El segundo mandato de Donald Trump ha redefinido el concepto de presidencia en tiempo récord. Desde su toma de posesión el 20 de enero de 2025, Trump ha impulsado cambios radicales en la política interna y exterior de Estados Unidos, alterando no solo la dinámica de su gobierno, sino también la vida cotidiana de los ciudadanos y la estructura misma de la economía global.
En solo tres meses, Trump ha superado en velocidad y alcance a la mayoría de sus predecesores, incluido Franklin D. Roosevelt, cuyo New Deal transformó el país durante la Gran Depresión. Sin embargo, a diferencia de Roosevelt, que enfrentó una crisis económica sin precedentes, Trump ha actuado con una audacia sin restricciones, desmantelando instituciones, reescribiendo regulaciones y desafiando convenciones diplomáticas con una mezcla de pragmatismo y confrontación.
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El impacto más inmediato de su administración se ha sentido en los mercados financieros. El índice Dow Jones ha experimentado volatilidad extrema, con caídas abruptas tras el anuncio de aranceles y repuntes efímeros ante señales de tregua en la guerra comercial global. La incertidumbre ha llevado a los inversores a refugiarse en activos tradicionales como el oro, que alcanzó un máximo histórico de $3,300 por onza, mientras el dólar se debilitaba frente a otras monedas.
En el frente comercial, Trump ha impuesto aranceles del 145% a productos chinos, provocando represalias de Pekín con gravámenes del 125% a exportaciones estadounidenses. Esta escalada ha generado temores de una recesión global, con economistas elevando la probabilidad de una contracción económica al 47%, según encuestas de marzo.
Pero no solo China ha sido blanco de su política proteccionista. Canadá, el principal socio comercial de EE.UU., ha visto cómo las relaciones bilaterales se deterioraban tras la imposición de tarifas y una polémica sugerencia de anexión como el «estado 51», un tema que ha dominado el debate en las elecciones canadienses del 28 de abril.
En el ámbito doméstico, la administración ha logrado reducir drásticamente la inmigración irregular. Las detenciones en la frontera sur cayeron a 8,450 en febrero de 2025, el nivel más bajo en 25 años, según datos del ICE. Sin embargo, las deportaciones masivas prometidas no se han materializado, con solo 11,000 expulsiones en febrero, una cifra ligeramente inferior a la registrada bajo el gobierno de Biden.
Uno de los casos más controvertidos ha sido el de Kilmar Abrego García, un inmigrante deportado por error a una prisión en El Salvador. La Corte Suprema ordenó su repatriación, pero el gobierno ha mostrado resistencia, generando un enfrentamiento judicial que podría sentar precedentes sobre el debido proceso en materia migratoria.
Trump ha cumplido su promesa de reducir el tamaño del gobierno federal. Miles de empleados públicos han sido despedidos, mientras agencias como USAID y el Departamento de Educación han visto recortes masivos de personal y presupuesto.
La creación del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), liderado inicialmente por Elon Musk, ha sido una de las iniciativas más disruptivas. Musk, quien también dirige Tesla y SpaceX, aplicó su filosofía empresarial al sector público, eliminando programas y accediendo a bases de datos sensibles. Sin embargo, sus metas de ahorro —originalmente fijadas en 2billones∗∗—sehanreducidoa∗∗150 mil millones, y varias de sus decisiones han sido revertidas por los tribunales.
El DOGE también ha enfrentado críticas por su opacidad. Aunque Trump lo califica como un «éxito rotundo», analistas señalan que muchas de sus afirmaciones sobre ahorros son exageradas o incorrectas.
La agenda cultural de Trump ha sido igual de agresiva. Los programas de Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI) han sido eliminados en agencias federales y fuerzas armadas, mientras universidades como Columbia y Harvard han sido presionadas para ajustar sus políticas ante amenazas de recortes de fondos.
En un gesto simbólico, la Plaza Black Lives Matter en Washington, D.C., fue desmantelada, y el Golfo de México pasó a llamarse oficialmente «Golfo de América» en documentos gubernamentales.
La salud pública también ha sido un campo de batalla. Bajo el liderazgo del secretario Robert F. Kennedy Jr., escéptico de las vacunas, se han prohibido colorantes artificiales en alimentos y se ha cuestionado el uso de flúor en el agua potable, una medida que ha generado rechazo entre expertos médicos. Mientras tanto, un brote de sarampión ha dejado dos muertes en Texas, en medio de la reticencia de la administración a impulsar campañas de vacunación.
Trump ha redefinido la diplomacia estadounidense con un enfoque unilateral. Sus tensiones con Ucrania llegaron a un punto crítico cuando reprendió públicamente al presidente Volodymyr Zelenskyy y lo obligó a abandonar la Casa Blanca, un episodio sin precedentes en las relaciones bilaterales.
La OTAN ha sido otro frente de conflicto. Aunque los aliados europeos han aumentado su gasto en defensa, Trump ha insinuado reducir la presencia militar de EE.UU. en el continente, generando incertidumbre sobre el futuro de la alianza.
En Oriente Medio, las negociaciones con Irán sobre su programa nuclear se reanudaron en Omán, mientras el conflicto en Gaza sigue estancado. Mientras tanto, la administración ha mantenido una postura firme contra el antisemitismo, presionando a universidades como Columbia para que modifiquen sus políticas sobre protestas estudiantiles.
A pesar de que la Enmienda 14 de la Constitución lo prohíbe, Trump ha insinuado la posibilidad de postularse en 2028, alimentando especulaciones con la venta de gorras de campaña y negándose a respaldar públicamente a su vicepresidente, J.D. Vance, como sucesor.
Mientras tanto, su índice de aprobación se mantiene en 45%, superior al 41% de su primer mandato pero aún por debajo de la mayoría de sus predecesores. Sin embargo, en un contexto de polarización extrema, su base sigue firme, y los demócratas enfrentan un desafío monumental para recuperar terreno.
La pregunta que queda es si esta revolución trumpista perdurará más allá de su mandato o si, como temen sus críticos, dejará un legado de fragmentación institucional y polarización irreversible. Por ahora, una cosa es clara: Estados Unidos ya no es el mismo.
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