Kim Kardashian se convierte en abogada, ¿forjará un imperio legal?

Kim Kardashian, la empresaria multimillonaria y rostro omnipresente de la cultura pop, completó una metamorfosis sin precedentes: convertirse oficialmente en abogada. Más allá de los titulares y el glamour, su trayecto legal —labrado fuera de las aulas tradicionales y con disciplina casi monástica— revela una ambición estratégica que redefine el concepto de poder femenino en el mundo de los negocios.

Tras seis años de estudios intensivos bajo el sistema de apprenticeship legal de California —una alternativa poco explorada a la facultad de Derecho— Kardashian ahora es elegible para tomar el examen de abogacía del estado. En otras palabras: si aprueba uno de los exámenes más exigentes del país, podrá ejercer la abogacía de forma oficial. “Sin clases magistrales, sin atajos de torre de marfil, solo determinación. Y una montaña de libros de jurisprudencia para leer”, dijo Jessica Jackson, abogada de derechos civiles y su mentora, en una ceremonia privada en el Hotel Beverly Hills.

De influencer a influenciadora del sistema

Lo que comenzó como un homenaje a su padre, el renombrado abogado Robert Kardashian —famoso por defender a O.J. Simpson—, ha evolucionado en una causa personal y profesional con impacto real. En 2018, Kim Kardashian logró la conmutación de la sentencia de Alice Marie Johnson, una mujer de 63 años condenada a cadena perpetua por delitos no violentos relacionados con drogas. Aquel triunfo mediático y político fue solo el inicio.

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Desde entonces, ha financiado campañas para revisar sentencias injustas, cofundado la iniciativa The Justice Project y desarrollado un enfoque legal que combina activismo, capital y visibilidad. Su transición no es un simple «rebranding» de celebridad, sino la construcción de una nueva vertical dentro de su ecosistema empresarial.

¿Qué motivó a Kim Kardashian?

Fuentes cercanas aseguran que el momento decisivo no fue solo la muerte de su padre, sino un evento mucho más reciente y traumático: el robo a mano armada que vivió en París en 2016. Durante su testimonio en mayo pasado ante un tribunal francés, Kardashian describió cómo creyó que iba a morir. “Estaba segura de que ese era el momento en que me iba a violar”, dijo. Esta experiencia la dejó con estrés postraumático, pero también, paradójicamente, con un renovado deseo de comprender cómo funciona (y falla) el sistema de justicia.

“Kim encontró propósito en el trauma. No muchas personas con su plataforma lo usan para abrir puertas legales en lugar de cerrarlas con contratos de confidencialidad”, explica un académico de UCLA Law consultado para este artículo.

 

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Datos duros: capital, impacto y estrategia

Kardashian no está sola en su apuesta. Su empresa de productos shapewear, Skims, fue valorada en más de 4,000 millones de dólares en 2023, y su imagen es ahora sinónimo de marca global. Convertirse en abogada suma un nuevo activo a su portafolio: legitimidad institucional. “La autoridad legal es la única que aún se considera más poderosa que la mediática. Kim lo entendió antes que nadie”, sostiene la experta en liderazgo femenino y medios de la Universidad de Columbia, Sarah Menendez.

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Además, el enfoque autodidacta que eligió —el sistema de “lectura de la ley”— es utilizado por menos del 0.5% de los aspirantes a abogado en EE. UU., y menos del 20% logra completarlo con éxito. Kardashian estudió 18 horas a la semana, 48 semanas al año durante seis años. El equivalente a un máster de élite, sin los laureles ni los lujos académicos.

El futuro legal de una marca humana

La gran incógnita ahora es: ¿qué tipo de abogada será Kim Kardashian? ¿Dedicará su carrera a casos de justicia penal, o abrirá su propio bufete especializado en derechos civiles? ¿Acaso integrará su conocimiento legal a los contratos y negociaciones que ya domina como empresaria?

Lo cierto es que su próximo desafío legal —el California Bar Exam— será más que una prueba de conocimientos. Será un examen de coherencia entre marca personal y convicción.

Kardashian, sin duda, entendió algo clave del siglo XXI: el poder ya no se hereda, se construye. Con disciplina. Con visión. Y con un birrete en la cabeza que ahora pesa más que una corona.

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