El humo blanco se eleva sobre la Capilla Sixtina, las campanas de San Pedro repican con fuerza, y una multitud congregada en la Plaza Vaticana aguarda con expectación. Es el momento culminante del cónclave: el anuncio del nuevo Papa. Cuando el cardenal protodiácono pronuncia las palabras «Habemus Papam», el mundo entero fija su atención en un detalle crucial: el nombre elegido por el pontífice.
En esta ocasión, el estadounidense Robert Francis Prevost ha decidido llamarse León XIV, convirtiéndose en el decimocuarto Papa en llevar este nombre. Más que una simple identificación, la elección encierra un mensaje, un legado histórico y, posiblemente, un programa para su pontificado.
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El cambio de nombre papal no es un capricho protocolario, sino una costumbre arraigada desde los primeros siglos del cristianismo. Aunque San Pedro (originalmente Simón) fue el primer apóstol en recibir un nuevo nombre de Jesús, la práctica se institucionalizó siglos después.
El primer Papa en adoptar oficialmente un nombre distinto al suyo fue Juan II (533-535), quien abandonó su nombre de nacimiento, Mercurio, por su vinculación con la mitología romana.
Desde entonces, casi todos los pontífices han seguido esta tradición, con contadas excepciones como Marcelo II y Adriano VI, quienes conservaron sus nombres de bautismo. La decisión no es arbitraria: cada nombre papal es una declaración de intenciones, un homenaje a antecesores o una señal de los valores que guiarán el nuevo ministerio petrino.
El nombre León no es casual. A lo largo de la historia, trece Papas lo han llevado, y cada uno dejó una huella significativa:
León I, «El Magno» (440-461): Uno de los papas más influyentes de la antigüedad. Defendió la ortodoxia frente a las herejías y, según la tradición, disuadió a Atila el Huno de saquear Roma. Su liderazgo consolidó la autoridad del papado en tiempos convulsos.
León XIII (1878-1903): Un reformista que marcó el rumbo de la Iglesia en la era industrial. Su encíclica Rerum Novarum (1891) sentó las bases de la Doctrina Social de la Iglesia, abogando por los derechos de los trabajadores y un equilibrio entre capital y trabajo.
Al elegir León XIV, el nuevo Papa podría estar enviando señales claras: firmeza doctrinal, continuidad con el legado social de León XIII o un liderazgo fuerte en tiempos de crisis globales.
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La selección del nombre papal es un acto cargado de simbolismo. Algunas de las motivaciones históricas incluyen:
Homenaje a predecesores: Muchos Papas eligen nombres asociados a pontífices admirados. Benedicto XVI rindió tributo a Benedicto XV, promotor de la paz durante la Primera Guerra Mundial, y a San Benito, patrón de Europa.
Reformas o rupturas: Juan XXIII (1958-1963) optó por un nombre poco usado en siglos, marcando el inicio del Concilio Vaticano II y una era de modernización.
Identidad espiritual: Francisco (2013) sorprendió al mundo al elegir un nombre nunca antes usado por un Papa, inspirado en San Francisco de Asís, símbolo de pobreza y servicio.
En el caso de León XIV, la elección podría interpretarse como un llamado a la unidad, la defensa de la doctrina o un enfoque en la justicia social, siguiendo el modelo de León XIII.
A lo largo de los siglos, algunos nombres se han repetido con frecuencia, mientras que otros han sido evitados por su carga histórica:
Los más populares:
Juan (23 veces), aunque el último fue Juan XXIII (1958).
Gregorio (16), Benedicto (16), Clemente (14) y León (14).
Nombres «prohibidos»:
Pedro: Por respeto al primer Papa, ningún sucesor ha osado usarlo.
Pío: Asociado a Pío XII, cuyo papel en la Segunda Guerra Mundial sigue siendo polémico.
Urbano: Ligado al juicio de Galileo Galilei.
Aunque es pronto para predecir el rumbo de su pontificado, el nombre León XIV ofrece pistas:
Firmeza en la doctrina: El «león» evoca fortaleza, algo crucial en una Iglesia que enfrenta desafíos como la secularización y las divisiones internas.
Compromiso social: Si sigue el ejemplo de León XIII, podría profundizar en temas como la desigualdad, la ecología o el diálogo interreligioso.
Liderazgo en crisis: Desde conflictos geopolíticos hasta escándalos eclesiales, el nombre sugiere un papado dispuesto a tomar decisiones difíciles.
Más que una formalidad, la elección del nombre papal es un acto de gobierno. León XIV llega en un momento de transformaciones globales, donde la Iglesia busca mantener su relevancia en un mundo cada vez más fragmentado.
¿Será un reformista como León XIII? ¿Un defensor de la ortodoxia como León I? Solo el tiempo lo dirá. Pero una cosa es segura: en el instante en que pronunció «León XIV», el nuevo Papa ya había escrito la primera línea de su historia.
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