A medida que las mujeres escalan profesionalmente y ganan terreno en sectores históricamente dominados por hombres, una verdad permanece firme e incluso se fortalece con la edad: nuestras relaciones con otras mujeres son un activo invaluable. Estamos hablando de sororidad.
La sororidad —ese concepto que define la solidaridad activa, empática y estratégica entre mujeres— ha evolucionado de un ideal teórico a una herramienta poderosa de resiliencia, influencia y crecimiento profesional. Y no solo lo dicen los movimientos sociales o las campañas de empoderamiento: la evidencia empírica lo respalda.
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Un estudio de la Harvard Business Review demostró que las mujeres que cuentan con una red íntima de otras mujeres en posiciones de liderazgo tienen más del doble de probabilidades de alcanzar cargos ejecutivos en comparación con aquellas que solo se integran en redes mixtas. Las amistades femeninas generan un valor social, emocional y profesional que el networking tradicional no alcanza: validación mutua, mentoría horizontal, consejos específicos con perspectiva de género y, sobre todo, confianza.
Además, según un análisis de Gallup, las mujeres que afirman tener una «mejor amiga» en el entorno laboral reportan un 63% más de satisfacción profesional y un 41% más de compromiso con su trabajo. La amistad no solo sostiene: impulsa.
En la mediana edad, muchas mujeres comienzan a repensar sus prioridades, redefiniendo el éxito más allá de los logros individuales. Aquí es donde las amistades femeninas adquieren una dimensión estratégica. En lugar de competir, compartir. En lugar de cumplir expectativas externas, crear alianzas para definir nuevas reglas del juego.
La socióloga y escritora estadounidense Shasta Nelson, experta en relaciones femeninas, sostiene que las amistades sólidas en esta etapa de la vida “no solo predicen longevidad, sino también propósito y felicidad.” Y no es casual: tras años lidiando con techos de cristal, cargas invisibles y sesgos laborales, muchas mujeres encuentran en su círculo íntimo el espacio más seguro para expresarse sin tener que “demostrar” nada.
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La sororidad no es solo compañía; es una estrategia. En un mundo donde el 81% de los CEOs son hombres (Deloitte, 2024), el mentoring entre mujeres se posiciona como una forma de hackear el sistema. A diferencia del mentoring jerárquico tradicional, el peer mentoring femenino permite un intercambio bidireccional que favorece el desarrollo mutuo, genera confianza intergeneracional y democratiza el conocimiento.
Plataformas como Chief, Ellevate Network o WeInvest están capitalizando este principio, ofreciendo comunidades exclusivas donde mujeres ejecutivas se acompañan, invierten juntas y trazan estrategias de ascenso colaborativo. La clave ya no es solo tener un asiento en la mesa: es compartirlo con otras mujeres.
En un contexto donde el burnout femenino se ha disparado y donde la brecha salarial persiste (las mujeres ganan, en promedio, un 20% menos que los hombres en América Latina, según la CEPAL), tejer redes de apoyo emocional y profesional no es lujo, es necesidad. Cuidarnos entre nosotras —desde un mensaje de aliento hasta una recomendación para un ascenso— es un acto profundamente político.
Pero también es un gesto radical de autocuidado. Las relaciones entre mujeres, lejos de ser simples vínculos afectivos, son sistemas de contención y avance. La sororidad, entendida como colaboración estratégica, permite que el éxito deje de ser una carrera individual para convertirse en un logro compartido.
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En el universo de las finanzas, se insiste en diversificar, en invertir con visión de futuro. Bajo esa lógica, podríamos preguntarnos: ¿qué pasaría si tratáramos nuestras amistades femeninas con la misma intencionalidad? ¿Si las valoráramos como activos que —bien cultivados— nos dan retornos en forma de bienestar, red de contactos, aprendizaje continuo y propósito?
Invertir tiempo, energía y presencia en nuestras amigas —y aliadas— no es solo un acto afectivo. Es una decisión empresarial. Es construir una marca personal que no solo brilla sola, sino que ilumina a otras.
A medida que las mujeres avanzamos en nuestras carreras y desafíos personales, las amistades femeninas basadas en sororidad y mentoring se convierten en un diferencial competitivo. No se trata solo de afecto: es estrategia, empoderamiento y visión de futuro. Apostar por las demás —y dejar que apuesten por nosotras— es, sin duda, la mejor inversión a largo plazo.
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