El Trastorno del Espectro Autista (TEA) es comúnmente asociado a la infancia, lo que ha contribuido a que muchas personas pasen años de su vida sin un diagnóstico adecuado. Este «autismo invisible» se manifiesta en adultos que han aprendido a enmascarar sus síntomas, adaptándose a un mundo que no siempre comprende su neurodivergencia. Un diagnóstico tardío puede significar un alivio para algunos, al encontrar respuestas a su historia de vida, pero también puede generar una crisis de identidad y enfrentar barreras en el acceso a apoyos necesarios.
El TEA es una condición neurológica que afecta la comunicación, la interacción social y el comportamiento. Según la Mayo Clinic, los síntomas pueden manifestarse de diversas formas y con diferentes grados de severidad, razón por la cual el término «espectro» es clave para entender la diversidad dentro del autismo. Sin embargo, los signos suelen pasar desapercibidos en personas que han desarrollado estrategias de compensación, especialmente en mujeres.
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Este fenómeno es conocido como «autismo invisible», ya que estas personas pueden mantener relaciones sociales, cumplir con sus responsabilidades laborales y aparentar una vida funcional, aunque internamente luchen con ansiedad, agotamiento extremo y dificultades en la interpretación social.
El autismo en adultos, especialmente en quienes no han sido diagnosticados en la infancia, puede manifestarse de formas sutiles y difíciles de identificar. A menudo, estas personas han desarrollado estrategias para enmascarar sus dificultades, lo que se conoce como masking o camuflaje. Algunas señales de autismo «invisible» en adultos incluyen:
Muchas personas con autismo no diagnosticado crecen sintiéndose «diferentes» sin saber por qué. Si te identificas con varias de estas señales, podrías considerar consultar con un profesional especializado en neurodivergencia en adultos.
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Para muchas personas, recibir un diagnóstico de autismo en la adultez representa una transformación profunda. Julio Rodríguez, neuropsiquiatra argentino especializado en neurodivergencias, explica que un alto porcentaje de adultos con TEA llegan al diagnóstico tras la evaluación de sus propios hijos. «Muchos padres comienzan a notar similitudes entre los síntomas de sus hijos y su propia experiencia de vida, lo que los lleva a consultar con especialistas», señala.
Irene Milillo, maestra de 46 años, recibió su diagnóstico a los 43, tras investigar sobre el TEA para ayudar a sus alumnos. «Nunca imaginé que podría ser autista. Pensé que tenía problemas de ansiedad o estrés crónico. Fue un proceso difícil, pero finalmente encontré respuestas a por qué siempre me sentí diferente», relata.
El diagnóstico tardío puede generar dos efectos principales: un sentido de alivio y autocomprensión o una crisis de identidad al tener que redefinir la propia historia personal. Además, muchas personas enfrentan la invalidación social, ya que el desconocimiento sobre el TEA en adultos genera mitos como «no pareces autista» o «siempre has funcionado bien, ¿por qué necesitas un diagnóstico ahora?».
Uno de los mayores desafíos en la detección del autismo en adultos es la falta de formación en los profesionales de la salud. Rodríguez advierte que «los criterios diagnósticos están diseñados para niños y no contemplan las manifestaciones en adultos, especialmente en mujeres». Esto ha llevado a que muchas personas sean diagnosticadas erróneamente con ansiedad, depresión, trastorno bipolar o incluso psicosis.
El caso de Irene, que recoge El Tiempo, refleja esta problemática. «Acudí a varios médicos antes de recibir el diagnóstico correcto. Algunos decían que era estrés laboral, otros lo atribuían a mi personalidad. Nunca consideraron el autismo como una posibilidad», comenta.
Este desconocimiento se extiende a toda Latinoamérica, donde el acceso a evaluaciones especializadas es limitado. Un caso extremo citado por Rodríguez es el de una mujer de 83 años que pasó toda su vida sintiéndose «extraña» hasta que recibió un diagnóstico de TEA. «Imagínate vivir más de ocho décadas creyendo que el problema eres tú, cuando en realidad simplemente procesabas el mundo de manera diferente», reflexiona el especialista.
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El autismo se presenta de forma diferente en hombres y mujeres, lo que contribuye a su invisibilización en el género femenino. Rodríguez explica que «las mujeres suelen desarrollar más estrategias de camuflaje, lo que dificulta su identificación». Conductas como la hiperfijación en pasatiempos, la necesidad extrema de rutinas o la dificultad para leer entre líneas suelen interpretarse erróneamente como «peculiaridades de la personalidad».
Además, las mujeres con TEA suelen ser diagnosticadas con trastornos emocionales en lugar de autismo. «Conozco casos de mujeres a quienes se les diagnosticó erróneamente trastorno límite de la personalidad, ansiedad severa o incluso psicosis», agrega Rodríguez.
Para reducir la brecha en la detección del TEA en adultos, los expertos sugieren:
Para personas que sospechan que podrían estar dentro del espectro, los especialistas recomiendan buscar evaluaciones en centros especializados y apoyarse en comunidades de autistas adultos, quienes pueden brindar orientación basada en su propia experiencia.
El autismo invisible es una realidad para miles de adultos que han vivido sin respuestas sobre su neurodivergencia. Un diagnóstico tardío puede ser el primer paso hacia la autocomprensión y la búsqueda de herramientas para mejorar la calidad de vida. Sin embargo, es fundamental que el sistema de salud evolucione para garantizar evaluaciones precisas y accesibles para todas las personas, sin importar su edad o género.
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