Google, la poderosa subsidiaria de Alphabet, se enfrenta en los tribunales de Washington a una batalla legal sin precedentes. El Departamento de Justicia de EE.UU. busca obligar a la compañía a desprenderse de su navegador Chrome, argumentando que su dominio en el mercado de los motores de búsqueda asfixia la competencia.
El desenlace de este juicio, que se extenderá por aproximadamente tres semanas, podría alterar el ecosistema digital actual, sino también reconfigurar el desarrollo de tecnologías emergentes, como la inteligencia artificial (IA), donde Google compite por la supremacía.
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El caso no parte de cero. En un veredicto emitido el año pasado, el juez federal Amit Mehta (quien también preside este nuevo juicio) determinó que Google había mantenido ilegalmente su monopolio en las búsquedas en línea.
Google es un monopolista y ha actuado como tal para preservar su dominio», sentenció Mehta en su fallo.
La fiscal general adjunta, Gail Slater, reforzó esta postura destacando la importancia histórica del caso. «Este litigio ha trascendido divisiones políticas, uniendo a 49 estados, dos territorios y el Distrito de Columbia bajo una misma causa», afirmó.
Slater comparó el caso con otros hitos antimonopolio, como los juicios contra Standard Oil y AT&T, y subrayó el papel central de Google en la economía digital: «Es el guardián de nuestro comercio e información, omnipresente en la vida de millones de personas».
Frente a las acusaciones, Google ha adoptado una postura defensiva. Lee-Anne Mulholland, vicepresidenta de asuntos regulatorios de la empresa, anunció que la compañía apelará cualquier fallo en su contra. «Las demandas del Gobierno son excesivas y dañarían a los consumidores, la economía y el liderazgo tecnológico de EE.UU.», declaró.
Sin embargo, los reveses legales para la tecnológica se acumulan. La semana pasada, la jueza Leonie Brinkema, del Tribunal de Distrito de Virginia, falló en contra de Google en un caso paralelo, determinando que la empresa violó la ley al consolidar su poder en el mercado de publicidad digital.
Google ejecutó prácticas anticompetitivas para mantener su monopolio en la publicidad en línea», señaló el veredicto, aunque también desestimó algunas de las acusaciones del Gobierno.
Google no es la única compañía bajo escrutinio. El Departamento de Justicia también ha demandado a Apple, acusándola de dificultar la migración de los usuarios a otras plataformas. Por su parte, la Comisión Federal de Comercio (FTC) ha llevado a juicio a Amazon por supuestas presiones a pequeñas empresas y a Meta (antes Facebook) por adquirir competidores como Instagram y WhatsApp para eliminar rivales.
El juicio contra Meta comenzó la semana pasada en Washington, marcando otro capítulo en la ofensiva regulatoria contra las grandes tecnológicas. Estas acciones reflejan una estrategia coordinada para frenar el poder concentrado en un puñado de corporaciones que controlan gran parte del flujo de información y comercio en línea.
Más allá de las sanciones económicas o las posibles divisiones empresariales, el caso contra Google podría sentar un precedente crucial para la regulación tecnológica. Si el Gobierno logra imponer la venta de Chrome, se abriría la puerta a una mayor competencia en motores de búsqueda, lo que, en teoría, beneficiaría a los consumidores.
Pero el impacto podría extenderse aún más. Google ha invertido miles de millones en inteligencia artificial, integrando sus avances en productos como el asistente Bard y su motor de búsqueda. Una restructuración forzada podría alterar su capacidad para innovar en este campo, dando ventaja a competidores como Microsoft (con OpenAI) o startups emergentes.
Este juicio representa un momento decisivo no solo para Google, sino para toda la industria tecnológica. Por un lado, el Gobierno argumenta que la competencia es esencial para evitar el estancamiento y proteger a los consumidores. Por el otro, Google y sus pares sostienen que su escala es necesaria para impulsar la innovación en un mercado global altamente competitivo.
El veredicto final, que probablemente llegará después de apelaciones prolongadas, definirá el rumbo de internet en las próximas décadas. Sea cual sea el resultado, una cosa es clara: la era de la autorregulación tecnológica está llegando a su fin, y las reglas del juego están cambiando.
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