Papa Francisco abrió la puerta a las mujeres en la Iglesia
La antillana

Papa Francisco abrió la puerta del poder a las mujeres en la Iglesia, ¿ahora qué?

Por | mayo 12, 2025

Papa Francisco abrió la puerta del poder a las mujeres en la Iglesia

Durante siglos, las mujeres en la Iglesia católica han sido columna vertebral silenciosa: sostén, educadoras, cuidadoras, pero nunca arquitectas del poder. El papa Francisco desafió ese patrón. Desde 2013, llevó a cabo una reforma progresiva —aunque no radical— que permitió que figuras femeninas rompieran techos de cristal largamente blindados. La pregunta que se impone ahora, mientras el liderazgo eclesiástico se prepara para una transición inevitable, es tan contundente como urgente: ¿sobrevivirá ese legado sin él?

La estrategia del papa Francisco que sacudió al Vaticano

La designación de mujeres en cargos de alto rango en la Santa Sede fue uno de los gestos más disruptivos del pontificado de Francisco. No se trató de simples nombramientos decorativos, sino de posiciones con influencia real. En febrero de 2025, cuando su salud estaba visiblemente deteriorada, nombró a la religiosa franciscana Raffaella Petrini como vicaria general del Gobernatorato del Vaticano. En la práctica, Petrini se convirtió en la mujer con mayor poder administrativo dentro de la Ciudad del Vaticano, gestionando desde los Museos Vaticanos —fuente millonaria de ingresos— hasta la infraestructura de todo el Estado.

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Un mes antes, en otro hito histórico, designó a la hermana Simona Brambilla como prefecta del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada, convirtiéndola en la primera mujer en liderar uno de los departamentos clave de la Curia. Hasta entonces, las mujeres podían ocupar el rol de número dos, nunca el de mando absoluto. Con Brambilla, el equilibrio de poder dejó de ser enteramente masculino.

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Estos movimientos no fueron improvisados. Formaron parte de una hoja de ruta más amplia: la profesionalización de la Curia, la descentralización del poder papal y la necesidad de modernizar una institución que lucha por mantener su relevancia ante nuevas generaciones. Y en ese camino, el ascenso de mujeres fue tan estratégico como simbólico.

De la periferia al centro: cifras que revelan el giro

En 2013, cuando Francisco asumió, el 19,3 % de los empleados del Vaticano eran mujeres. Doce años después, esa cifra asciende al 23,4 %, y en la Curia el porcentaje llega al 26 %, según datos de Vatican News. No es una revolución numérica, pero una transformación cualitativa. Las mujeres ya no sólo cumplen funciones de archivo, protocolo o docencia religiosa; también toman decisiones presupuestarias, lideran dicasterios y manejan las relaciones diplomáticas de la Santa Sede.

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Uno de los movimientos más celebrados en esta dirección fue la inclusión de mujeres con derecho a voto en el Sínodo de los Obispos, un cuerpo asesor de máxima relevancia doctrinal. En 2023, por primera vez, cinco religiosas y cinco laicas participaron activamente en las votaciones sinodales, una medida impensada una década atrás.

La paradoja del progreso por el papa Francisco: límites y tensiones internas

Pero este avance tiene sus límites. El Papa nunca respaldó el sacerdocio femenino y se mostró ambiguo frente a la posibilidad de ordenar diaconisas, frustrando las expectativas de quienes pedían reformas más profundas. “El sacerdocio es una cuestión cerrada”, dijo en múltiples entrevistas, apelando a la tradición milenaria de la Iglesia. Este punto, quizás más que ningún otro, revela la tensión entre su voluntad reformista y los márgenes dogmáticos que aún se niega a cruzar.

Además, su impulso de inclusión encontró resistencias notables dentro del ala más conservadora del Vaticano. El nombramiento de mujeres en la Curia fue leído por muchos como una amenaza a la doctrina y al orden establecido. Figuras clave en la jerarquía eclesiástica, que operan tras bambalinas con poder real, han criticado estas decisiones, no siempre de manera pública, pero mediante mecanismos de veto, exclusión y resistencia burocrática.

«El machismo es malo y a veces el celibato te puede llevar a un machismo. Un cura que no sabe trabajar con las mujeres le falta algo, no está maduro», papa Francisco.

Incluso Petrini reconoció que “la resistencia es parte del proceso de cambio”, aunque en el caso del Vaticano esa resistencia tiene siglos de institucionalización.

¿Una semilla o una excepción?

Para las mujeres católicas, las reformas de Francisco son una conquista, pero también una prueba. ¿Se está abriendo un nuevo ciclo de equidad o se trata de concesiones aisladas dentro de una estructura que sigue siendo vertical, masculina y cerrada al cambio profundo?

El riesgo está en la reversibilidad. La historia del Vaticano ha demostrado que los avances pueden congelarse —o incluso revertirse— con un cambio de liderazgo. Sin Francisco al mando, ¿habrá voluntad y liderazgo para continuar por esa vía? ¿O será más cómodo, para un nuevo pontífice, evitar confrontar a los sectores que aún defienden el statu quo?

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En este sentido, el ascenso de las mujeres en la Iglesia es también un caso de estudio sobre liderazgo en entornos adversos. Las figuras femeninas designadas por Francisco no sólo deberán demostrar competencia —algo que ya han hecho—, sino también resiliencia para navegar un ecosistema político donde sus decisiones son más escrutadas que las de sus pares hombres.

Claves para el futuro

  1. La elección del próximo Papa será determinante. Si proviene del ala progresista, podría consolidar el camino abierto por Francisco. Si es conservador, podría ralentizar o incluso deshacer avances.

  2. El rol de las laicas está en el centro del debate. Aunque las religiosas han sido las protagonistas visibles, el verdadero cambio estructural vendrá con la inclusión formal de mujeres no consagradas en cargos de liderazgo eclesiástico.

  3. El Vaticano como símbolo. Lo que ocurre en Roma tiene un efecto dominó sobre diócesis y parroquias del mundo entero, especialmente en regiones conservadoras como América Latina o África.

El papa Francisco abrió la puerta. Lo que viene ahora es una prueba de fuego para su legado y para la capacidad de la Iglesia de reinventarse sin traicionar su esencia. Las mujeres ya no están sólo en los márgenes del poder eclesiástico. Pero el verdadero desafío será que puedan quedarse, crecer y transformar desde dentro una de las instituciones más antiguas —y masculinas— del planeta.

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