Esta semana se ha apagado una de las vidas más controversiales y llenas de activismo por causas justas (y también radicales) en Sudáfrica: Nomzamo Winifred Madikizela (Winnie Mandela). Un nombre que en sí mismo evoca la lucha o pruebas que haya podido vivir. Fue muy profético su nombre, pues pasó la mayor parte de su vida luchando contra el apartheid. Pasó más de dos décadas sin poder ver a su marido, Nelson Mandela. Sufrió la ira del estado contra su persona y contra sus hijos. Soportó todos estos pesares con firmeza e incluso heroísmo, pero con los años no tardaron en salir a la luz ciertos detalles oscuros.
Se le conoció por llevar una vida ostentosa y bastante controversial. Nelson y Winnie se casaron el 14 de junio de 1958. El coche llevaba los colores de la ANC (partido Congreso Nacional Africano) . Nelson tuvo que ir antes de la ceremonia a personarse en la comisaría del pueblo donde tuvo lugar la boda, Bizana. Un evento que tampoco duró mucho porque los dirigentes de la ANC invitados no podían estar fuera de casa de noche.
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El padre de Winnie dio un discurso afectuoso y se quejó de que entre los invitados había ‘no invitados’, es decir, policías de incógnito que se habían colado. Se lamentó de que su hija se casaba con un hombre «ya casado con la lucha», pero la instaba a obedecerle y seguir su camino con un refrán local: «¡Si tu hombre es un mago, debes convertirte en una bruja!».
El matrimonio politizó a Winnie, que cada vez tenía más ganas de pasar a la acción. Mandela le advirtió que esta decisión le cambiaría la vida. Ella era hija de una familia privilegiada, y creció bastante lejos del drama cotidiano de la vida de Sudáfrica. Sin embargo, la primera oposición que experimentó fue más cercana: su padre se posicionó del lado de un enemigo de Mandela. su antiguo mentor Matanzima.
Más tarde, Winnie cayó presa con otro millar de mujeres en unas movilizaciones. Allí Winnie hizo amistad con dos oficiales. Al quedar en libertad, les invitó a que les hiciera una visita. Los dos policías fueron a Orlando, en el distrito de Soweto de Johannesburgo, un lugar para el que no había transporte para blancos porque a ningún blanco se le ocurriría ir ahí. Ambos agentes fueron despedidos.
En libertad, Mandela asistió al nacimiento de su primera hija, Zenani, pero en esa época apenas veía a Winnie. Al parto de la segunda, Zindziswa, llegó de milagro.
También fue detenido Mandela poco después. Una madrugada, ante la impotente mirada de Winnie. En prisión, un tal sargento Kruger le permitía cierto grado de libertad en las visitas que le hacía a su marido. En libertad, Mandela asistió al nacimiento de su primera hija, Zenani, pero en esa época apenas veía a Winnie. Al parto de la segunda, Zindziswa, llegó de milagro. Zenani significa algo así como «Lo que has traído al mundo», que sugiere que su reto será aportar algo a la sociedad. Y Zindziswa quiere decir «bien establecida», y evoca un poema de Samuel Mqhayi de dudoso gusto, pues trata de un hombre que va a asesinar a su mujer y su hija recién nacida porque cree que no es el padre de la criatura hasta que reconoce su rostro en el de la pequeña las perdona.
Años oscuros le siguieron a Winnie, cuando se acopló a la clandestinidad de Nelson. Ella lo asumió ‘estoicamente’, según la autobiografía del político. Fue una época de citarse en lugares clandestinos, de conducir en busca de su marido siguiendo itinerarios surrealistas para despistar a la policía. Sus hijos crecieron pensando que su padre era un tal David, un nombre falso. A través de Winnie era que Mandela recibía los avisos de redada de la policía, hasta que salió del país. Mandela llegó a escribir: «se comporta más como un soldado que como una esposa».
