¿Es posible que algo tan simple como una carcajada sea una de las herramientas evolutivas más sofisticadas de nuestra especie? La ciencia moderna cree que sí. Lejos de ser solo un acto social o una respuesta al humor, la risa emerge como un comportamiento biológico profundamente arraigado que compartimos con al menos 65 especies animales y que podría ser clave en la salud pública del futuro.
Desde las ratas que chillan cuando les hacen cosquillas hasta los chimpancés que ríen en sus juegos, la risa parece haberse originado mucho antes que el lenguaje, cuando nuestros ancestros homínidos necesitaban una forma rápida y efectiva de mostrar conexión, relajación y ausencia de amenaza. Según investigaciones de la Universidad de California y del Instituto Max Planck, estos sonidos vocales no verbales reforzaban vínculos en el grupo y facilitaban la cooperación, lo que posiblemente aumentó las tasas de supervivencia.
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La risa es tan universal que incluso los bebés ciegos y sordos comienzan a reír antes de los tres meses de edad, sin haber aprendido el comportamiento por imitación. Y no solo eso: hoy se sabe que delfines, loros, perros y hasta elefantes emiten sonidos similares en situaciones de juego, lo que lleva a los neurobiólogos a hablar de una “gramática emocional compartida” entre especies. Esta teoría sugiere que la risa es una expresión primitiva de seguridad y juego, anterior a cualquier construcción cultural.
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En términos neurológicos, reír no es tan sencillo como parece. Diversos estudios con imágenes cerebrales funcionales revelan que el humor activa una red compleja que involucra desde la corteza prefrontal (donde se detecta la incongruencia), hasta el sistema límbico, responsable de nuestras emociones más básicas. Cuando reímos por algo genuinamente gracioso, se libera una oleada de dopamina, oxitocina, serotonina y endorfinas: el mismo cóctel químico que aparece con el enamoramiento o el ejercicio físico intenso.
Este circuito, conocido como “la autopista del placer”, no solo mejora el estado de ánimo inmediato, sino que también regula el sistema inmunológico, reduce los niveles de cortisol y mejora la oxigenación celular. De ahí que la risa sea cada vez más valorada en medicina integrativa: hospitales de Japón, Alemania y Brasil están incluyendo risoterapia como parte de tratamientos complementarios contra el dolor crónico, el cáncer y trastornos del estado de ánimo.
En República Dominicana, iniciativas en centros geriátricos y pediátricos han comenzado a incorporar dinámicas lúdicas basadas en la risa como herramienta para mejorar la respuesta emocional y reducir la ansiedad clínica. Reír no cura todo, pero puede crear las condiciones ideales para que el cuerpo comience a hacerlo.
Aunque el humor es cultural, los mecanismos biológicos que lo activan son notablemente consistentes. La gelotología —disciplina que estudia la risa desde un enfoque científico— plantea que esta surge cuando hay una ruptura inesperada de expectativas (incongruencia), pero sin una amenaza real. Es decir, el cerebro necesita detectar primero lo sorprendente y luego confirmar que no existe peligro. Solo entonces se activa la carcajada como una forma de “reset emocional”.
Sin embargo, no todo el mundo ríe igual. Investigaciones publicadas en Nature Human Behaviour señalan que los jóvenes tienden a responder más al humor físico e inmediato, mientras que en los adultos mayores se activa con mayor intensidad la memoria autobiográfica y la reflexión compleja, lo que explica su preferencia por el sarcasmo, la ironía o el humor de doble filo.
Esto también tiene implicaciones sociales. La risa espontánea y emocional está asociada a vínculos profundos, mientras que la risa voluntaria —la que usamos para encajar o agradar— responde a mecanismos conscientes que se activan en la corteza motora. Ambas tienen valor adaptativo, pero mientras una nace del instinto, la otra es estrategia de supervivencia social.
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Lo más fascinante es que no somos los únicos que “jugamos a reír”. Un estudio liderado por la Universidad de California en Los Ángeles identificó patrones vocales análogos a la risa en decenas de especies: desde los gorilas que gruñen cuando se hacen cosquillas, hasta los delfines que emiten chillidos pulsados durante el juego. Esta evidencia sugiere que la risa podría ser una señal filogenética del juego seguro y de la construcción de confianza intraespecie.
En el caso de los primates, las vocalizaciones lúdicas aumentan cuando hay contacto físico, lo que se ha asociado a una mayor producción de oxitocina, la llamada “hormona del vínculo”. En perros y gatos, estos sonidos suelen confundirse con jadeos o maullidos suaves, pero cumplen la misma función de desactivar la amenaza y favorecer la interacción.
Cada vez más instituciones de salud están valorando los efectos clínicos de la risa como intervención no farmacológica. En países como Corea del Sur y Suecia, se han implementado protocolos de “higiene emocional” que incluyen sesiones semanales de risoterapia en adultos mayores para prevenir deterioro cognitivo y depresión.
En República Dominicana, este enfoque aún es incipiente, pero especialistas aseguran que “reír todos los días debe ser parte de una receta de salud preventiva”, tanto como lo es una dieta equilibrada o el ejercicio regular.
Al final del día, entender el origen científico de la risa no la hace menos mágica. Al contrario, revela su profundidad evolutiva y su poder terapéutico. Reír, entonces, es mucho más que una respuesta a lo gracioso: es una forma de conectar con nuestras raíces animales, con nuestros vínculos humanos y con nuestro derecho innato al bienestar.
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