Los aniversarios pueden ser una puerta abierta a la memoria, o una pequeña rendija a una época pasada, que no siempre fue mejor. Porque hay fechas que conviene recordar, aunque duela. El que se cumplió el pasado 15 de septiembre en Wall Street es uno de esos episodios que la mayoría de los protagonistas del parque neoyorquino desearía que pasase de la manera más inadvertida posible. Pero la historia nunca olvida.
Hace trece años que Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión de Estados Unidos, se declaró oficialmente en bancarrota tras 158 años de actividad. La imagen de los trabajadores abandonando la entidad con sus objetos personales amotinadas en cajas de cartón dio la vuelta al mundo y conmocionó a la economía global. Los titulares colapsaban los medios. Y no era para menos.
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Uno de lo mayores bancos del mundo había sido derribado, a golpe de sus operaciones con las titulizaciones de hipotecas subprime. Este banco de inversión había acumulado durante los meses previos, de manera descontrolada, enormes pérdidas a través de un extendido sistema que consistía en vender paquetes de préstamos hipotecarios con alto riesgo de impago de unas entidades a otras.
Lehman Brothers, con activos por US$ 639,000 millones y casi 26,000 empleados en nómina, repartidos por todo el mundo, dejó un agujero de US$ 613,000 millones. Su caída, además, provocó un terremoto en los mercados que se sintió a lo largo y ancho del planeta.
Más tarde llegarían la gran recesión y la crisis del euro
Los efectos de aquel seísmo financiero, que costó un total 22 billones de dólares a la economía de Estados Unidos, aún deja a la vista sus cicatrices por toda la economía global. Pero esta debacle no fue más que la primera pieza visible del dominó del ajedrez financiero mundial. La burbuja de las subprime había explotado por fin.
La caída de este titán desató un pánico global, no solo en los mercados sino también entre las autoridades estadounidenses y entidades homólogas. El efecto en cadena fue inmediato. Al mismo tiempo que caía Lehman Brothers, Bank of America anunciaba que compraba Merrill Lynch, el tercer gran banco de inversión americano.
Sin embargo, la relación lógica causa-efecto de la caída de Lehman Brothers y la debacle que se desató posteriormente ha sido ampliamente cuestionada. A pesar de que se ha convertido en el gran ícono de la última crisis financiera, esta ya estaba generalizada y ya presentaba preocupantes síntomas mucho antes de su explosión.
Algunos expertos, son categóricos en afirmar que la crisis financiera no fue causada por la caída de esta entidad, sino que esta no fue más que una consecuencia de la misma y actuó como catalizadora para extenderla. O, en otras palabras, fue la punta visible de un enorme iceberg que permanecía todavía ingrávido.
El primer síntoma claro de las turbulencias que se avecinaban se produjo en abril de 2007 con la quiebra de New Century Financial, una pequeña entidad especializada en la concesión de estas hipotecas de alto riesgo. Fue en los primeros días de agosto de 2007, de hecho, cuando los expertos fechaban ya el inicio de la devastadora crisis financiera.
En un lapso de tiempo de apenas tres días, del 6 al 9 de agosto, quebraron tres sociedades hipotecarias estadounidenses y, al otro lado del Atlántico, el banco francés BNP Paribas anunció la suspensión de tres de sus fondos. Según señaló entonces, el desplome del precio de los activos ligados a las hipotecas subprime le impedía calcular el valor de los fondos, por lo que se veía obligado a impedir que los inversores retirasen su dinero.
La situación comenzó a extenderse con el paso de los meses y el mercado interbancario quedó completamente paralizado. Ninguna entidad se atrevía a prestar a otra y todas desconfiaban de hasta qué punto sus competidores estaban expuestos a estos activos tóxicos. Los bancos centrales iniciaban en esas fechas las inyecciones de liquidez y la progresiva bajada de los tipos de interés que acabaría llevando el precio del dinero a mínimos históricos. Con el arranque de 2008, el contagio se hizo evidente.
Pero ante este panorama, ¿por qué se dejó quebrar a Lehman? Para cuando los responsables del banco de inversión registraron la quiebra de Lehman ante el Tribunal de Quiebras del Distrito Sur de Nueva York, la entidad había perdido ya un 94 % de su valor en Bolsa desde los máximos alcanzados en 2007. Era la crónica de una muerte anunciada.
Según señalaron entonces algunos empleados del banco, a este final contribuyó “de forma decisiva” la actuación de su CEO Richard Fuld, de quien cuentan que tenía un carácter orgulloso y autoritario que dificultó las negociaciones.
Hacia el final de su historia, la supervivencia de Lehman pasaba irremediablemente por la entrada de un nuevo gran accionista que recapitalizara la entidad o por su venta a terceros. En la terna se encontraba el legendario Warren Buffett, pero finalmente descartó la compra por falta de garantías. Lo mismo ocurrió con las posibles absorciones. Barclays y Bank of America se postularon en los últimos días de vida de este paciente sentenciado como los grandes candidatos a salir al rescate del banco de inversión. Pero la entidad británica abandonó finalmente los planes optó por la fusión con Merrill Lynch.
La quiebra de Lehman Brothers contribuyó a extraer diversas lecciones. Por un lado, una mayor regulación para que no se volvieran a repetir los mismos problemas que condujeron a la crisis y, por otro lado, la necesidad de reducir los niveles de endeudamiento para que en el caso de que se produzca una nueva ralentización a nivel global las principales potencias mundiales puedan soportarlo mejor y tengan herramientas para frenar la caída.
La respuesta parece positiva. Sin embargo, lo que se puso verdaderamente de relevancia es el examen de conciencia individual, más allá de la reflexión macro, para ser capaces de afrontar la resolución a problemas complejos desde un nuevo prisma. Como dijo Tolstoi, “todos pensamos en cambiar al mundo, y muy pocos en cambiarse a sí mismos”. (hs)
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