La crisis ya se ha cobrado su primer país. Sri Lanka ha caído. La nación asiática, con más de 22 millones de habitantes y un PIB de cerca de US$80 mil millones (73ª economía mundial) ha entrado en bancarrota. No puede pagar los intereses de su deuda, no tiene dinero para importar combustible o comida, la población ha salido a la calle y el presidente ha huido. Una situación límite con varias causas y una perspectiva incierta.
Los ciudadanos no sólo han tomado las calles, sino que irrumpieron de forma masiva en casa del presidente. Las imágenes son impactantes: gente bañándose en la piscina, comiendo en la cocina, saltando en la cama, simulando ruedas de prensa o reuniones entre gobernantes… También recogiendo la basura generada. Mientras, el ya expresidente Gotayaba Rajapaksa tomaba un barco a la carrera para escapar.
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Thousands descended on Sri Lankan President Rajapaksa’s official residence on Saturday, demanding his resignation and chanting slogans.
After gaining control of the residence, protesters were photographed celebrating, dancing and swimming in the pool. https://t.co/bYFinPkGa1 pic.twitter.com/srcIn5Rb7o
— NBC News (@NBCNews) July 11, 2022
Es la consecuencia de un escenario crítico al que se ha llegado por una serie de causas interconectadas. En el centro del tablero, la inflación, el desabastecimiento y, especialmente, una nefasta serie de decisiones relacionadas con la agricultura.
Gotayaba Rajapaksa gana las elecciones a la presidencia de Sri Lanka en 2019. En su programa, figuraba una transición hacia una agricultura orgánica en un periodo de 10 años. Sin embargo, ya en el poder, el gobierno aceleró el proceso y en mayo de 2021 tomó una decisión que resultaría fatal: prohibió el uso e importación de fertilizantes y pesticidas no naturales.
El uso de fertilizantes está directamente relacionado con la productividad agrícola. De hecho, y según datos del periódico local Daily FT, las caídas estimadas en las cosechas serían desoladoras:
Un resultado especialmente dramático en el caso del arroz y el té, dos cultivos clave para la economía de Sri Lanka. El primero es básico para la alimentación de millones de personas. El segundo es el principal producto en la cartera de exportaciones. Supone el 10 % de los ingresos que se generan por este concepto. Después de las remesas y el turismo, es el tercer aspecto que más divisas aporta.
Tal fue el desastre que Sri Lanka tuvo que importar arroz por valor de US$450 millones, aumentando su disparada deuda
Seis meses después de tomar la medida, el gobierno se vio obligado a abrir la veda y permitir la importación de fertilizantes para ciertos cultivos estratégicos. El daño ya estaba hecho.
El turismo era otro de los pilares de la economía de Sri Lanka. La pandemia y los atentados de Semana Santa de 2019, en los que murieron más de 260 personas en iglesias y hoteles, devastaron el sector. Una de las mayores fuentes de divisas del país quedaba prácticamente sepultada. Ante esta situación, el gobierno decretó recortes severos que comenzaron a dañar y enfurecer al pueblo.
La moneda local, la rupia, se ha hundido un 80 %, echando leña al fuego de la inflación. Los precios de los alimentos han subido un 57 % y se calcula que la inflación general podría alcanzar el 70 % interanual en los próximos meses.
Sri Lanka se ha declarado en suspensión de pagos. No puede asumir su deuda, que ronda los US$51 mil millones. Hasta ahora, el país se ha mantenido a flote gracias a un préstamo de su vecina India, de US$4 mil millones, y las ayudas de Japón, Estados Unidos o Alemania.
Cantidades que han dejado de ser suficientes. El calendario apremia, y Sri Lanka está obligado a hacer frente a US$28 mil millones antes de 2027.
Sri Lanka importaba US$3 mil millones más de lo que exportaba. La caída en las divisas recibidas y la enorme inflación han derivado en que el país no tenga dinero para comprar alimentos, combustibles, o productos como papel higiénico o gas de cocina.
Tal es así que, a principios de este mismo mes, Sri Lanka decretó la prohibición de la venta de gasolina a vehículos privados. Era el primer país es tomar una medida similar desde la crisis del petróleo de los años 70. Una situación insostenible que avivó las protestas que terminaron con la caída del gobierno.
El futuro se torna incierto para Sri Lanka. La población elegirá un nuevo presidente el 20 de julio. El gobierno saliente tendrá que afrontar un desafío límite. Se calcula que el país necesita alrededor de US$5 mil millones en los próximos meses para importar bienes básicos como combustibles, alimentos o fertilizantes. El Fondo Monetario Internacional, India o incluso China podrían ser los salvavidas.
Por Borja Santamaría
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