El mundo del rock perdió a una de sus figuras más icónicas el 22 de julio, cuando Ozzy Osbourne, el legendario vocalista de Black Sabbath, falleció tras una larga batalla contra el Parkinson. Aunque su nombre está indisolublemente ligado a la música, Ozzy también tuvo una relación peculiar con los automóviles. Más allá de los escenarios, su vida estuvo marcada por una colección de vehículos que reflejaban tanto su extravagancia como su lado más terrenal.
Desde robustos Volvos hasta exóticos superdeportivos, su garaje fue tan diverso como su carrera.
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Antes de convertirse en una estrella global, Ozzy Osbourne era simplemente un músico británico en ascenso. En esos años, su transporte no era una limusina ni un deportivo italiano, sino un práctico Volvo 240 Estate. Este «ladrillo sueco», como muchos lo apodaban, era la elección perfecta para un artista en gira: espacioso, confiable y con capacidad para cargar amplificadores, baterías y, por supuesto, algunas botellas de licor.
El Volvo 240 no solo era un vehículo funcional, sino también un símbolo de una época en la que Ozzy aún no se había sumergido por completo en el exceso. Aunque nunca obtuvo una licencia de conducir en Inglaterra, eso no le impidió trasladarse en él, siempre acompañado por su banda y su característico desenfreno.
Con el éxito llegaron los privilegios, y Ozzy no tardó en adoptar el estilo de vida que su estatus merecía. Una de sus adquisiciones más emblemáticas fue una Daimler DS420, una limusina de lujo asociada tradicionalmente con la realeza británica. Este vehículo, con su diseño neoclásico y motor Jaguar, era la antítesis del caótico estilo de vida del Príncipe de las Tinieblas, pero demostraba su aprecio por la elegancia británica.
Aunque Ozzy prefería que otros manejaran por él, la Daimler se convirtió en su transporte predilecto para eventos importantes, ofreciendo un viaje placentero y lleno de comodidades. Era, en esencia, un contraste perfecto: un hombre conocido por su rebeldía, desplazándose en un auto que simbolizaba el refinamiento más tradicional.
Si hay un auto que define el estatus de una leyenda del rock, ese es el Rolls-Royce Phantom. Ozzy y su esposa Sharon incluyeron este modelo en su colección, disfrutando de su imponente presencia y su motor V12 de 6.75 litros, capaz de generar 454 caballos de fuerza.
El Phantom no era solo un medio de transporte, sino una declaración de poder. Con su interior artesanal y su silencioso pero potente desempeño, era el vehículo ideal para llegar a los grandes eventos sin sacrificar el confort. Además, su amplio maletero era perfecto para guardar desde chaquetas de cuero hasta… bueno, algunas aves que Ozzy solía incluir en sus actos.
Aunque pasó gran parte de su vida sin licencia de conducir, Ozzy finalmente obtuvo su permiso en Estados Unidos a los 60 años. Y cuando lo hizo, no se conformó con cualquier auto: adquirió un Ferrari 458 Italia, un superdeportivo con un V8 de 562 caballos que aceleraba de 0 a 100 km/h en 3.4 segundos.
El Ferrari se convirtió en su compañero de aventuras, aunque no siempre con buenos resultados. Ozzy admitió en más de una ocasión que lo manejó bajo los efectos del alcohol, lo que derivó en varios incidentes. A pesar de ello, el 458 fue uno de sus autos más queridos, perfecto para escuchar clásicos de Black Sabbath a todo volumen.
Su otra joya deportiva fue un Audi R8 V10, un auto que combinaba potencia y elegancia, al estilo de Tony Stark. Con su motor Lamborghini y tracción en las cuatro ruedas, el R8 era tan intenso como la música de Ozzy, ideal para recorridos más controlados pero igualmente emocionantes.
Ozzy no solo era un amante de los autos, sino también un entusiasta de las carreras. En 2003, apareció en el Gran Premio de Canadá de Fórmula 1, donde compartió momentos con leyendas como Sir Jackie Stewart y Juan Pablo Montoya. Esas imágenes quedaron grabadas en la historia, mostrando a un Ozzy fuera de su elemento habitual pero igualmente carismático.
Ozzy Osbourne no solo dejó un impacto imborrable en el rock, sino también una huella en el mundo automotriz. Sus autos fueron una extensión de su personalidad: desde lo práctico hasta lo extravagante, desde lo clásico hasta lo radical.
Mientras el mundo despide al «Príncipe de las Tinieblas», es fácil imaginarlo llegando al más allá en un Rolls-Royce Phantom, con un clásico de Black Sabbath sonando a todo volumen. Porque si algo demostró Ozzy, es que la música y los autos siempre fueron parte de su viaje.
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