Ha comenzado el juicio con las peores consecuencias de Silicon Valley. Pero no cualquier consecuencia, sino una devastadora para aquellas mujeres que están emprendiendo en el campo de la tecnología para la salud: el juicio de Elizabeth Holmes, la emprendedora que un día valió 3,600 millones de euros.
La creadora de Theranos, Elizabeth Holmes, fue considerada la ‘nueva Steve Jobs’ hasta que se descubrió que su proyecto de análisis de sangre era un fraude. Uno que podría traerle 20 años de cárcel. El 2015 fue el mejor año de Elizabeth Holmes, para entonces el vicepresidente Joe Biden se paseaba por sus fábricas y compartía mesa con ella; el expresidente Bill Clinton la invitaba a su Iniciativa Global a compartir espacio, charla y nivel de prestigio con Jack Ma (el segundo hombre más poderoso de China, dueño de Aliexpress).
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Es posible que más nadie tuviera un año como el de ella, incluso Forbes valoraba Theranos, su start-up convertida en poderoso unicornio, en 7.300 millones de euros y catapultaba a Holmes a lo alto de su lista de «mujeres emprendedoras más ricas». Una situación muy distinta a la que le espera hoy: un juicio por varios cargos de fraude, conspiración, fraude electrónico y así hasta nueve delitos de cuello blanco (de cuello negro alto, en su caso, cuando su imagen era la réplica de Steve Jobs) que pueden mandarla 20 años a prisión. El juicio se ha retrasado en varias ocasiones, la última por su embarazo y reciente maternidad, una última prórroga antes de su último encuentro con la realidad.
Elizabeth Holmes protagonizaba la historia perfecta. Había abandonado la Universidad de Stanford a los 19 años, había fundado Theranos en el 2003, prosperando contra todo pronóstico y su producto prometía cambiar el mundo. Se convirtió en la emprendedora multimillonaria más joven del mundo, la invitada estrella de Facebook, la nueva Steve Jobas dando discursos inaugurales en universidades, la mujer del año en muchas publicaciones y summits… Con apenas 31 años, Elizabeth Holmes era el éxito en forma de mujer, con una fortuna estimada en más de 3,650 millones de euros, recogiendo premios de manos de celebrities como Jared Leto y viviendo el momento. Su propio Carpe Diem. Aquel que anticipaba un futuro donde la biotecnología reemplazase a lo digital como fuente de fortunas. Un futuro donde biotecnología y el nombre de Elizabeth Holmes fuesen sinónimos como lo fueron Bill Gates e informática.
Menos de un año después, Forbes «despojaba» de su fortuna a Holmes, que pasaba a tener un valor neto de 0 (cero) dólares. En otoño de 2016, los medios reproducía el fracaso de su compañía, la prohibición de que Holmes se acercase a un laboratorio durante al menos dos años, el despido de cientos de personas, la caída del valor de Theranos a la décima parte de su valor, un castillo de naipes viniéndose abajo a toda velocidad.
En 2018, Holmes fue acusada formalmente por fraude. Por unos 570 millones de euros. Al mismo tiempo que un libro editado en España por Capitán Swing, Mala sangre, y un documental de HBO, The Inventor: Out of Blood In Silicon Valley contaban su auge y su caída. Y su gran mentira. Una que llevó a que en septiembre de ese año, Theranos anunciase su disolución: Holmes había buscado a más de 80 compradores potenciales para los restos de la empresa: nadie quiso acercarse, ni gastar un dólar más en ella.
Elizabeth Holmes prometía con Theranos análisis de sangre a partir de una gota para las analiticas más comunes. Una revolución para la sanidad de todo el planeta. Algo que mejoraba las vidas de todos, desde usuarios hasta laboratorios. Con ahorros millonarios en material médico y en toma de muestras. El problema es que era mentira.
Fue un fatídico reportaje en el Wall Street Journal el que reveló que muchas de las cosas que ella presumía no eran ciertas. El Ejército de Estados Unidos no había adoptado su tecnología para análisis de campo en territorio bélico (Afganistán) , la mayor parte de los contratos tampoco eran reales. La valoración de Theranos de 7,600 millones de euros estaba basada casi en su totalidad en el dinero proveniente de los inversores, los mismos que ahora está reclamando la justicia estadounidense.
A Holmes y a Sunny Balwani, expresidente de la compañía, se les acusa de cometer una «estafa masiva». Su tecnología propietaria apenas era capaz de lidiar con unos pocos análisis y el resto de toda su actividad se basaba en los métodos tradicionales. La revolución era una fachada para «mentir sobre los resultados financieros, empresariales y tecnológicos» de Theranos. Holmes, que había llegado al olimpo start-up subida a un unicornio sangriento, había vendido un caballo de Troya al capital riesgo.
Holmes evitará la cárcel y los juzgados (al menos por la parte federal; Balwani lo tiene un poco más difícil) a cambio de ceder todas sus acciones (el 50% de Theranos) , el control de la compañía que creó hace 15 años y pagar una multa de medio millón de dólares. El acuerdo no implica que tenga que admitir su culpa (la SEC ya lo ha hecho por ella), pero la despoja de toda gloria y señala claramente que, si algún día alguien compra Theranos, ella no verá ni un céntimo hasta que los inversores recuperen ese dinero inicial. Holmes, que algún día soñó con verse en el mismo panteón que Gates, Zuckerberg o Jobs, ya no pasará a la eternidad ni aunque su empresa logre algún día cumplir con sus promesas. (KR)