Michelle Robinson siempre ha demostrado ser una mujer con agallas, con una voluntad indetenible ante sus retos, y con la firme visión de brillar y destacarse ante las barreras socioculturales, que muchas veces han querido limitarla.
Su historia, como pilar y ejemplo de liderazgo femenino, inicia mucho antes de verla como la figura imponente en el papel de primera dama de Estados Unidos, sino allá, en un hogar humilde de Illinois, Estados Unidos, rodeada de pobreza, pero con unas ganas feroces de salir adelante y abrirse camino en la carrera de derecho y sociología.
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Es así como llega a la Universidad de Princeton, y se licencia como socióloga y Estudios Afroamericanos, para luego, en 1988, graduarse como abogada en la prestigiosa Universidad de Harvard, llevándola luego por su excelente perfil, a trabajar como abogada en el bufete “Sidley & Austin”, destacando inmediatamente como profesional de muy alto nivel.
En aquel lugar de aprendizaje y crecimiento para ella, conoció a un joven llamado Barack, sin saber que aquella coincidencia sería una de las más importantes de su vida.
Superando la timidez
Detalles íntimos sobre su vida y sentimientos han sido contados por ella en su libro “Becoming”, una autobiografía que borda su humanismo y naturaleza sensible, pues aunque refleja ser tan dura como una roca, siempre se sintiò aterrorizada por la exposición pública, y no le gustaba nada la política. ¡Vaya sorpresa!
Sin embargo, Obama no la dejaría escapar y en 1992 unieron sus vidas para convertirse en uno de los matrimonios más sólidos dentro de las figuras públicas, porque aunque al principio no eran iconos mundiales, pronto las aspiraciones de su esposo los llevarían al foco público, que mantendría sus vidas escudriñadas constantemente.
«Cuando empezaba a desanimarme, me fustigaba, aún más con toda una serie de pensamientos desdeñosos: yo no había elegido aquello. Nunca me había gustado la política. ¿Había dejado mi trabajo y entregado mi identidad a aquella campaña y ahora era un lastre? ¿Dónde estaba mi poder?», cuenta Michelle en “Becoming”.
Madre y política
Michelle nunca tuvo interés de ser una madre convencional, de aquellas que se sientan en casa a ver sus hijos crecer y dedicar su vida a ese compromiso hermoso, para ella asumir la maternidad se convertiría en su reto más grande, lleno de altibajos pero con incontables recompensas emocionales.
Sus hijas Malia (1998) y Sasha (2001) fueron concebidas a través de fecundaciòn in vitro, siendo el método más acertado debido a las dificultades que ella padecía.
Sin embargo, aunque la vida suponía cada vez más dificultades, ella pudo gestionar una familia modelo, ligada a la maternidad activa, mientras brillaba con trabajos sociales, a 29 años de un matrimonio unido y fuerte.
Representante de los derechos
«Primero gana dinero y después preocúpate por tu felicidad», le dijo una vez su madre Marian S. Robinson, en aquellos momentos cuando Michelle descubrió que no tenía vocación de abogada y decidió dedicarse a distintos puestos lucrativos, encontrando su verdadera pasión: las ayudas sociales.
Luego de ocho intensos y difíciles años como mujer, madre y profesional en el más alto poder, ella comparte su experiencia de desgastes físicos y emocionales que le supuso la campaña electoral, y ser la primera dama negra de la historia en la primera potencia del mundo.
«Dado que éramos la primera familia afroamericana en la Casa Blanca, se nos veía como representantes de nuestra raza«, cuenta Michelle en su libro autobiográfico, dejándola bajo presión constante, pero saliendo como vencedora dentro del gusto popular.
Como mujer se impuso a una figura desafiante y sumamente inteligente: “Pero era demasiado seria, demasiado severa, al menos teniendo en cuenta las expectativas de la gente sobre una mujer».
Michelle ha estado por varios años bajo el lente del mundo, siendo en su momento la mujer en la primera fila, demostrando que más allá de la Casa Blanca, es una mujer cautivadora, reflexiva y llena de ambición, posicionándose como una de las líderes más ascendente de todos los tiempos.
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