La policía entonces comenzó una cacería, en la que muchas veces manejaban información correcta, lo que le dio inicio a una paranoia de ‘infiltrados’ que la llevó a los momentos más oscuros de su historia. Mandela cayó preso y su lucha comenzó a afianzarse. Iba ataviada con vestidos locales, el mensaje era que ella estaba entrando a un juicio de blancos. A su marido le cayeron tres años por incitar a la huelga y dos por abandonar el país sin pasaporte. No fue un juicio normal, fue la pena más alta impuesta hasta la fecha por ese tipo de delitos. Los 150 asientos para negros que hubo en la sala arrancaron a cantar Nkosi Sikelel’iAfrika (Dios bendiga África). Con ese ambiente, cuando Mandela fue a despedirse de Winnie, notó que no estaba triste, escribió él años después.
Las siguientes comparecencias en el juzgado ya no fueron tan festivas para Winnie. Mandela se jugaba la pena de muerte, de la que se libró por poco. Las cartas que le enviaba a prisión eran leídas y censuradas. Primero con tachones, después, cuando los guardianes descubrieron que se las arreglaron para lavarlos, se raspaban. Las cartas que le llegaban a Winnie también estaban, literalmente, recortadas. El papel estaba hecho jirones.
Winnie fue despedida de su puesto de trabajadora social en adopciones. Le prohibieron viajar hasta la prisión en tren o en coche, tuvo que ir en avión, la opción más cara. Una vez se produjo un allanamiento de su casa por parte de la policía cuando se estaba vistiendo y se cruzó a golpes con los policías. La prensa tituló tomándoselo en broma: «No eres el único boxeador de la familia, Madiba».
Sus hijos también fueron hostigados en la escuela. Era un colegio indio, pero la ley no permitía la asistencia de niños negros. Explicarle a sus hijos en qué consistía el apartheid fue especialmente duro para Winnie, relata Lodge. Desolada, todavía debió encajar un golpe más. Por un asunto burocrático sobre la obligatoria notificación de la dirección en la que se encontraba en cada momento, fue condenada a un año de prisión que no cumplió, pero fue despedida de su segundo empleo de trabajadora social.
En 1967, la volvieron a detener y fue más serio, de acuerdo a la ley antiterrorista. Se la llevaron con sus hijos colgados de su falda y la interrogaron con dureza. Años después diría, como cita Peter Limb en su biografía sobre Mandela, que los interrogatorios de ese tipo le «enseñaron a odiar». Los cargos fueron retirados por sorpresa dieciséis meses después. No así en 1976, año en que se la llevaron entrando de nuevo en su casa. La policía se abrió paso disparando a la puerta y rompiendo las ventanas con ladrillos. Le cayeron seis meses de prisión que cumplió en la cárcel de Kroonstad.
Tras las protestas estudiantiles de Soweto, en las que Winnie se involucró, la metieron presa en el Fuerte de Johannesburgo. Debido a su popularidad entre los jóvenes, la policía entró en su casa, recogió sus cosas y la envió al exilio interno. Una mudanza forzada al remoto municipio de Bradford, a 400 kilómetros de Johannesburgo. No tenía ni baño ni agua corriente. La población era mayoritariamente afrikaaner y muy hostil a los negros. No podía ni ir a comprar a las tiendas. No querían atenderla. Pero con el tiempo, señalan los biógrafos, logró ganarse su simpatía y empezó a agitar la localidad promoviendo la creación de guarderías y recaudando fondos para que hubiera un ambulatorio en la localidad, pues había algunos vecinos que nunca habían visto un médico. Sin embargo, mientras, su casa de Orlando fue quemada intencionadamente. Perdieron todos sus recuerdos familiares y fotografías.
Tras veintisiete años y medio preso, cuando Mandela fue liberado, Winnie le tuvo que explicar qué era eso que intentaban ponerle en la boca los periodistas: micrófonos.
