Este sábado, alrededor de 250.000 personas se dieron cita en la emblemática Plaza de San Pedro, en el Vaticano, para participar en el funeral del papa Francisco.
Este emotivo acto, celebrado a las 10:00 hora local, constituyó un momento de profunda solemnidad que reunió a las más altas autoridades religiosas y políticas de todo el mundo, así como a una multitud de fieles deseosos de dar su último adiós al pontífice argentino.
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Entre los asistentes se contaron más de 50 jefes de Estado, miembros de la realeza y representantes de gobiernos de los cinco continentes. La presencia de este variado grupo de dignatarios subrayó el impacto global de Jorge Mario Bergoglio, quien ejerció su pontificado durante doce años transformando la Iglesia desde dentro y acercándola a los sectores más vulnerables de la sociedad.
Durante la ceremonia, el ambiente combinó el recogimiento característico de un funeral de Estado con los gestos de cercanía que definieron el mandato de Francisco: un Papa que renunció a los lujos excesivos y que impulsó una Iglesia más inclusiva y comprometida con los pobres y los migrantes.
Francisco será recordado como el primer Papa latinoamericano, el primer jesuita y el primero en adoptar el nombre de Francisco en honor a san Francisco de Asís. Su elección de ese nombre simbolizó desde el primer día una vocación de humildad y servicio. A lo largo de sus doce años en el trono de Pedro, rompió cánones y precedentes: promovió el diálogo interreligioso, denunció las injusticias sociales y abogó por la protección del medio ambiente.
El funeral mismo reflejó ese espíritu innovador: por primera vez en más de un siglo, el cuerpo de un pontífice no fue depositado en las grutas de la Basílica de San Pedro. Francisco solicitó ser enterrado en la Basílica de Santa María la Mayor, situada a unos seis kilómetros del Vaticano, un gesto que resaltó su deseo de permanecer entre los fieles y su humildad ante la grandeza de San Pedro.
La misa fúnebre estuvo presidida por el cardenal Giovanni Battista Re, decano del Colegio Cardenalicio, quien destacó la “efusión de afecto” que la muerte de Francisco había provocado en todo el orbe. Ante los centenares de miles de fieles reunidos, el cardenal subrayó el liderazgo pastoral del pontífice y su permanente llamado a “construir puentes, no muros”.
Durante la homilía, se reiteró la compasión de Francisco por los migrantes y los marginados. El cardenal recordó dos momentos emblemáticos de su pontificado: su viaje a la isla de Lampedusa en 2013, donde denunció la tragedia de quienes arriesgan sus vidas al cruzar el Mediterráneo, y la histórica misa celebrada en la frontera entre México y Estados Unidos, en la que instó a acoger a los desplazados en busca de un futuro mejor.
El funeral se celebró en un contexto de elevada tensión global, particularmente por la prolongada guerra entre Rusia y Ucrania, que cumple ya más de tres años sin lograr un alto el fuego definitivo. En este marco, Estados Unidos intentó desempeñar un papel mediador, aunque con resultados aún inciertos.
Con motivo del funeral, el presidente estadounidense, Donald Trump, y su homólogo ucraniano, Volodymyr Zelensky, mantuvieron un breve encuentro en la Basílica de San Pedro. Esta reunión privada se produjo pocas horas después de que Steve Witkoff, enviado especial de la Casa Blanca, se entrevistara con Vladimir Putin en Moscú. Ambos diálogos apuntaron a buscar fórmulas que encaucen el conflicto hacia una negociación, aprovechando la ocasión de la pérdida del líder espiritual más influyente del mundo para impulsar la cooperación diplomática.
El funeral del papa Francisco no solo honró la memoria de un pontífice que transformó la Iglesia Católica, sino que también sirvió como escenario de gestos de unidad y mensaje de esperanza en un momento marcado por desafíos humanitarios y políticos. En su despedida, el mundo pudo constatar cómo la figura de Francisco trasciende su papel eclesiástico para convertirse en un símbolo de solidaridad y fraternidad global.
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