Los 15 países del sureste asiático y del Pacífico que han suscrito el acuerdo de Asociación Económica Integral Regional (RCEP) pasarán a ser “el centro de gravedad” del comercio mundial con su entrada en vigor el pasado 1 de enero, destacó un informe de la ONU sobre el impacto de este nuevo marco integrador.
El RCEP reforzará un predominio del que ya gozan China, Corea del Sur o Japón, subrayó el análisis de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD).
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Además de esos tres países, Australia, Brunéi, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Birmania, Nueva Zelanda, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam están asociados al acuerdo, que se convertirá en el mayor pacto comercial del mundo por su producto bruto combinado, que equivale casi a una tercera parte del PIB global.
Como comparación, la Unión Europea representa un 17.9 %, el acuerdo comercial entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) un 28 %, y muy por detrás quedan el Tratado Continental Africano (2.9 %) y el Mercosur (2.4 %).
«Las ganancias comerciales se incrementarán para China, Corea y Japón no porque sean las economías más grandes (dentro del RCEP), sino porque se beneficiarán de un mercado liberalizado», dijo la directora de la División de Comercio Internacional de UNCTAD, Miho Shirotori, al presentar el informe.
Una de las conclusiones del estudio es que el RCEP ayudará a los países que lo forman a estar mejor preparados ante el impacto de las crisis económicas, lo que se infiere a investigaciones recientes que revelan que, de manera general, el comercio que opera dentro de los acuerdos comerciales ha sido más resistente frente a la pandemia.
India, que participó en las negociaciones, es el gran ausente del RCEP, aunque Shirotori sostuvo que es probable que se incorpore en el futuro
El elemento principal del acuerdo del Asia-Pacífico son las concesiones arancelarias, con la abolición del 90 % de los aranceles dentro del bloque: una parte desaparecerá cuando el acuerdo entre en vigor dentro de pocas semanas y el resto de manera gradual durante un periodo de veinte años.
Los sectores en los que los aranceles se mantendrán son los considerados estratégicos, como la agricultura o la industria automotriz, y que los países participantes han preferido mantener al margen de la liberalización comercial.
La UNCTAD considera en su informe que el estímulo que el comercio recibirá del acuerdo permitirá aumentar en un 2 % el valor del comercio entre las 15 economías participantes en el acuerdo, el cual se elevaba a 2.3 billones de dólares en 2019 (último año de cifras completas).
Ese 2 % equivale a 42,000 millones de dólares, que serían el resultado de un aumento de los intercambios comerciales equivalente a 17,000 millones de dólares y a una desviación del comercio que se hacía con otros países fuera del bloque hacia países dentro del RCEP, por un valor de 25,000 millones.
Según el informe de la UNCTAD, Japón sería la economía que más se beneficiaría de las concesiones arancelarias del RCEP, con un alza del 5,5% de sus exportaciones (20,000 millones de dólares adicionales) con respecto a 2019. Otros países que sacarían gran provecho de este acuerdo son Australia, China, Corea del Sur y Nueva Zelanda, mientras que Camboya, Indonesia, Filipinas y Vietnam experimentarían una reducción de sus exportaciones debido a que, en el marco del acuerdo, la liberalización arancelaria es más importante entre ciertos países.
Sin embargo, incluso para los países cuyas exportaciones podrían verse relativamente afectadas, estar en el RCEP es beneficioso porque quedarse fuera les hubiera condenado a una rebaja mucho más significativa de sus ventas al exterior, que no hubieran podido mantener la competitividad frente al comercio dentro del bloque.
El nacimiento del RCEP coincide con el vigésimo aniversario del ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Ese ingreso fue un acontecimiento que tuvo un profundo impacto en la economía mundial, al acelerar la globalización e inesperadas consecuencias políticas que continúan en la actualidad
Tras 15 años de arduas negociaciones, China se convirtió en el miembro 143 de la OMC el 11 de diciembre de 2001, un hecho que “fue crucial en la historia del sistema del comercio multilateral”, afirmó la directora general de la organización, Ngozi Okonjo-Iweala, en el acto de conmemoración.
Su antecesor, Pascal Lamy, quien en la década de 1990 protagonizó algunas de esas complejas negociaciones en calidad de comisario europeo de Comercio, agregó que “fue un momento definitorio, un paso enorme en el proceso de rápida globalización que ahora vivimos”.
Para China, acceder a las grandes redes comerciales del planeta tuvo un efecto indiscutible: un país que a mediados del siglo XX aún sufría hambrunas con millones de muertos se convertía progresivamente en la “fábrica del mundo”.
En la década pasada ya era líder mundial en exportaciones y pasó de ser la sexta potencia económica mundial en 2001 a la segunda ya en 2010, amenazando ya actualmente el primer puesto de EE UU.
En estos 20 años el PIB de China se ha multiplicado por 11 (por ponerlo en perspectiva, el de EE. UU. solamente se ha duplicado) y sus exportaciones son diez veces mayores, llegando en 2020 a los 2,600 millones de dólares, superando de lejos los 1,400 millones de Estados Unidos y de Alemania.
“China se ha convertido en un ejemplo de libro sobre cómo la integración en el mercado global puede ayudar al desarrollo”, afirmó Okonjo-Iweala
Pero el acceso de China a la OMC trajo cambios profundos a la economía de otros países que no siempre fueron positivos: si a los consumidores de todo el planeta les dio acceso a productos más baratos, también contribuyó al cierre de sectores enteros en Occidente que habían perdido competitividad.
El tejido industrial de muchos países quedó muy dañado o directamente destruido, lo que contribuyó, en parte, a que muchas economías aceleraran el desarrollo de su sector financiero como compensación, y ello trajo los excesos especulativos que estallaron en la crisis de 2008.
Una crisis que a su vez produjo efectos políticos aún presentes, desde el auge de los movimientos de protesta de nuevas generaciones sin oportunidades, el renacimiento de los nacionalismos o los populismos.
Los 20 años de China en la OMC han estado llenos de conflictos entre Pekín y sus principales rivales comerciales, a la vez sus más importantes socios: EE. UU. y la UE
“Los primeros años de China en la OMC fueron de cierta ‘luna de miel’, pero pronto comenzaron las críticas a China por su incumplimiento de las normas de propiedad intelectual, o su falta de transparencia”, analizó la entonces representante de Comercio de EEUU para Asia-Pacífico, Wendy Cutler.
Uno de los puntos de fricción en el seno de la OMC gira en torno a que China siga disfrutando del estatus de economía en desarrollo, que le otorga ciertas exenciones y ventajas ante el organismo, pese al gran tamaño de su economía y su poder comercial.
Lamy recordó en este aniversario sus reuniones negociadoras con el entonces primer ministro chino, Zhu Rongji, quien en su opinión mostró “gran inteligencia política” en un momento en el que en la propia China había dudas sobre el acceso a la organización.
Simbolizando la importancia del país asiático en la OMC, la sede de la organización en Ginebra tiene en un jardín de estilo oriental, donado por China en 2012 y que quizá inspiró las palabras finales que la directora general pronuncio. “El árbol que China plantó hace 20 años dio una gran cosecha, y el país seguirá teniendo un importante papel que jugar en el mantenimiento de este jardín que es la OMC”. (efe)
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