Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), la enfermedad cerebrovascular aguda o ictus representa la tercera causa de muerte a nivel mundial, la primera causa de discapacidad física en las personas adultas y la segunda de demencia.
Anualmente, 15 millones de personas en el mundo sufren un ictus; de estas, 5 millones mueren y otras 5 millones sufren una discapacidad permanente como consecuencia del ictus, lo cual repercute de forma muy significativa tanto en las familias como en la sociedad.
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A pesar de la tendencia decreciente en las cifras de mortalidad observada en los últimos 20 años, relacionada tanto con la detección y el control de los principales factores de riesgo como con los importantes avances en el diagnóstico y el tratamiento del ictus durante su fase aguda, el impacto de esta afección continuará incrementándose en los próximos años, ya que la OMS predice un aumento de un 27 % en su incidencia para el 2025.
La enfermedad vascular cerebral, conocida también por el término ictus, se refiere a la afección de la circulación cerebral, por lo general de inicio brusco y puede ser producto de la interrupción de flujo sanguíneo a una zona limitada del cerebro, en ese caso conocido como isquemia, o por una rotura de una arteria o vena cerebral, siendo conocida como hemorragia cerebral. Esto se traduce en signos y síntomas en el paciente, dependiendo la zona afectada, incluso creando secuelas que pueden afectar la capacidad funcional del individuo.
En palabras más simples, de acuerdo con información publicada en el portal www.clinicbarcelona.org, tener un ictus «significa que un vaso sanguíneo que lleva sangre al cerebro se ha roto o ha quedado taponado».
Cuando esto ocurre, la sangre no llega a una determinada zona del cerebro, de modo que las células nerviosas afectadas no reciben oxígeno y mueren. De ahí, la importancia de actuar con la máxima rapidez.
El término ictus, del latín golpe, se utiliza para describir las consecuencias de la interrupción súbita del flujo sanguíneo a una parte del cerebro (isquemia cerebral, el 85 % de los casos) o de la rotura de una arteria o vena cerebral (hemorragia cerebral, el 15 % de los casos).
Cuando la sangre no llega de una manera adecuada, la función de la parte del cerebro que ha quedado afectada se puede alterar de forma transitoria o permanente. De forma coloquial el ictus también se conoce como derrame cerebral, embolia, trombosis o apoplejía.
El neurólogo y epileptólogo, Dr. Francisco Javier Taveras, explicó que los factores que aumentan el riesgo de que se produzca un accidente cerebrovascular son: la hipertensión arterial, enfermedades cardíacas como las arritmias, diabetes mellitus, aumento del colesterol, consumo de alcohol, tabacos o drogas, el sedentarismo y la obesidad.
El especialista subrayó que a cualquier edad se puede registrar un ictus, siendo la población con mayor riesgo la que corresponde a los adultos mayores pues aduce que “a mayor edad, aumenta su incidencia”.
Al ser consultado acerca de los datos recientes, los cuales indican que en los últimos años el ictus está presentándose en personas jóvenes, principalmente, en edad laboral, expuso que anteriormente solo un 0,5 % de todos los ictus se producían en personas menores de 20 años.
Sin embargo, en los últimos años ha aumentado un 25 % el número de casos entre las personas de 20 a 64 años, lo cual se atribuye a un inicio más temprano de factores de riesgo mencionados anteriormente como lo es la obesidad, las enfermedades como la hipertensión y la diabetes.
No obstante, para la neuróloga, Mar Castellanos, coordinadora del Grupo de Estudio de Enfermedades Cerebrovasculares de la Sociedad Española de Neurología (SEN) y jefa de Servicio de Neurología en el Complejo Hospitalario Universitario A Coruña (CHUAC), España, “siempre se tenía la percepción de que el ictus era una enfermedad estrechamente ligada a la edad, que le pasaba sobre todo a la gente mayor, y era una percepción cierta. Ya no lo es. Más del 60 % de pacientes que sufren un ictus tienen menos de 65 años. Este ha dejado de ser una enfermedad de gente mayor y está afectando a más personas en edad laboral”.
La OMS informó en el 2021 que trabajar 55 horas o más a la semana aumenta en un 35 % el riesgo de presentar un accidente cerebrovascular y en un 17 % el riesgo de fallecer a causa de una cardiopatía isquémica con respecto a una jornada laboral de 35 a 40 horas semanales.
Estos datos proceden de las estimaciones más recientes realizadas tanto por el máximo ente rector de la salud a nivel mundial como por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que aparecen en una publicación de Environment International.
Ante esto, expertos señalan que el ictus es una enfermedad de altísima prevalencia pero poca visibilidad, pues el 90 % de los casos de ictus pueden prevenirse con una vida saludable, controlando la tensión arterial, el peso, los niveles de azúcar y el colesterol.
Según ABC.es, un nuevo fármaco, aún en fase experimental, promueve la reparación del sistema nervioso tras un ictus. El medicamento podría contrarrestar el daño hasta una semana más tarde de su inicio.
