El ataque aéreo ejecutado por Estados Unidos contra instalaciones nucleares iraníes ha desencadenado una nueva fase de inestabilidad en el mercado energético mundial, con repercusiones directas en economías dependientes de hidrocarburos como República Dominicana. Los bombardeos del 21 de julio de 2025 contra las plantas de Isfahán, Natanz y Fordo no solo han intensificado las tensiones geopolíticas en Medio Oriente, sino que han provocado un terremoto financiero que ya se extiende hasta el Caribe.
La decisión de Washington de atacar blancos nucleares en Irán surge en un contexto de creciente confrontación entre este país e Israel, pero sus efectos han traspasado fronteras. Mientras el crudo Brent superaba los 77 dólares tras los ataques, el WTI —referente para América— experimentó un salto aún más dramático: de 62 a 73 dólares por barril (17.7 % de aumento) en apenas días. Esta volatilidad tiene consecuencias tangibles para naciones como la República Dominicana, donde el 84 % de la energía depende de importaciones petroleras.
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Irán, sexto productor mundial con 4 millones de barriles diarios, ejerce influencia directa en los precios globales, pero su verdadero poder geoeconómico radica en el Estrecho de Ormuz. Por esta ruta transita el 30 % del petróleo mundial, y cualquier amenaza de bloqueo —como el solicitado por el Parlamento iraní como represalia— podría elevar los precios a niveles catastróficos para economías vulnerables.
Para nuestro la crisis se traduce en números concretos: su factura petrolera, que alcanzó 4,735 millones de dólares en 2024, podría dispararse a 5,155 millones si persisten los precios actuales. Este incremento ya se refleja en las bombas de combustible, con alzas del 0.4% en gasolina y diésel, pero el efecto real es más profundo.
La República Dominicana importa el 100 % del petróleo que consume, por lo que cualquier alteración en los precios internacionales afecta de forma inmediata la economía local.
El transporte, la logística, la generación eléctrica e incluso la producción de alimentos —sectores intensivos en energía— enfrentan costos crecientes que inevitablemente se trasladarán a los consumidores. El Banco Central dominicano proyecta que la inflación, que cerró mayo en 3.84%, podría escalar hasta 5.04% a final de año, superando la meta oficial y erosionando el poder adquisitivo en una economía aún recuperándose de shocks previos.
República Dominicana carece de reservas estratégicas de crudo y su matriz energética sigue atada a los combustibles fósiles (58% de la generación eléctrica en 2024). Esta dependencia la hace particularmente sensible a las convulsiones del mercado. Peor aún: si Irán materializa su amenaza de cerrar Ormuz, interrumpiendo el flujo de 20 millones de barriles diarios, el país quedaría expuesto a una tormenta perfecta de escasez y precios récord.
A diferencia de economías diversificadas o productoras de petróleo, las opciones dominicanas son limitadas. A corto plazo, el gobierno podría recurrir a subsidios —arriesgando la estabilidad fiscal— o acelerar medidas de eficiencia energética. Sin embargo, la solución estructural —la diversificación hacia renovables— sigue siendo un proyecto a mediano plazo.
Aunque el turismo dominicano no recibe un flujo significativo de visitantes de Medio Oriente, la escalada del conflicto Irán-EE.UU. amenaza con generar un impacto indirecto —pero profundo— en este sector clave. Una crisis global prolongada elevaría los costos operativos de hoteles, aerolíneas y agencias de viaje, mientras que las tensiones en el Estrecho de Ormuz podrían retrasar importaciones esenciales, desde insumos turísticos hasta bienes de consumo.
El transporte marítimo, ya bajo presión por las disrupciones en una de las rutas energéticas más críticas del mundo, enfrentaría mayores costos logísticos y seguros. Esto se traduciría en encarecimiento de productos importados y posibles desabastecimientos, afectando desde la gastronomía hotelera hasta la infraestructura de resorts.
Pero el riesgo mayor yace en la conexión económica con Estados Unidos: el 60% del turismo dominicano y el 80% de las remesas —pilares de la economía local— dependen de la estabilidad norteamericana.
Si el conflicto desacelera la economía estadounidense o desata una crisis financiera global, República Dominicana sufriría un doble golpe: menos llegadas de turistas y una reducción en los envíos de la diáspora. Según estimaciones del Banco Central, cada punto porcentual que caen estos ingresos, el PIB pierde dinamismo equivalente. Peor aún, el desempleo indirecto en sectores vinculados —como construcción, agricultura y servicios— podría dispararse, poniendo en jaque la estabilidad social en un país donde el turismo aporta el 16% del PIB.
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