Hay vinos que se beben y vinos que se recuerdan. Y luego están los que trascienden, como si en cada sorbo habitara una historia que se niega a apagarse. Así ocurre con Aleva, el proyecto más íntimo y poético nacido del universo de Alejandro Fernández, el hombre que cambió para siempre la percepción del vino español y convirtió a Ribera del Duero en sinónimo de grandeza accesible.
Alejandro Fernández fue más que un viticultor. Fue un alquimista del tiempo. Sus vinos Pesquera, Condado de Haza, Dehesa la Granja y El Vínculo, eran la promesa cumplida de que la excelencia no debía ser un privilegio, sino una emoción compartida. Su muerte en 2021 dejó un vacío enológico y espiritual, pero también sembró una semilla: una filosofía que su hija Eva Fernández ha decidido mantener viva bajo un nombre que resume la herencia y el amor: Aleva, un nombre que nace de la fusión de Alejandro y Eva.
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Eva Fernández creció entre viñedos, escuchando a su padre repetir que “la viña es como la vida: hay que sentirla para que florezca”. Su educación formal pasó por la Escuela de la Vid y el Vino de Madrid y Burdeos, pero su verdadero aprendizaje fue emocional. Aleva nace en la Finca San Martín, en Roa (Burgos), donde los suelos arcillo-calcáreos, la altitud de 940 metros y la orientación noroeste se conjugan como si la naturaleza hubiera querido rendir homenaje a su fundador.
Cada cepa parece susurrar una memoria: la de un hombre que creía que el vino debía tener alma. En Aleva, Eva recoge ese credo y lo transforma en una experiencia contemporánea: vinos que respiran respeto por la tierra y una elegancia sobria, sin artificios, como el eco contenido de una gran obra de arte.
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El Aleva Crianza 2023 es el vino que mejor traduce ese legado. Vendimiado a mano, criado durante 20 meses en roble americano y afinado en botella al menos cuatro, es una declaración de estilo: autenticidad y equilibrio como pilares. En copa, su burdeos intenso se abre lentamente, revelando fruta negra madura, notas minerales, ecos especiados y una sutileza de madera noble que nunca invade.
En boca, es un vino que conversa. Estructurado, voluminoso, con taninos que se funden como terciopelo y un final largo, vibrante, de esos que permanecen en la memoria gustativa. Su precio, alrededor de 30 euros, lo convierte en una joya accesible, fiel al espíritu de su creador. Puede acompañar tanto una carne roja como un plato de autor contemporáneo, pero lo que realmente marida con él es el silencio que se hace cuando un vino es capaz de conmover.
Si el Crianza es la carta de presentación, el Aleva Selección 2021 es el susurro de los dioses. Una edición limitada a 1.156 botellas, elaborada solo en añadas excepcionales y criada durante 30 meses en roble americano y 12 en botella, con un costo de 50 euros. En ella se condensa la esencia del Tempranillo más puro: color profundo, aromas de cacao, fruta negra, especias y mineralidad elegante.
En boca es un vino con presencia y calma. Todo está medido, como un compás de música clásica: estructura, tensión, dulzura, final interminable. Con potencial de guarda superior a 20 años, no se bebe, se custodia. Es un vino que invita a esperar, a entender que el tiempo, como la vida y la vid, solo revela su belleza a quien sabe tener paciencia.
Hablar de Aleva es hablar del renacer de una filosofía, no de un simple legado familiar. Es el recordatorio de que el vino no solo nace de la tierra, sino también del carácter de quienes lo cultivan. Eva Fernández más que imitar a su padre, ha sabido dialogar con su esencia. Y en ese diálogo se funden el pasado y el porvenir, la nostalgia y la innovación.
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Quien haya probado alguna vez un Pesquera sabe que hay vinos capaces de despertar emociones dormidas. Aleva recoge esa emoción y la traduce en lenguaje contemporáneo, sin perder la profundidad ni la poesía que definieron a su creador.
Cada copa es una conversación entre generaciones. Una comunión entre lo humano y lo divino. Un homenaje líquido al alma de un hombre que, incluso después de su partida, sigue recordándonos que el vino, cuando nace desde el legado familiar y la tierra, es una forma de eternidad.
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