En un intento audaz por revertir su alarmante crisis demográfica, Tokio ha anunciado la implementación de una semana laboral de cuatro días para empleados públicos a partir de abril de 2025. Esta medida, liderada por la gobernadora Yuriko Koike, busca ofrecer mayor flexibilidad laboral para que las familias puedan priorizar la crianza de hijos sin tener que sacrificar sus carreras profesionales.
La capital japonesa, conocida por su intensa cultura de trabajo, enfrenta una de las tasas de natalidad más bajas del mundo: Con un promedio de 1,2 hijos por mujer, muy por debajo del umbral de reemplazo generacional de 2,1.
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Durante su discurso ante la Asamblea Metropolitana, Koike afirmó que «es el momento de proteger y mejorar la calidad de vida de nuestros ciudadanos». Japón ha registrado mínimos históricos en nacimientos durante los últimos 16 años consecutivos, y Tokio no es la excepción: la capital experimentó una caída del 15% en los nacimientos entre 2012 y 2022.
El fenómeno del karoshi —muerte por exceso de trabajo— ha exacerbado el dilema de muchas mujeres, obligándolas a elegir entre sus carreras y la maternidad.
Según datos del Banco Mundial, la participación laboral femenina en Japón es del 55%, significativamente inferior al 72% de los hombres. Esta brecha, una de las más amplias entre países desarrollados, subraya las barreras sistémicas que enfrentan las mujeres japonesas para equilibrar sus roles profesionales y familiares.
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La falta de políticas efectivas de conciliación ha perpetuado este ciclo, contribuyendo al declive poblacional.
La medida de la semana laboral de cuatro días no viene sola. Tokio ha implementado permisos especiales para padres, incentivos económicos para familias numerosas, y una creciente inversión en guarderías. Sin embargo, estos esfuerzos no están exentos de desafíos. Las dinámicas culturales profundamente arraigadas, que valoran las jornadas laborales extenuantes como símbolo de dedicación y éxito, siguen siendo un obstáculo para el cambio.
Estudios internacionales han demostrado que una semana laboral más corta no solo aumenta la productividad, sino que también mejora el bienestar físico y mental de los trabajadores. Países como Islandia y Nueva Zelanda han tenido éxito con políticas similares, pero la clave radica en un cambio cultural que acompañe las reformas estructurales.
En Islandia, por ejemplo, el 86% de la fuerza laboral ahora trabaja menos horas con resultados positivos en rendimiento y satisfacción personal.
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Por otro lado, en Bélgica, los empleados tienen la opción de condensar sus horas de trabajo semanales en cuatro días. Esto sin reducción salarial, una medida que ha generado debates sobre su impacto a largo plazo.
Tokio se enfrenta ahora al reto de demostrar que la reducción de la jornada laboral puede convertirse en una herramienta eficaz. Especialmente para abordar la crisis de natalidad y redefinir el equilibrio entre la vida personal y profesional. El éxito de esta medida podría no solo transformar la demografía japonesa, sino servir de modelo para otras economías avanzadas que enfrentan desafíos similares.
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