privilegiar la constancia sobre variaciones abruptas en sus tenencias del metal precioso.
Con los precios del oro alcanzando máximos histórico en este último año, su relevancia como activo de refugio se ha intensificado.
Para economías latinoamericanas, este fenómeno representa una oportunidad para fortalecer sus reservas internacionales, respaldar sus monedas y mejorar su posición en negociaciones financieras.
Sin embargo, especialistas advierten sobre los riesgos de una excesiva dependencia. El oro, aunque valioso, está sujeto a fluctuaciones de mercado, y su uso como herramienta política (como empeñarlo para cubrir deudas) puede erosionar su función como respaldo económico a largo plazo.
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