Por ello, es tan necesario mantener informada a la población de que con una dieta sana y variada, una actividad física que huya del sedentarismo, revisiones médicas periódicas y una mejor gestión del estrés, puede mejorar estas cifras y sacar al ictus del top de enfermedades con más mortalidad.
En cuanto a la prevención de esta enfermedad cerebrovascular, el doctor Taveras indicó que al llevar un control de los factores de riesgo, se reducen drásticamente las probabilidades de sufrir un infarto cerebral.
Menciona que luego está la prevención secundaria, “si tuviste un accidente cerebrovascular isquémico o un accidente isquémico transitorio, es posible que el médico te recomiende medicamentos para ayudar a reducir el riesgo de sufrir otro accidente cerebrovascular”.
El Dr. Francisco Taveras informa que en el caso de un ictus isquémico, durante la fase aguda, el tratamiento consiste en disolver el trombo que se ha formado. Esto puede realizarse de diferentes formas: con fármacos fibrinolíticos como el rt-PA, por vía venosa, lo cual puede administrarse en las primeras 4.5 horas.
En República Dominicana actualmente existe un centro capacitado a CEDIMAT, que cuenta con un equipo de neurología entrenado para estos casos.
“En las primeras 12 a 24 horas el tratamiento quirúrgico endovascular, en ocasiones, será necesario realizar una intervención para extirpar la placa de ateroma formada o dilatar la arteria afectada. Si el ictus es hemorrágico hay procedimientos quirúrgicos a valorar, la elección dependerá de la causa y el volumen del mismo”.
Luego de un ictus, la persona puede volver a llevar su vida como antes. Esto sí puede lograrse, pero todo dependerá del tipo y volumen del daño cerebral, el manejo agudo recibido y la rehabilitación física, que mientras más rápido sea su inicio, mejor será el pronóstico.
Sobre las probabilidades de que una persona se salve de un infarto cerebral y en qué casos se puede dar la muerte, el especialista expuso que la mortalidad varía entre un seis y un 30 %.
“La mayoría de los estudios coinciden en que la edad avanzada, el tipo de ictus, el tamaño de la lesión y el deterioro clínico, son factores determinantes en la mortalidad”.
Existen síntomas de alerta que se deben tomar en cuenta y avisar al 911 ante la presencia de pérdida de fuerza en la mitad del cuerpo (cara, brazo y pierna del mismo lado), dificultad para hablar o un habla estropajosa, disminución de la sensibilidad u hormigueos en la mitad del cuerpo, así como dolor de cabeza muy intenso distinto del habitual.
Ante esto, el Dr. Taveras señala que inmediatamente se noten estos signos, la persona debe ser llevada a una emergencia con capacidad para manejo de fase aguda de los ictus.
“Tiempo es cerebro. Cada minuto que pasa, las posibilidades de recuperación se reducen. Es una de las causas más importantes de incapacidad permanente del adulto y la segunda causa de muerte. Además, puede provocar secuelas que afecten de manera importante la calidad de vida”.
Añadió que actualmente se están enfocando investigaciones en mejorar la terapia implementada en fase aguda, con el objetivo de mejorar la tasa de éxito y evitar secuelas.
Sin embargo, es importante concienciar a la población de que patologías como la hipertensión, diabetes, dislipidemia, arritmias, y personas con enfermedades que afecten la coagulación, siempre estarán dispuestas a propiciar la presencia del ictus.
Según el mecanismo de la lesión se distinguen dos tipos de ictus:
Ictus isquémico (o infarto cerebral) originado por la obstrucción del flujo sanguíneo.
Ictus hemorrágico (o hemorragia cerebral) en el que la rotura de un vaso provoca la salida de sangre y la compresión de estructuras del sistema nervioso central.
Pacientes con síntomas similares pueden desarrollarlo por distintos mecanismos. Identificar qué lo ha producido es trascendental, pues este será el factor que determine el tipo de tratamiento en la fase aguda y en el plan terapéutico para evitar su repetición.
El ictus es la principal causa de discapacidad física en personas adultas y la segunda causa de deterioro cognitivo. De hecho, es más incapacitante que todo el resto de enfermedades neurológicas juntas.
Estos son los motivos por los que en los países industrializados los costes directos en sanidad debidos al ictus son elevados y se espera que, a consecuencia del envejecimiento de la población, estas cifras aumenten en los próximos años.
Aquí algunas acciones que no deben realizarse por ningún motivo:
Según recomendaciones de ABC Salud, esto es lo que se debe hacer:
Recuerda: aunque solo se exteriorizan algunos, el ictus puede presentarse con cualquiera de los siguientes síntomas:
Actuar con rapidez ante estos cambios es muy importante, ya que cuanto más tiempo pase una persona sufriendo el ACV las secuelas serán más graves.
Según la Federación Española de Ictus (FEI), aquellos casos tratados desde el primer momento pueden recuperarse casi por completo. Si, por el contrario, el individuo padece alguna secuela –como parálisis, déficit cognitivo o trastornos en el habla- hay un 40 % de posibilidades de que pueda valerse por sí mismo.
Artículo retomado de la revista MediHealth; por Normedy Gallardo
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