La crisis mundial por la contaminación plástica ya no es solo una cuestión medioambiental. Durante las recientes negociaciones en Busan, Corea del Sur, representantes de pueblos originarios enfatizaron que frenar el uso desmedido del plástico es, en muchos casos, una lucha por la supervivencia misma. Las evidencias médicas y los testimonios de estas comunidades muestran que el impacto del plástico en la salud es alarmante y requiere medidas urgentes.
La República Dominicana, por su parte, enfrenta una creciente crisis por la contaminación de plástico. Cada año, el país genera cerca de 88,000 toneladas de residuos plásticos, de los cuales solo el 20 % se recicla, mientras que el resto termina en vertederos o en el medio ambiente. El 89 % de la basura marina en el Caribe proviene de actividades terrestres, principalmente envases de un solo uso, lo que afecta gravemente los ecosistemas costeros.
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La comunidad aamjiwnaang, en Ontario, Canadá, es una prueba viviente del impacto letal del plástico. Caleb Justin Smith-White, de 33 años, denuncia que su pueblo, de apenas 2,000 habitantes, enfrenta una alarmante incidencia de leucemia y otros cánceres. Aunque no disponen de estudios epidemiológicos a gran escala por falta de recursos, su historia coincide con una tendencia mundial documentada por científicos: el plástico está enfermando a las personas.
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La región donde habitan, conocida como el «valle de la petroquímica», alberga gigantes industriales como Imperial Oil, Shell e INEOS, todos involucrados en la fabricación de plásticos. Este panorama no es exclusivo de Canadá. En Nepal, Prem Singh, del grupo indígena Tharu, relata cómo los residuos plásticos invaden sus aldeas y son ingeridos por el ganado. En Alaska, Pamela Miller, directora de la ONG ACAT, alerta sobre una «crisis de cáncer» entre las comunidades indígenas expuestas a sustancias químicas derivadas de combustibles fósiles usados para fabricar plástico.
La toxicidad del plástico no solo se queda en el entorno. Estudios recientes demuestran que el material se descompone en microplásticos que penetran el organismo humano. La doctora Thais Mauad, de São Paulo, Brasil, presentó en Busan un estudio impactante: microplásticos han sido detectados incluso en el cerebro humano. Aunque la investigación aún está en desarrollo, hay fuertes indicios de que estas partículas contribuyen a enfermedades como infertilidad, obesidad, diabetes y cáncer.
De las 16,000 sustancias químicas presentes en los plásticos comerciales, más del 25% representan un peligro para la salud humana, según la Coalición de Científicos por un Tratado Eficaz sobre el Plástico. Además, existe una «relación tóxica» entre los alimentos ultraprocesados y sus envases plásticos, como advierte la toxicóloga Jane Muncke.
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A pesar de la creciente evidencia científica, las negociaciones en Busan finalizaron sin un acuerdo. Países como Rusia y Arabia Saudita, grandes productores de petróleo, bloquearon cualquier tratado que implicara restricciones vinculantes. Ante este estancamiento, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió un comunicado reafirmando los peligros del plástico para la salud.
Luis Vayas Valdivieso, embajador de Ecuador y presidente del proceso, reconoció que aún quedan cuestiones críticas por resolver: “Estas cuestiones no resueltas continúan siendo espinosas y hará falta más tiempo para resolverlas de forma eficaz”.
La lucha contra la contaminación plástica es, en última instancia, una batalla por salvar vidas. Las comunidades más vulnerables lo saben mejor que nadie. En países como República Dominicana, donde los desechos plásticos son un problema creciente, es urgente implementar políticas de reducción, reciclaje y control de sustancias tóxicas. La industria de la salud y la sociedad en su conjunto deben exigir cambios y priorizar soluciones sostenibles para garantizar un futuro más saludable para todos.
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