El mundo de los negocios perdió este junio a uno de sus constructores más elegantes y visionarios: Leonard A. Lauder, presidente emérito de Estée Lauder Companies, murió en su residencia de Manhattan a los 92 años. Su partida no solo cierra un capítulo familiar, sino que marca el fin de una era en la que la belleza dejó de ser un lujo exclusivo para convertirse en una declaración de identidad, poder y propósito.
Más allá de ser el hijo mayor de Estée Lauder, Leonard fue el estratega que convirtió el sueño artesanal de su madre en un imperio empresarial con presencia en más de 150 países. Con una mezcla única de intuición estética, educación de élite y enfoque financiero, Lauder lideró durante décadas una transformación que redefinió el sector cosmético y elevó el estándar del liderazgo corporativo en una industria históricamente subestimada.
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Cuando Leonard ingresó a la compañía en 1958, Estée Lauder era aún una empresa emergente fundada en una cocina de Queens. Sin embargo, bajo su presidencia desde 1972 y luego como CEO desde 1982, la marca pasó de ser una firma familiar a convertirse en un conglomerado diversificado que hoy agrupa marcas icónicas como MAC, Clinique, La Mer, Tom Ford Beauty y Aveda. Su visión fue clara: diversificar sin diluir la esencia de la marca, crear vínculos emocionales con los consumidores y elevar el valor de lo intangible: cómo se sienten las personas consigo mismas.
Una de sus decisiones más emblemáticas fue llevar Estée Lauder Companies a la Bolsa de Nueva York en 1995, una jugada audaz que profesionalizó su estructura financiera y abrió las puertas a una nueva etapa de crecimiento exponencial. La oferta pública inicial valoró la compañía en más de 2.000 millones de dólares. Hoy, su capitalización de mercado supera los 60.000 millones.
La figura de Leonard Lauder nunca se caracterizó por ostentaciones ni titulares ruidosos. Su estilo fue discreto, centrado en construir una cultura corporativa basada en la confianza, la innovación y el empoderamiento. En un entorno aún dominado por ejecutivos masculinos, supo rodearse de mujeres brillantes, desde científicas de laboratorio hasta directoras creativas globales. En sus propias palabras: “La belleza no se impone, se inspira”.
Fue también un pionero en incorporar valores ESG (ambientales, sociales y de gobernanza) antes de que fueran una norma en Wall Street. A través de campañas sostenidas en favor de la sostenibilidad y programas de responsabilidad social corporativa, contribuyó a posicionar la empresa no solo como rentable, sino también como ética.
El legado de Leonard Lauder trasciende el balance general. Su compromiso con el arte, la salud y la educación se tradujo en donaciones que transformaron instituciones. En 2013, donó al Museo Metropolitano de Nueva York una colección cubista valorada en más de mil millones de dólares, considerada por el New York Times como “una de las más extraordinarias muestras de filantropía cultural de nuestro tiempo”.
Fue también un impulsor incansable de la investigación médica. Cofundó organizaciones dedicadas a combatir el Alzheimer y apoyó decididamente la lucha contra el cáncer de mama, causa promovida por su primera esposa, Evelyn Hausner Lauder, a través del icónico lazo rosa que hoy es símbolo universal de esa lucha.
La dinastía Lauder no solo ha conservado el control de la compañía, sino que ha elevado su legado. William P. Lauder, su hijo mayor y actual vicepresidente ejecutivo, ha heredado tanto la vocación empresarial como la filantrópica de su padre. Educado en la Wharton School, William ha liderado con éxito la transformación digital del negocio y ha ampliado el portafolio de marcas para responder a consumidores cada vez más diversos, jóvenes y conscientes.
Gary Lauder, su segundo hijo, ha enfocado su trayectoria en la inversión tecnológica y la innovación social, manteniendo activa la impronta familiar en el ecosistema filantrópico de Silicon Valley.
Leonard Lauder no solo dejó una empresa valorada en decenas de miles de millones. Dejó un modelo de cómo escalar un negocio sin perder el alma. Su historia es un caso de estudio para las nuevas generaciones de mujeres ejecutivas que aspiran a construir con impacto: una combinación de legado, audacia estratégica, sensibilidad cultural y compromiso social.
En tiempos donde el liderazgo se redefine y la estética cobra nuevos significados, la vida de Leonard Lauder nos recuerda que los grandes imperios no se construyen con ruido, sino con una visión clara, constancia ética y una confianza inquebrantable en el poder transformador de una buena idea… y de una buena crema.
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