Ajeno a nuestra cultura, existen otras donde las personas sí miran por la ventana. Un ritmo ajeno a la productividad obsesiva en el trabajo que ya hemos normalizado. Alguien que se encuentre con este ritmo europeo puede pensar que están perdiendo el tiempo. Hoy los expertos entienden que quizás estaban protegiendo su creatividad y sobre todo: su verdadero crecimiento profesional.
La paradoja del desempeño extremo es esta: cuando tu productividad roza la perfección, no solo te premian, también te etiquetan. Ser “la que siempre resuelve” puede parecer una ventaja competitiva… hasta que se vuelve tu nuevo techo profesional.
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En el mundo empresarial, especialmente para las mujeres que han tenido que demostrar más con menos, ser altamente eficiente ha sido una herramienta de ascenso. Pero ¿qué pasa cuando esa eficiencia se convierte en una camisa de fuerza?
Las investigaciones lo confirman: trabajar más no significa trabajar mejor. Según un estudio del British Medical Journal, jornadas laborales extendidas aumentan en un 40% el riesgo de enfermedades coronarias. En Japón incluso existe un término para morir de exceso de trabajo: karoshi.
Y no solo es una cuestión de salud. Un artículo de la Harvard Business Review advierte que los empleados “estrella” terminan siendo excluidos de promociones estratégicas porque se vuelven indispensables en su cargo actual. Es decir: tu eficacia puede ser el obstáculo que te impide ascender.
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La hipereficiencia limita específicamente a las mujeres en el ámbito laboral por una combinación de factores culturales, estructurales y de percepción que hacen que, en lugar de ser un trampolín hacia el liderazgo, se convierta en una jaula invisible.
Cuando una mujer es hipereficiente, se vuelve la persona que resuelve todo, rápido y bien. Esto la convierte en indispensable en la operación, pero rara vez en alguien a quien se visualiza para el liderazgo estratégico.
¿El problema?
Los puestos de liderazgo requieren pensamiento a largo plazo, delegación, visión y estrategia. La hipereficiencia está asociada con la ejecución constante, no con la visión ejecutiva.
Muchas mujeres, especialmente en entornos dominados por hombres, sienten la presión de tener que demostrar más para valer lo mismo. Esa presión se traduce en jornadas más largas, mayor perfeccionismo y una cultura personal de “nunca fallar”.
¿El efecto?
Se perpetúa una lógica de trabajo que prioriza el agotamiento como símbolo de mérito. Pero esa sobreentrega, aunque valorada superficialmente, no es la que se recompensa con ascensos.
Las mujeres hipereficientes suelen asumir más tareas “invisibles” dentro de las organizaciones: desde coordinar reuniones hasta resolver crisis de último minuto, pasando por contener emocionalmente al equipo.
¿Por qué importa?
Estas tareas, aunque fundamentales para el clima laboral, no se traducen en poder ni visibilidad estratégica. Se valora su «presencia resolutiva», pero no se les reconoce como líderes potenciales.
La hipereficiencia muchas veces excluye el error. Pero el error, bien manejado, es el camino natural hacia la innovación. Las mujeres que siempre cumplen, que todo lo entregan perfecto, rara vez son vistas como disruptivas o arriesgadas.
¿Qué ocurre?
Se les percibe como operativas, no como visionarias. En cambio, los hombres pueden fallar sin el mismo costo reputacional y aun así ser considerados líderes “atrevidos” o “creativos”.
El alto nivel de autoexigencia que implica ser hipereficiente termina impactando en el bienestar mental y emocional. Esto no solo mina la motivación interna, sino que reduce la energía disponible para invertir en redes de poder, mentorías o visibilidad estratégica.
¿Y entonces?
Muchas mujeres eficientes no ascienden no porque no puedan, sino porque no les queda tiempo (ni energía mental) para autopromocionarse, negociar o pensar en grande.
La economista Juliet Schor lleva décadas estudiando la relación entre horas trabajadas y resultados tangibles. Su conclusión es rotunda: más tiempo no produce más valor. De hecho, países con jornadas más cortas como Noruega o Dinamarca reportan niveles de productividad por hora significativamente mayores que economías hiperactivas como la de Estados Unidos.
Un estudio realizado por VoucherCloud en el Reino Unido reveló que el trabajador promedio es productivo solo 2 horas y 53 minutos al día. ¿El resto del tiempo? Revisar redes, charlas informales, buscar otro empleo.
La gran trampa de la eficiencia es que nos mantiene ocupadas pero no necesariamente dirigidas. En términos de estrategia empresarial y crecimiento profesional, no es lo mismo optimizar que liderar.
La automotriz Ford ya lo sabía en 1914: al reducir la jornada a ocho horas, duplicaron sus ganancias en dos años. Hoy, múltiples estudios apuntan a que el horario ideal está más cerca de las 25 horas semanales que de las 40 tradicionales.
El drama es cultural. En un entorno que premia el burnout, tomarse una pausa aún se percibe como debilidad. Pero los datos son claros: empleados que toman más de 10 días de vacaciones al año tienen el doble de posibilidades de recibir un aumento salarial, según Project: Time Off.
En cambio, quienes no descansan ni desconectan suelen estancarse.
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En una entrevista, la empresaria Janne Robinson comparó el liderazgo con mantener una fogata: “No confiamos en que las brasas se mantendrán calientes si dejamos de soplar por un instante. Pero si no nos damos pausas, nos convertimos en cenizas”.
La cultura empresarial necesita más líderes que entiendan que descansar no es una amenaza a su posición, sino una inversión en su visión. Y en el caso de las mujeres ejecutivas, esto implica dejar de perpetuar el mito de que para estar a la altura hay que darlo todo, todo el tiempo.
Si tu eficiencia ha sido tu boleto al éxito, pregúntate ahora: ¿te está ayudando a subir o te mantiene en el mismo escalón porque nadie más puede hacer tu trabajo “tan bien como tú”?
La respuesta no está en hacer más, sino en hacer diferente. Soltar el control no es perderlo, es abrir la puerta a lo nuevo. A veces, el siguiente nivel no lo alcanzas con más horas, sino con más pausa.
Aprende a mirar por la ventana.
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