Tras veintisiete años y medio preso, cuando Mandela fue liberado, Winnie le tuvo que explicar qué era eso que intentaban ponerle en la boca los periodistas: micrófonos. Un ingenio tecnológico que desconocía. En casa, poca intimidad tuvieron. Su hogar estuvo rodeado por cientos de entusiastas cantando durante días. En algunas ocasiones, la multitud se les echaba encima de tal manera que Mandela llegó a perder una vez un zapato en uno de estos tumultos. Del cautiverio y la miseria, en cuestión de días, ambos estaban de visita a Mitterrand, a Thatcher y firmando autógrafos por el camino. Sin embargo, a Winnie el destino no le reservaba un lugar glorioso.
En la fase más violenta del apartheid, Winnie llegó a decir públicamente «con nuestros neumáticos y cerillas, liberaremos el país». Era un mensaje muy elocuente y cargado de significado: cuando alguien era acusado de colaborar con la policía, se le inmovilizaba con un neumático y se le prendía fuego. En ese momento llovieron las acusaciones sobre ella, una más dura que otra, y fueron tantas que Mandela estaba desconcertado.
El 13 de mayo de 1991, fue declarada culpable de secuestro y condenada a cumplir seis años de cárcel, aunque esa pena sería dos años después reducida al pago de una multa. En noviembre, Nelson y ella dejaron de compartir el mismo techo. Un año después, la prensa sacó a la luz el romance de Winnie con su abogado, 27 años menor que ella.
Tres meses después, Mandela hacía público un comunicado. La ruptura. Decía que durante las dos décadas que estuvo preso, Winnie fue «un pilar indispensable de apoyo y consuelo», que «aceptó la onerosa carga de criar a los hijos por su cuenta» y también «soportó las persecuciones», pero «en vista de las tensiones que han surgido debido a las diferencias entre nosotros sobre una serie de cuestiones en los últimos meses, hemos acordado de mutuo acuerdo que una separación sería lo mejor para cada uno de nosotros». En noviembre, Winnie fue víctima de un atentado. Un hombre tiroteó su coche. Murió su chófer y guardaespaldas. Ella salió ilesa. Y ahí quedó la cosa. No se pudo arrancar ninguna confesión al asesino porque murió en el intercambio de disparos.
En 1994, fue nombrada viceministra de Arte, Cultura, Ciencia y Tecnología por su ex marido, una vez que este tomó el poder. Pero el cargo le duró un año. Acusada de corrupción, de haber arreglado unos contratos con una constructora desde su posición, su cargo fue puesto en cuestión. Ella, en respuesta, atacó al gobierno de su ex marido, dijo que se dedicaba más a los blancos que a los negros, y que esa no era, en sus palabras, «la Sudáfrica por la que he luchado toda mi vida». Mandela la destituyó con una carta que decía así: «Querida señora Mándela, he decidido relevarla de sus funciones como viceministra para las Artes, Cultura, Ciencia y Tecnología con efecto inmediato. Gracias por los servicios que hasta ahora ha prestado al Gobierno».
Como pidiendo que la negasen por tercera vez como en La Pasión bíblica, Winnie demandó a Mandela y logró recuperar su cargo por un defecto de forma en el cese. Pero Mandela volvió a despedirla una vez más. Por tercera vez la apartaba de su vida. Y esta vez fue la definitiva. En 1996, se le preguntó a Mandela si se reconciliaría con Winnie, quien al fin y al cabo había sido el amor de su vida, y replicó: “Si el universo entero intentara convencerme de que me reconciliara con ella, no lo haría”
Hasta su muerte esta semana, Winnie no hizo más que defenderse de acusaciones por corrupción y de sus excesos contra los «traidores» durante la época final del apartheid. Según John Carlin, los procesos podrían haberse debido a su enemistad con el sucesor de Mandela, Jacob Zuma . No obstante, tras su muerte, recibió homenajes de estudiantes y activistas para quienes seguía siendo la verdadera madre de la nación. (KR)
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